El presidente Rajoy resolvió
finalmente retirar la ley antiabortista, dejando tirado a su ministro de Justicia.
Oigo decir que, hechos los cálculos, el señor Arriola llegó a la conclusión de
que su promulgación saldría demasiado cara en términos electorales y que el
presidente se ha atenido a sus sabios consejos. Por lo visto, el PP considera más
llevadera la ira de los votantes estafados que el retrato de trazo
predemocrático que se proyectaría sobre las conciencias, peor incluso que la
mala impresión producida por el frenazo, propio de una torpísima conducción.
Resulta intrigante la cuestión de
por qué se metió el PP en semejante callejón sin salida a sabiendas de que su
extremoso proyecto de ley solo podía ser del agrado de una minoría. ¿Por qué lo planteó, por qué jaleó a esta
minoría? ¿Cómo pudo atreverse a
llamar asesinos a quienes no consideramos ni remotamente válidos los
planteamientos que empleaba para arrastrarnos por su cuenta y riesgo a las
coordenadas de los años cincuenta del pasado siglo? Ahora habrá quien le acuse
de asesino precisamente, por dejar la ley como está, al parecer con un solo
retoque, para impedir que las menores de edad puedan abortar sin el
consentimiento de sus padres.
Por mi parte, creo que el frenazo de
Rajoy y la caída de Ruiz-Gallardón no son meras anécdotas preelectorales. El
ala neoconservadora del PP, tan arrogante en el punto de partida, tan decidida
a imponernos su dogmática doctrina, ha sufrido una lección severísima. Si
querían imitar al Reagan de la Moral Majority y a la victoriana señora
Thatcher, imponiéndonos una versión española sumamente ofensiva para los derechos de la mujer, el tiro les ha salido por la
culata. Esta sociedad no está para tales bollos. Ya dije alguna vez que era un
error confundir a este país con la América profunda.
El capitalismo salvaje, esencialmente inmoral, no puede funcionar en seco, por lo que sus promotores han dado siempre, desde los años setenta del siglo XX, una gran importancia a los resortes religiosos o pseudoreligiosos, como parte del titánico esfuerzo por acabar con todo rastro de progresismo. Envalentonados por la desenvoltura de los neoconservadores de otras latitudes y por la mayoría absoluta, los redactores del anteproyecto de Ruiz-Gallardón se han dado de bruces con la realidad. A estas alturas el modelo adoptado, esa suma de capitalismo salvaje y neoconservadurismo, como cosa sectaria y tramposa, solo puede inspirar repugnancia a las personas sensatas.
El capitalismo salvaje, esencialmente inmoral, no puede funcionar en seco, por lo que sus promotores han dado siempre, desde los años setenta del siglo XX, una gran importancia a los resortes religiosos o pseudoreligiosos, como parte del titánico esfuerzo por acabar con todo rastro de progresismo. Envalentonados por la desenvoltura de los neoconservadores de otras latitudes y por la mayoría absoluta, los redactores del anteproyecto de Ruiz-Gallardón se han dado de bruces con la realidad. A estas alturas el modelo adoptado, esa suma de capitalismo salvaje y neoconservadurismo, como cosa sectaria y tramposa, solo puede inspirar repugnancia a las personas sensatas.
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