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domingo, 17 de noviembre de 2013

¿HACIA UN PERÍODO CONSTITUYENTE?


    ¿Cómo salimos de este atolladero, de este  tétrico sacrificio a los intereses oligárquicos locales y transnacionales? La paciencia de mucha gente se ha agotado.
   Oigo hablar de que es preciso abrir un “proceso constituyente”, pero no hay acuerdo sobre sus alcances. Para UPyD, se trata de abrirlo con la intención de “refundar el Estado”, con propósito de poner coto a la deriva del llamado nacionalismo periférico. Para otros, se trata de regresar al punto de partida, con ánimo de establecer una República, un sueño que, visto lo visto, empieza a cobrar forma en el ánimo de quien menos te lo esperas. Y los clásicos lo tienen claro: Julio Anguita cree posible que tengamos una República dentro de un par de años, José Luis Centella usa la palabra “pronto”.  
   Durante el cónclave del PSOE también se habló de modificar la Constitución, para introducir algunos principios que no están explícitamente fijados  en ella y para dar lugar a un Estado federal, suponemos que asimétrico, satisfactorio para los nacionalismos periféricos.
   Como vemos, la idea de meterle mano a la Constitución está en el aire. Sin duda, guarda relación con el terrible desencanto con respecto a los merecimientos de la Transición que aqueja quienes tienen que vérselas día a día con las amargas realidades. Dicho desencanto, muy justificado, excitado por la sordera gubernamental, da alas al deseo de rehacer el sistema, de arriba abajo o en parte sustancial.
     Es muy comprensible, claro, pero me temo que estemos a punto de meternos en un lío, por falta de consenso, y por una mezcolanza de temas y de voces, siendo obvio el peligro de perder de vista el verdadero problema, que no es otro que el encontrar la manera más inteligente de hacer frente a la Bestia neoliberal y neoconservadora que nos está arrastrando a las crueles coordenadas maltusianas  y ricardianas del siglo XIX.
   Seré sincero: la situación me parece tan dramática que no considero oportuno meternos en un debate constitucional, ni total ni parcial. Pues solo contribuiría a dividir a quienes nos oponemos al presente estado de cosas y a marear y amedrentar a millones de votantes, eventualidad que, a no dudar, aprovecharía el PP, el cual, en franco contraste con los descontentos, afirma que no se trata de modificar la Constitución (aunque ya lo haya hecho en connivencia con el PSOE, como se refleja en el infame artículo 135). La situación nos obliga a reflexionar.
    La Constitución de 1978 tiene sus defectos, desde luego, pero no se crea que es tan sencillo escribir la Constitución perfecta. Además, ¿estamos tan seguros de que el problema radica en su espíritu y en su letra? A mi juicio, el problema radica en su desarrollo, en el uso que se ha hecho de ella, e incluso en el olvido de algunos de sus párrafos más enjundiosos.
    Y por otra parte, ¿estamos seguros de que, activísima todavía la Bestia neoliberal, no podríamos ver laminados precisamente los artículos de mayor contenido social, escritos cuando todavía regían en el mundo los principios que justificaron la creación del Estado de Bienestar y la construcción de la clase media? Dada la actual correlación de fuerzas, bien podríamos ir a por lana y volver trasquilados.
    Aparte de que nos ha servido para entendernos, como texto de referencia común, la Constitución de 1978 tiene potencialidades inexploradas.  Fue escrita –insisto– antes de que la Bestia neoliberal levantase la cabeza.
    Después de haber contribuido a la redacción del texto constitucional, habiéndolo hecho suyo aunque no le gustase del todo, Manuel Fraga hizo notar que se podía hacer “lectura socializante” de esta Constitución.  Lo que nos indica que puede ser de suma utilidad contra la Bestia neoliberal. Porque nada tiene de neoliberal, con la sola excepción del artículo 135, calzado en el texto con nocturnidad y alevosía en  agosto de 2011. ¿Por qué no se ha hecho esa “lectura socializante”? Por la deriva de todo el sistema político hacia las coordenadas del neoliberalismo con la inestimable colaboración de lo que se dado en llamar “izquierda responsable”…
    Por lo pronto, haríamos bien en exigirles al PSOE  y al PP que se comprometan a eliminar cuanto antes ese artículo 135, cuya sola presencia prostituye el documento y deja el destino de los españoles en manos de usureros de por aquí y de por allá. El solito convierte nuestra Constitución en papel mojado, e invita introducir en ella, morbosamente, del mismo artero modo, tal o cual capricho particular, como puede invitar a arrojarla en bloque a la papelera de la historia. Borrado ese artículo, la Constitución recuperará su seriedad y su utilidad,  ahorrándonos, sin duda, muchos disgustos.
    Como los ánimos están encrespados y la situación es insoportable, hay que tener cuidado con las subidas de testosterona y con los errores de cálculo. No olvidemos que nos encontramos ante un asunto de poder. O la Bestia neoliberal o nosotros. Y para salir bien librados no podemos dividir nuestras fuerzas, ni tampoco ir por la vida atacando a diestra y siniestra. Con esto quiero decir, en primer lugar, que la cuestión Monarquía o República no es ahora lo principal.
   La pelea entre republicanos y monárquicos haría las delicias de la Bestia neoliberal, tanto más campante cuanto mayor sea la división y la ingenuidad de sus oponentes. Idealizar la República podría ser, a la luz de nuestra experiencia, tan pueril como idealizar a la Monarquía. Y como este es un asunto de poder, creo que lo primero de todo, antes de emprenderla contra el Trono, es averiguar de qué lado están don Juan Carlos y su hijo.
   La Monarquía pudo ser instaurada y pudo mantenerse sobre el principio de que daría cobertura a todos los españoles y no sólo a la mitad. Y su perduración depende ahora de que la veamos y la sintamos de nuestra parte. Si el rey y su hijo se avinieran a utilizarla como simple herramienta de los intereses oligárquicos, entonces sus días estarían contados, como ellos son los primeros en saber. Entiendo, por lo tanto, que no es nada inteligente amenazarles en vano y ponerlos a la defensiva  antes de saber de qué lado están, algo que, en rigor, a pesar de algunos detalles inquietantes, no es evidente en estos momentos. Sería una torpeza poner a la Monarquía en la acera de enfrente, a priori, sin darle ocasión a expresarse con la debida formalidad. Porque, como he dicho, estamos ante un asunto de poder, siendo de sentido común unir fuerzas.
    En la  misma línea, diré que no me pareció feliz que en el cónclave del PSOE se eligiese este momento para plantear secamente la plena separación de la Iglesia y el Estado. Que esta es una de las asignaturas pendientes ya lo sabemos. Pero hay que andar con cuidado en este tema,  pues,  insisto en ello, nos encontramos ante un asunto de poder. Y a nadie se le oculta que no es lo mismo contar con el apoyo de la Iglesia que con su enemiga. Y que, como en el caso de la Monarquía, no conviene guiarse por prejuicios, sino por hechos, por los hechos de hoy  y de mañana, ¿Está la Iglesia de parte de la Bestia neoliberal o en contra?
     Dar pábulo a las tendencias anticlericales  podría tener por desdichada consecuencia segar la hierba bajo los pies de los católicos que se oponen a dicha Bestia, encabezados, en estos momentos, por el papa Francisco. Tal y como están las cosas, me parecería una torpeza, ya se trate de perpetrarla por unos miles de votos, por una cuestión de principios, por viejas pendencias, o simplemente para encubrir una falta de iniciativa en el verdadero campo de batalla.
   En resumidas cuentas, atendiendo a la correlación de fuerzas en España y en el mundo, atendiendo a nuestros antecedentes históricos, creo que sería un error entregar graciosamente a la Bestia neoliberal el usufructo de la Constitución, de la Monarquía y de la Iglesia. ¿O cree alguien que se podrá hacer frente a la  oligarquía chantajista  en plan adánico? ¡No seamos ingenuos! Sin Constitución, metidos en la batalla entre monárquicos y republicanos, subdivididos a su vez en facciones, metidos en una pelea entre católicos y no católicos, amedrentada y confundida la gente, contando con la cortedad de nuestro ejercicio democrático, ¿cuál sería nuestro destino?