Con las elecciones a la vista, llama
la atención el elevado número de indecisos detectado por el CIS, nada
sorprendente a mi parecer. Demasiados motivos de desafección y perplejidad que nos han ido saliendo al paso. El fenómeno se ve completado por un
llamativo elenco de votantes cuyas
preferencias van rebotando de un partido a otro según sople el viento.
Es evidente que el bipartidismo imperfecto al que estábamos
acostumbrados ha entrado en crisis. De hecho, tanto el PP como el PSOE cotizan
a la baja, como era de esperar, con la particularidad de que el primero aún figura
como el posible ganador, a pesar de su evidente declive en la consideración de
los españoles.
La escalada de Ciudadanos a costa de
ambos promete algunas novedades, entre ellas el entierro de la mayoría absoluta
y cierto rejuvenecimiento de los modales, pero también, apariencias aparte y a
tenor de lo que sabemos de este partido, una forma de
continuidad en clave neoliberal. Solo cabe esperar de la nueva fuerza una
estricta adecuación a los intereses del establishment local y mundial. Doy por
seguro que las tres fuerzas, más allá de sus peloteras, diferencias y escenificaciones, obrarán
al unísono sobre el mismo guión, ya conocido, según el cual “no hay alternativas”.
¿Se imagina alguien al PP, a Ciudadanos o al PSOE plantándole cara al TTIP o al TiSA? Yo no, desde luego.
Se comprende que un votante pueda dudar entre Rajoy, Sánchez o Rivera, si lo
que desea es continuidad, y se comprende que las caras nuevas tengan cierta
ventaja.
¿Y cómo no entender a los indecisos que abundan
en el campo de la izquierda
propiamente dicha, incapaz de dar vida a una alternativa unánime y
potente? Los sondeos indican que,
en lugar de ir a más, Podemos pierde fuelle. Y no es extraño, porque ahora hay
que optar –por reducirlo solo a dos nombres– entre Iglesias o el redivivo
Garzón, más claro en sus planteamientos.
El propósito de ejercer el monopolio de la representación porción indignada de la sociedad por parte de Podemos ha fracasado. No le ha sido perdonada su voluntad hegemónica. Tampoco su propensión a los modos leninistas de organización, enervantes para sus bases. Y la artimaña de jugar a la centralidad solo ha servido para desconcertar al personal, ya que no para atraerse a los votantes de centro. Su apoyo a la claudicación de Tsipras ha sido realmente fatídica. Hasta nos hizo saber que Podemos en su lugar habría hecho lo mismo. Si lo que pretendía era tranquilizar al poder, no sé si lo consiguió, pero tengo por seguro que a muchos de sus votantes potenciales los echó para atrás. Los indignados no estamos para bromas así. No es extraño, por lo tanto, que Garzón, a quien daban por enterrado, haya conseguido salir del pozo. A juzgar por los sondeos, cuando llegue la hora de sumar fuerzas en el Parlamento, se verá que el resultado no da para mucho. Lo que será de lamentar, de lo que habrá que aprender. Más vale, en todo caso, estar en minoría en un parlamento hostil que tratar de imponer la preciada alternativa por los pelos y sin la debida unanimidad. Nos jugamos tanto en la alternativa a la no alternativa de los neoliberales que sobran las chapuzas y las prisas. No vayamos a quemarla.
El propósito de ejercer el monopolio de la representación porción indignada de la sociedad por parte de Podemos ha fracasado. No le ha sido perdonada su voluntad hegemónica. Tampoco su propensión a los modos leninistas de organización, enervantes para sus bases. Y la artimaña de jugar a la centralidad solo ha servido para desconcertar al personal, ya que no para atraerse a los votantes de centro. Su apoyo a la claudicación de Tsipras ha sido realmente fatídica. Hasta nos hizo saber que Podemos en su lugar habría hecho lo mismo. Si lo que pretendía era tranquilizar al poder, no sé si lo consiguió, pero tengo por seguro que a muchos de sus votantes potenciales los echó para atrás. Los indignados no estamos para bromas así. No es extraño, por lo tanto, que Garzón, a quien daban por enterrado, haya conseguido salir del pozo. A juzgar por los sondeos, cuando llegue la hora de sumar fuerzas en el Parlamento, se verá que el resultado no da para mucho. Lo que será de lamentar, de lo que habrá que aprender. Más vale, en todo caso, estar en minoría en un parlamento hostil que tratar de imponer la preciada alternativa por los pelos y sin la debida unanimidad. Nos jugamos tanto en la alternativa a la no alternativa de los neoliberales que sobran las chapuzas y las prisas. No vayamos a quemarla.
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