El buenista número uno es el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, la diana del concepto, con forma de flecha o de venablo. Ahora se usa también contra Barack Obama y, a creer a ciertos comentaristas ufanos, ya no se sabe quién de los dos es más buenista.
El buenismo no es una forma de hipocresía; es una característica propia de tontainas, de idealistas, de ingenuos, de gentes incapaces de hacerse cargo de la realidad. Ahora bien, seré sincero: yo prefiero ser considerado un buenista a verme en compañía de quienes utilizan esa palabra como insulto.
Tenemos un retrato robot del buenista, pero nos corre cierta prisa tener un retrato de su oponente y perpetuo ofensor, el malista, un tipo de cuidado.
Por lo que tengo observado, al malista le gusta ir de duro y dar a entender que a él no le tiembla la mano, que ha leído a Maquiavelo, que sabe lo que se hace, que es muy macho y hasta que ha entendido a Bush y a Cheney… a su juicio dos auténticos estadistas. No se le puede dar mucha cuerda porque acaba diciendo barbaridades.
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