Asistimos a la evaporación de la legitimidad política, lo que tendrá
consecuencias horribles a corto y a largo plazo. Gobernar con total desvergüenza de espaldas al bien común es
algo que no se puede hacer impunemente, y menos aún en democracia.
La guerra al déficit, ya asentada fraudulentamente sobre bases
constitucionales, comporta, como estamos viendo, una escalada de recortes, un
chantaje creciente y una retórica mendaz, gobierne quien gobierne.
Los asesores de imagen y los magos de la mercadotecnia política han recomendado
la inclusión de algunas frases encaminadas a hacernos creer que también se va a
trabajar a favor del crecimiento. “Los
sacrificios no serán en balde”… Es
lo mínimo que se le debe decir a la víctima de este suplicio. Pero, ay,
ya no basta la caradura de un publicista para salir del paso. Según los sesudos cálculos de Kenneth
Rogoff y Carmen Reinhart, unos técnicos del FMI, la cosa “mejorará” dentro de
diez o de quince años… es decir –añado yo– cuando valgamos tan poco como un
esclavo chino, cuando nuestras cosas y nuestras viviendas estén a la altura de cualquier depredador local o extranjero.
A
estas alturas ya sabemos todos de qué va la cosa. ¿Están ya satisfechos los
mercados con los sacrificios que tienen a Grecia al borde del estallido social?
Por supuesto que no. La norma es
felicitar al infeliz gobernante de turno por las medidas de austeridad que
acaba de tomar, para luego, pasados unos días, pedirle otras aún más brutales.
Se aplica al caso la lógica de los chantajes, que va de menos a más, hasta la
total consunción de la víctima.
Todos sabemos que los mismos individuos que erigieron la pirámide de
Ponzi que se tambaleó en el 2008 están al frente de las operaciones, decididos
a mantenerla a toda costa.
Todos
sabemos cómo se trampea con el dinero público a favor de los bancos y como
éstos hacen negocios maravillosos a cuenta de los Estados lanzados a una
espiral crediticia irremediable. Y todos sabemos que los recortes en cuanto
tales sólo pueden terminar de hundirnos en una recesión. Lo sabemos todos,
también –por mucho que finjan– los colaboracionistas que trabajan al servicio de la mayor estafa
económica y política de todos los tiempos.
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