Como era
de prever Mariano Rajoy no respondió a las demandas ciudadanas, claramente
expresadas estos días por miles de pensionistas de toda España. Dio la callada
por respuesta, hablado mucho eso sí, con su aplomo característico, en plan
trilero además. Hasta se dio el lujo de recordar que los primeros hachazos contra
los pensionistas los asestó Rodríguez Zapatero. Dejó bien sentado que las “reformas” son
irreversibles, y que hay que continuar por el mismo camino, a juzgar por los excelentes
resultados… Lo dicho, con tanto triunfalismo, resultó vomitivo.
Quizá
sea oportuno recordar los primeros ataques graves a los pensionistas fueron
perpetrados, en efecto, por Rodríguez Zapatero. Ocurrió a raíz de una cartita
que le envió Jean Claude
Trichet (un Diktat de la peor especie).
El socialista capituló sin ofrecer ni la menor resistencia… y seguidamente
urdió en secreto algo muy sucio en complicidad con el líder popular: la
modificación clandestina del artículo 135 de la Constitución. España se comprometió
a pagar a sus acreedores en primer lugar, en cualquier circunstancia. ¿Y si los
españoles sufren? ¡Que sufran!
Seguramente, Zapatero hizo
entonces algo que no quería hacer. Y es probable que a Rajoy no le haga ninguna
gracia desairar a los pensionistas en estos momentos cruciales. ¿Acaso no
figuran entre ellos los votantes que le han apoyado contra viento y marea? Maltratarlos viene a ser lo mismo que
cargarse su base de sustentación. Está claro que pesa sobre él la pesada mano
de los mismos chantajistas que torcieron el camino de Zapatero, a los cuales el
destino de los pensionistas españoles presentes y futuros les importa un
carajo.
Pero, claro es, de dichos chantajistas no se habló. Porque,
¿quién esta seguro de poder pararles los pies? ¡Haría falta una combinación de
fuerzas dispuesta a jugar fuerte tanto aquí como en la arena internacional!
Se ha discutido sobre
la voluntad del señor Rajoy, sobre sus deseos y capacidades, sobre sus
prioridades, pero no sobre ese problema de fondo. Él juega la carta de atenerse al guión de los chantajistas, y como elemento dócil espera ser premiado
por ellos. Los otros, sugieren alternativas más o menos interesantes, pero sin
contar con dichos chantajistas. Como si no existieran. El caso es que ni Rajoy
ni sus oponentes tienen el futuro asegurado. El neoliberalismo tiene una bien
ganada fama: destruye partidos y sistemas políticos. Ello forma parte de su
esencia. (El previsible hundimiento de Rajoy no inquieta a los chantajistas, por
la sencilla razón de que ya tienen a Rivera, otro político de usar y tirar a
añadir a la lista fatal.)
El drama de los
pensionistas españoles presentes y futuros forma parte del proceso de
destrucción del Estado de Servicios y no se puede entender al margen de la tenebrosa
lógica subyacente. Y su movilización generalizada, apoyada por la mayoría de
los españoles, nos sitúa ante una alternativa clara. O se está de su parte, del
lado de la justicia y la humanidad, al amparo de la Constitución (con la
salvedad del citado artículo 135), o se está de parte de los chantajistas y sus
cómplices, ya entregados a la barbarie.
Desde el punto de vista
moral, los pensionistas se encuentran en un plano de superioridad tan clara que
cualquier cosa que se diga para burlarlos convierte a quien lo intente en un
bárbaro. De ello cualquiera puede extraer alguna lección positiva para la
izquierda, hasta la fecha completamente desorientada.
Los pensionistas no
piden el cielo, piden lo justo, a saber, lo que se les debe. De ello se deriva
su poder. Es cuestión de calentarse y de comer, aquí y ahora además, algo que
no puede esperar la traída de una República o cualquier otra aventura a lo Puigdemont. Viéndose en los
manifestantes de la tercera edad de estos días, como también en la generalizada
movilización de las mujeres, quizá ciertos elementos de Podemos aprendan a
razonar.