Se ha aprobado el CETA. El establishment se felicita de su éxito: el diktat corporatocrático
se ha revestido de formalidad democrática. ¡Es fantástico!
Y
naturalmente, no se deja pasar la ocasión de atacar a Pedro Sánchez por su
abstención. Se quiere ver en ella una prueba de que, en efecto, este hombre está
sacudiéndose de encima la
sapiencia de los genios ocultos
del socialismo español. Voceros autorizados nos hacen saber que Sánchez se
encuentra en no sé qué trance de podemización… ¡Es un radical, un loco!
Pero dejémonos de
estupideces: Esta abstención nos
ofrece una dolorosa aclaración sobre los límites de la izquierda que el PSOE
dice representar. Porque
abstenerse en un tema así, de tal trascendencia (a sabiendas, encima, de que
con eso bastaba para que el infame CETA siguiese su curso) no pasa de ser un
clásico de la acomodación y el gatopardismo. Con este tipo de juegos de no pero sí en materias tan graves no hay mimbres
para una renovación.
Me
será dicho que es mucho pedirle a Sánchez cosas tales como recusar el CETA por
aquello de lo peligroso que es plantarle cara a las autoridades que están
detrás de las autoridades. ¡Cómo iba a resistirse a esos chantajistas!
¿Desairar con un tremendo NO a sus compadres del Partido Socialista Europeo
involucrados en la clandestina elaboración del CETA, del TTIP y del TiSA?
¡Menuda ocurrencia! ¡Si ya es heroico que se haya abstenido!
Si abstenerse en lo del CETA se considera una heroicidad, apaga y vámonos.
Si abstenerse en lo del CETA se considera una heroicidad, apaga y vámonos.