Las idas y venidas para la no
formación de gobierno revelan un miedo cerval
a quedar al descubierto como lo
que se es. Se reprocha al PP que se limite a escurrir en bulto; pero a sus oponentes, aunque parezcan más activos, se les puede hacer el mismo
reproche.
Se masca un doble miedo, a
perder votos y a las reacciones de
los poderes fácticos locales y
transnacionales. No es de extrañar que estemos donde estábamos ( y donde
estaremos también mañana, y después de una eventual repetición de las
elecciones). No se trata de miedos paranoicos.
Para entender lo que
nos pasa hay que tener presente la gravitación de la Bestia neoliberal, una
máquina de destruir partidos y sistemas políticos. La situación de impasse no
obedece a simples desavenencias personales ni a una ridícula pelea por las
poltronas. Es el resultado de un oscuro fenómeno de poder, completamente patológico,
para nada democrático, propio de estos tiempos de radical envilecimiento.
Los acuerdos políticos entre fuerzas políticas distintas solo son posibles en función de los altos intereses comunes. Pero no hay manera de llegar a ellos cuando
tales intereses, por la misma fuerza de los hechos, se han visto suplantados
por los rastreros intereses de la Bestia neoliberal.
Declararse a favor de la Bestia y levantar grandes olas de repugnancia
viene a ser lo mismo. Declararse en contra de ella, le hace a uno merecedor de
conmiseración, pues tal parece la mejor manera de provocar sus instintos
carniceros, perspectiva que solo seduce a un puñado de valientes.
Declararse en parte a favor y en parte en contra, le hace quedar a uno
como un tramposo o, en el mejor de los casos, como un estúpido. Se entiende que nadie
quiera mostrar sus cartas, que se pierda el tiempo en cominerías, que ni se
mente el artículo 135 de la Constitución, que no se hable ni del TTIP ni del
TiSA, ni de los emigrantes, ni de
nada trascendente.
Si el PP se declarase decidido
a seguir bailando como un oso de feria al compás marcado por la Bestia, como
hizo hasta la fecha, acabaría
políticamente en la ruina, en situación peor que la de Nueva Democracia. Su
neoliberalismo hace tiempo que perdió la pátina de novedad y ya todo el mundo
sabe que sirve en exclusiva a los intereses de una minoría de bandidos cuya pretensión es retrotraernos a lo peor del siglo XIX.
La hora de prometer no sé que capitalismo popular, no sé que sociedad de
propietarios, no sé que bondades del libre mercado, de las privatizaciones y de la propia
austeridad, todo eso ya quedó atrás. La Bestia, que ya no engaña a nadie. Ha agotado sus recursos
de marketing. Ahora va a actuar por las bravas, como hizo en Grecia. Por lo
tanto, mejor callar: eso no se puede decir. Vamos, que ningún canalla presume de serlo. Y por eso guarda silencio el PP, como callan los empresarios y los
especuladores (cuyo autodominio verbal en estos momentos nos indica que son los
primeros en saber que no les conviene expresar sus auténticos deseos).
La situación del PSOE y Ciudadanos no es menos patética: creen de sabios poner una vela a Dios y otra al diablo. Se las arreglan para que solo
veamos sus lindas intenciones sociales, enmascaran su repulsiva fidelidad a la Bestia. Seguro
estoy de que tan tremenda contradicción los destrozará. La creencia de que
desalojar a Rajoy equivale a tener
un programa “de progreso” es de género tonto. No resistirá el primer empujón de la dura realidad.
El caso de Podemos es más complejo, pero tampoco está exento de
patetismo. Sobre él pesan los mismos miedos incapacitantes. Ha jugado y
pretende seguir jugando a la "centralidad". Se supone que lo mejor es vestirse de oveja, por aquello de que las elecciones las
deciden los votantes de centro. Al
parecer, es cierto por lo que se refiere a las circunstancias normales, pero, ojo, porque las de ahora no son
normales en absoluto. Que yo sepa, además, a estas alturas ya nadie se fía de las ovejas.
Podemos da una de cal y otra de arena, propina coces y amaneradas cortesías en plan metódico, otra forma de marear
la perdiz. También este partido tendrá que elegir. En la actual situación,
aunque la aglomeración en el espacio central se preste a engaño, no hay centralidad que valga. Ya lo
veremos pasado mañana, en cuanto se agote la paciencia de los chantajistas de
Bruselas.
En definitiva, o Podemos paga el precio de la domesticación y se gradúa en
acomodación, o tendrá que de estar a la altura de las expectativas ciudadanas
que le dieron vida, de las que precisamente depende su supervivencia y su
crecimiento. No hay término medio. A diferencia de los otros partidos mencionados, Podemos nada
perderá si lo reconoce de una vez por todas.
O con la Bestia o contra ella. Y como la Bestia, implacable en eso de que conmigo o contra mí, ya sabe que Podemos no nació para darle el gusto ni en público ni bajo cuerda, este partido se engañaría a sí mismo si creyese posible y ventajoso camuflar su razón de ser. ¿Qué ganaría si dejarse pervertir, quizá en nombre de una responsabilidad mal entendida, por los miedos que atenazan a los demás? Nada. Como esos miedos amenazan con reducir nuestra democracia a una mascarada lamentable, bueno sería que por responsable se entendiese el comportamiento de aquel que no se dejase manipular por ellos.
O con la Bestia o contra ella. Y como la Bestia, implacable en eso de que conmigo o contra mí, ya sabe que Podemos no nació para darle el gusto ni en público ni bajo cuerda, este partido se engañaría a sí mismo si creyese posible y ventajoso camuflar su razón de ser. ¿Qué ganaría si dejarse pervertir, quizá en nombre de una responsabilidad mal entendida, por los miedos que atenazan a los demás? Nada. Como esos miedos amenazan con reducir nuestra democracia a una mascarada lamentable, bueno sería que por responsable se entendiese el comportamiento de aquel que no se dejase manipular por ellos.
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