El grito que se oyó en el Parlament autonómico de labios de su
recién elegida presidenta, la señora Carme Forcadell. ¡Lo que nos faltaba! Los representantes electos de los independentistas
catalanes (que no los catalanes como un todo) acaban de saltarse la
Constitución, decididos a desconectarse unilateralmente del Estado español y a fundar una República catalana
a la mayor brevedad. ¡Manda cojones! ¡Sin pensar en ningún momento en los
quebrantos que su atolondrada maniobra acarreará al país y a la parte de este
que pretenden desconectar por su cuenta y riesgo! Y conste que no hace falta llegar a los horrores de
Yugoslavia para sufrir lo que nadie merece sufrir.
Que se atrevan a semejante despropósito basándose en el apoyo electoral
de menos del 50% por cierto del electorado catalán habla de por sí de una manera torticera y ventajista de
entender la democracia; que lo hagan en aprovechando una mayoría parlamentaria
alcanzada por los pelos, pone en evidencia su prepotencia, su absoluta falta de
sentido de las proporciones, su desdén por la correlación de fuerzas y su
desconocimiento de la historia. No hay que ser un pájaro de mal agüero para ver
venir confrontaciones absurdas, que nos dejarán desarmados ante los verdaderos
problemas que tiene España, Cataluña incluida.
La alianza contranatura pergeñada al calor del independentismo entre la derecha, la izquierda y la extrema izquierda catalanas no es un dato menor. El engendro resultante no afecta solo a sus creadores y a sus votantes, sino al entero campo político español, y sobre todo a la izquierda, de por sí dividida. En este campo se oyen voces de apoyo a la jugada, unas de puro gusto, otras equívocas, por no atreverse a llevar la contraria a gentes tan aguerridas; se advierte, además, el temor a verse asociadas a la derecha centralista. Como si hubiese alguna manera de hacer política sobre el principio de no entenderse en nada.
La alianza contranatura pergeñada al calor del independentismo entre la derecha, la izquierda y la extrema izquierda catalanas no es un dato menor. El engendro resultante no afecta solo a sus creadores y a sus votantes, sino al entero campo político español, y sobre todo a la izquierda, de por sí dividida. En este campo se oyen voces de apoyo a la jugada, unas de puro gusto, otras equívocas, por no atreverse a llevar la contraria a gentes tan aguerridas; se advierte, además, el temor a verse asociadas a la derecha centralista. Como si hubiese alguna manera de hacer política sobre el principio de no entenderse en nada.
Tan es así que la jugada independentista parece servir a los intereses
electorales del PSOE, del PP y Ciudadanos, que verán en la tarea de embridar al
nacionalismo catalán el mejor pretexto para ocultar sus vergüenzas (su neoliberalismo) y eludir los
problemas serios, desde el artículo 135 de la Constitución al TTIP. Los
defensores del orden establecido, y particularmente del orden económico
vigente, tienen en los señores independentistas catalanes su mejor aliado.
¡Viva la confusión! ¿A favor o en contra de la independencia de Cataluña? ¡Vaya
pregunta, cuando tiburones del austericidio nos están comiendo por los pies!
Ayer me topé con un amigo republicano. Estaba emocionado con la declaración de la señora Forcadell. No puede contenerme: “¿Es que no te das cuenta del daño que esta señora le hace a la causa de la República?”, le pregunté. En el supuesto caso de que los catalanes se saliesen con la suya, ¿cuántos décadas tendríamos que esperar para que el paso de la Monarquía a la República se pudiese dar en España con las debidas garantías? No me hizo caso. Hay republicanos que se conforman con una República de opereta, peor compuesta que la de 1931, como otros con una Cataluña soberana de unos días o, a lo sumo, de unos meses de duración. Hay cierta diferencia entre amar y amar bien y constructivamente.
Ayer me topé con un amigo republicano. Estaba emocionado con la declaración de la señora Forcadell. No puede contenerme: “¿Es que no te das cuenta del daño que esta señora le hace a la causa de la República?”, le pregunté. En el supuesto caso de que los catalanes se saliesen con la suya, ¿cuántos décadas tendríamos que esperar para que el paso de la Monarquía a la República se pudiese dar en España con las debidas garantías? No me hizo caso. Hay republicanos que se conforman con una República de opereta, peor compuesta que la de 1931, como otros con una Cataluña soberana de unos días o, a lo sumo, de unos meses de duración. Hay cierta diferencia entre amar y amar bien y constructivamente.
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