Un conocido mío, casi un
amigo, hombre de acreditada sensibilidad musical, va y me comenta, con extraña
complacencia, como si se tratase de un evento deportivo, que la española Zara,
en cuanto a beneficios se refiere, ha aventajado a la sueca H&M. Me expone
el caso con evidente orgullo, como prueba de la capacidad y del potencial de
los empresarios españoles.
Le pongo mala cara y no comprende. Le digo que tengo por norma no
comprar en H&M. Adivina por dónde voy, y me explica que esta empresa tiene
el mérito de haber dado trabajo a no se sabe cuánta gente del Tercer Mundo. No
hay entendimiento posible. Esto de la industria de la ropa me produce
escalofríos.
Hay niños y mayores que trabajan trece horas diarias, incluso los domingos y por
la noche. Cuando el patrón lo necesita -¡el famoso trabajo just in time!- duermen
en las fábricas, tirados por allí. Le preguntan a una mujer qué les
pediría a los dueños de H&M para su hijo: les pediría que pueda ir a la
escuela, a la universidad, y se echa a
llorar. (Documentos TV, 4 de
febrero de 1999...) Ganar ciertas competiciones es deshonroso, simplemente, y a estas horas nadie debería llamarse a engaño.
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