Como
se desprende de mi post precedente, es un proyecto de ley antiilustrado,
absolutista y confesional. Me reafirmo en ello pese a las críticas recibidas,
añadiendo, para que todo quede bien claro, que la ley de aborto aprobada en
tiempos de Zapatero me parece la que corresponde a la época en que vivimos.
Hasta me parece muy bien que ofrezca a las menores de edad la posibilidad de
actuar sin consultar a los padres.
Y
si esta ley socialista me gusta, imagínese usted mi reacción al conocer la
propuesta de Ruiz-Gallardón. ¡Menudo retroceso! Añadía en ese post, una
evidencia insoslayable: no hay manera de que un abortista convenza a un antiabortista,
y a la inversa tampoco, pues viven en mundos distintos, que es precisamente lo
que tiene que tener en cuenta el legislador, absteniéndose de tomar partido. ¿Acaso
obliga la ley de Zapatero a abortar? Pues no. ¿Cómo se atreve el PP a prohibir
el aborto, obligando a no abortar a quienes desean hacerlo?
No
me apetece entrar el discusión con los antiabortistas, que hagan lo que les
parezca mejor. Pero el problema es eso que llaman Ley de Protección de la Vida
del Concebido y de la Mujer Embarazada, infumable desde tan grandielocuente,
capcioso y sofístico título. Como tenemos un Concebido desde el momento de la
fecundación, el aborto pasa a ser un crimen, crimen que, con todo, será
autorizado en casos puntuales… de lo que presume Ruiz Gallardón, extremo que,
comprensiblemente, irrita a los obispos.
A
partir de ese texto, todas las enmiendas que se introduzcan para “suavizarlo”
serán criticadas por los antiabotistas militantes y conducirán a un
pastiche de lo más contradictorio,
imposible de explicar en las escuelas. Doy por hecho lo que bien sabe el
legislador, a saber, que las personas de pocos medios abortarán en cuchitriles
y las otras se tomarán un avión, la mayoría solas por razones obvias.
Por lo demás, se constata que el legislador, a quien considero capaz de
confundir una bellota con un roble, que no distingue entre un embrión y un
feto, se arroga el dominio del verbo proteger en lo que se refiere al
Concebido. Y se me permitirá que le diga de frente que su idea de protección es
como para salir corriendo.
El
ministro se ha declarado en situación de traer al mundo un hijo malformado. Está
en su derecho, pero tal declaración no le autoriza a imponer sus ideas a los
demás. ¿No sabe que hay madres que han abortado con dolor una criatura que
venía mal, no por egoísmo sino por la criatura misma?
¿Sabe
realmente el señor ministro de qué habla? Cuando yo tenía doce años tuve la
desgracia de que mis maestros me llevaran, con otros chicos, a visitar cierto
Cotolengo de Don Orione, donde fui obligado, por considerarse instructivo, a
familiarizarme en una especie de gallinero con unas deformes y babeantes
criaturas imposibles de olvidar. Lejos de mí la idea de recomendarle esa
experiencia, ni a él ni a nadie, porque tuve pesadillas y llegué yo solito a la
conclusión de que el Creador no es ni justo ni bueno. Era en los tiempos
anteriores a la amniocentesis y el ecógrafo…
Y
en cuanto a los pomposos derechos
de la mujer embarazada, casi mejor no hablar. Sale el ministro y dice que con
su ley ninguna mujer irá a la cárcel por abortar. Lo considera un progreso,
pero yo no: la mujer es desposeída simultáneamente del derecho de decidir y de toda
responsabilidad, pasando de ser el sujeto de su vida, una persona responsable,
a ser una menor de edad permanente, una niñita a la no se puede pedir cuentas
por sus actos. Para mejor
intervenir desde fuera en su intimidad, lo primero era eso, negarle su
autonomía moral.
Pero,
ay, todo el peso de la ley caerá sobre los ejecutores y cómplices del aborto. A
efectos prácticos, esto quiere decir que la mujer embarazada que desee abortar
se verá convertida en un ser apestado, en una persona sola, que no podrá recurrir
a sus allegados si no quiere comprometerlos.
La
mujer no podrá contar con naturalidad ni con su esposo ni con su amante, tampoco
con su madre ni con su padre, ni con un buen amigo, todos en peligro de ir
directamente al talego. Si algo se hace, habrá de ser cuchicheando, cerrando
puertas y ventanas. Y realmente no quiero ni pensar en el desfiladero moral y
práctico en que se verán los médicos y el personal sanitario en general. De
modo que me parece una ley aborrecible.
Pero con ello no está todo dicho. En caso de violación parece que se
podrá abortar si así lo decide la autoridad competente. Se piensa obviamente en
aquellos casos en que una mujer puede quedar embarazada como consecuencia de un
atropello brutal, en un sórdido callejón, por ejemplo. Pero, claro, con este
inesperado grumo de sensatez, la ley deja insensatamente fuera del campo de
visión la complejidad de la conducta humana, donde no siempre es tan fácil
discernir matices de gran trascendencia. Hay actos sexuales que, sin suceder en
un callejón, ni entre personas que no se conocen, no responden a una sencilla
tipificación. La alcoba conyugal, por ejemplo, no es necesariamente un espacio
de libertad y hasta puede ser una noche cualquiera tan fea como un callejón. ¿Qué
se hace con estos casos? A la autoridad competente sólo le interesan las
violaciones en el sentido estricto de la palabra. Quizá acabe viéndolas por
todas partes. Pero lo tremendo es que, para que “hagan algo”, la mujer tendrá que ser paseada con sus
sentimientos y penurias, todo bien detallado, como si fuese un mono de feria,
por diversas dependencias del Estado, mendigando ayuda, algo a lo que la ley de
Zapatero, respetuosamente, no le obligaba. ¿Es normal que se exponga su vida
sexual a semejante escrutinio público?
Por último, quisiera resaltar tres cosas. Una, que en esta ley retrógrada
reaparece una repulsiva voluntad de asociar la actividad sexual con la culpa,
con el castigo, con el dolor. Está inspirada por la misma mentalidad perversa
que se opuso al uso del éter para aliviar los dolores del parto. Dos, desprecia
militantemente uno de los principales progresos de la conciencia humana, un
logro que debemos a la psicología y a la pedagogía. Porque hoy sabemos que el
satisfactorio desarrollo del ser humano tiene como punto de partida el hecho de
haber sido deseado por sus padres. Si esto suena demasiado poético,
escribámoslo así: el ser humano tiene derecho a iniciar su singladura sin la
hipoteca de haber sido considerado un intruso, un ser no querido. Y las autoridades
nada saben de eso. Solo los padres, especialmente la mujer, saben.
Y tres, que si esta ley aborrecible sigue adelante, vendrán otras de parecido
jaez. Peligraría, por ejemplo, la píldora del día después, peligraría el
matrimonio homosexual, etc., aunque solo fuera por razones de coherencia carca,
y probablemente la libertad de expresión correría peligro, pues al final será
delictivo razonar a favor del aborto, un “asesinato”, un”genocidio”…