Los actos se han visto
deslucidos por la imposibilidad de una celebración conjunta de la victoria
sobre el nazismo. Así las cosas, con Europa y Estados Unidos por un lado, y por el otro Rusia, más valía
dejarse de celebraciones.
Lo
único que ha quedado claro es que vamos mal, como si se hubiese perdido la
memoria y el significado de lo acontecido, lo que ya son ganas de tentar al
diablo y de remeternos a traición en la lógica de la destrucción mutua asegurada.
Es como si no se hubiera aprendido nada, nada
bueno quiero decir…
Es
cierto que algo mejoraron las cosas en la resaca de la última hecatombe
mundial, pero no es menos verdad que, tras un par de décadas y pico de
prudencia, los amos del tinglado volvieron descaradamente a las andadas. Del
capitalismo prudente, que algunos denominaron capitalismo con rostro humano,
hemos pasado al capitalismo salvaje, empeñado en devolvernos a lo peor del
siglo XIX. Y esto no por ignorancia, qué más quisiéramos, sino por calculada
maldad. Lo que rebaja la honra del
bando victorioso o, al menos, el derecho de los herederos del triunfo a
presumir de los hechos heroicos de sus mayores.
Horror
de horrores: en el núcleo ideológico del neoliberalismo vigente encontramos el mismo
principio que catapultó a Hitler a la barbarie, a saber, el entendimiento de la vida como feroz combate encaminado a la
supervivencia del más fuerte, principio extraído de una lectura torticera y sumamente burda de la teoría de la evolución. El mismito.
No
nos extrañe, pues, el curso de los acontecimientos, porque en ello va implícita la santificación del poder
económico y militar, entendido como la más alta expresión de la vida. El pez grande se come al chico y así debe
ser. Esto lo pensaba Hitler y lo piensan ahora mismo los líderes y las hordas
neoliberales.
Incapaz
de sobreponerse a la crisis derivada del avance científico y filosófico, la élite
del poder cayó la locura de echarse en brazos de la naturaleza, y particularmente
en sus aspectos más violentos, en busca de orientación moral. Como si no fuese capaz de advertir que la
naturaleza, por definición amoral, nada tiene que decir al respecto. Pero en
esas estamos. El regreso del darwinismo
social a primer plano tras dos décadas y pico en la reserva, es el dato número
uno a tener en cuenta para entender lo que nos está pasando y para predecir lo
que nos espera de seguir por este camino.
Ya
a mediados de los años setenta, el señor Nelson Rockefeller, tenido por persona
liberal y progresista, quedó en evidencia como lo que era y dejó al descubierto
la nueva orientación de la élite del poder. Según recogió el New York Post (13 de septiembre de 1975),
Rockefeller osó afirmar que uno de grandes problemas es “la herencia judeocristiana
de querer ayudar a los necesitados”. ¡Pero qué incordio la compasión, menudo obstáculo para el
libre juego de los tiburones! Han pasado cuarenta años desde entonces y es de
temer que pronto se sugiera la
conveniencia de acorralar y suprimir a las bocas inútiles. De momento, ya se ha
entrado en lamentaciones sobre el exceso de población. Esto cuando ya es considerado normal bombardear países y ciudades so
pretexto de neutralizar a un solo hombre.
Nunca
está de más celebrar el final de una guerra, pero mejor si se hace con las manos limpias, la conciencia
esclarecida y el ánimo fraterno. Si Hitler hubiera ganado, la Alemania nazi se
hubiera hecho con un imperio interior gigantesco y habría podido llevar a
término su vasto programa de exterminio y esclavización. Perdió,
afortunadamente, pero no deberíamos relajarnos como idiotas: se ha puesto en marcha un
proyecto de dominación global sobre el mismo principio inmoral que hizo posible
la locura nazi. Ya hay exterminados, ya
hay deportados, ya hay desaparecidos, ya hay esclavos, ya hay ciudadanos de
segunda y de tercera, ya hay pueblos que, por lo visto, no valen el suelo que
pisan. Y ya hay millones de personas que moralmente hablando son de la
misma hechura de Eichmann, inmersas en la banalidad del mal, esto es,
trabajando para una burocracia criminal.
La humanidad, es triste
reconocerlo, no se ha liberado de las fuerzas antihumanas que se empeñan en
arruinarle la vida. Ayer fueron nazis, hoy neoliberales. Que estos sean más
sutiles y menos impacientes que los nazis a mí no me sirve de consuelo. Mientras
las cosas sigan así, mientras no se tome al pie de la letra la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el derecho de celebrar aquella victoria de 1945 se debe
dar por cautelarmente suspendido.