Lo bueno es que por fin
nuestros representantes muestran sus cartas en el Parlamento; y lo malo es que esas
cartas vienen mal dadas: cualquier entendimiento posterior olerá a cuerno quemado,
a chapuza contra natura. Las fuerzas que a izquierdas y derechas han sido llamadas a refrendar la
investidura de Pedro Sánchez han pegado tan duro y a la cabeza que no hay manera
de imaginar un entendimiento futuro entre
apalizados y apalizadores.
Como hemos visto, la propuesta de Pedro Sánchez y Albert Rivera ha sido virulentamente
rechazada tanto por la derecha como por la izquierda. Rajoy se la toma por la
tremenda, como un ataque directo contra su maravillosa política económica, Iglesias la desprecia por su tibieza y su ambigüedad. No les falta
razón a ninguno de los dos, no hay entendimiento posible. Es verdad que en esa
propuesta hay, a pesar de la intervención de Rivera, ingredientes
socialdemócratas contrarios a la galopada neoliberal, como es verdad que no en
grado necesario para frenarla… Pero, ¿está Rajoy en condiciones de continuar su
galopada sin inmutarse? No, evidentemente, como tampoco está Iglesias en
condiciones de frenarla en seco.
No es
extraño ni tampoco infame que Pedro Sánchez y Albert Rivera hayan perfilado su
propuesta sin perder de vista el asqueroso contexto neoliberal en que nos
movemos y las filias y las fobias de los amos del cotarro. Otra cosa habría
sido irresponsable por su parte. Como habría sido una irresponsabilidad, y ya una locura, no introducir
elementos de corrección. No se puede seguir en las mismas porque el sistema
mismo está perdiendo legitimidad a chorros. Su propuesta me parece modesta en
el mejor sentido de la palabra, esto es, concebida a la luz de la conciencia de
los propios límites. En cambio, tanto la respuesta de Rajoy como la de Iglesias
me parecen fruto de la desmesura, de la ausencia total de dicha conciencia. No
es raro, por lo tanto, que tanto Sánchez como Rivera me parecieran presidenciables a diferencia de sus feroces oponentes.
Añadiré que no entiendo que la izquierda propiamente dicha no valore la propuesta de Sánchez y Rivera. No entiendo que desperdicie la
oportunidad de dejar fuera de juego al PP. No entiendo que desdeñe la
posibilidad de hacer valer su peso, medida tras medida, en el Parlamento, ni
que se olvide de que la llave de la gobernabilidad estaría en sus manos (con la ventaja de que los palos de
Bruselas se los llevaría otro).
No entiendo que use en
plan escandaloso la evidencia de que el PSOE ha sido y es parte del establishment (¡vaya novedad!) con la
aviesa intención de burlarse de los pujos socialdemócratas de Sánchez, en sí
mismo novedoso. ¿Qué gana la izquierda con dejarlo a los pies de la parte peor
y dominante de dicho partido? No entiendo que no se contemple la posibilidad de que
el sucesor de Sánchez sea precisamente de esa parte peor. No entiendo que
se deje la puerta entreabierta para que se nos cuele en el sistema algún Monti.
En fin, que ni entiendo ni trago la desmesura, la falta de sentido de las
proporciones y de las propias fuerzas, y menos cuando se trata de ideales tan
altos como la justicia social y de empresas tan difíciles como detener a la
horda neoliberal.
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