¿Cómo
salimos de este atolladero, de este
tétrico sacrificio a los intereses oligárquicos locales y
transnacionales? La paciencia de mucha gente se ha agotado.
Oigo
hablar de que es preciso abrir un “proceso constituyente”, pero no hay acuerdo
sobre sus alcances. Para UPyD, se trata de abrirlo con la intención de
“refundar el Estado”, con propósito de poner coto a la deriva del llamado
nacionalismo periférico. Para otros, se trata de regresar al punto de partida,
con ánimo de establecer una República, un sueño que, visto lo visto, empieza a
cobrar forma en el ánimo de quien menos te lo esperas. Y los clásicos lo tienen claro: Julio Anguita cree
posible que tengamos una República dentro de un par de años, José Luis Centella
usa la palabra “pronto”.
Durante
el cónclave del PSOE también se habló de modificar la Constitución, para
introducir algunos principios que no están explícitamente fijados en ella y
para dar lugar a un Estado federal, suponemos que asimétrico, satisfactorio
para los nacionalismos periféricos.
Como
vemos, la idea de meterle mano a la Constitución está en el aire. Sin duda,
guarda relación con el terrible desencanto con respecto a los merecimientos de
la Transición que aqueja quienes tienen que vérselas día a día con las amargas
realidades. Dicho desencanto, muy justificado, excitado por la sordera
gubernamental, da alas al deseo de rehacer el sistema, de arriba abajo o en
parte sustancial.
Es muy comprensible, claro, pero me temo que estemos a punto de meternos
en un lío, por falta de consenso, y por una mezcolanza de temas y de voces,
siendo obvio el peligro de perder de vista
el verdadero problema, que no es otro que el encontrar la manera más
inteligente de hacer frente a la Bestia neoliberal y neoconservadora que nos
está arrastrando a las crueles
coordenadas maltusianas y
ricardianas del siglo XIX.
Seré
sincero: la situación me parece tan dramática que no considero oportuno meternos
en un debate constitucional, ni total ni parcial. Pues solo contribuiría a
dividir a quienes nos oponemos al presente estado de cosas y a marear y amedrentar
a millones de votantes, eventualidad que, a no dudar, aprovecharía el PP, el
cual, en franco contraste con los descontentos, afirma que no se trata de
modificar la Constitución (aunque ya lo haya hecho en connivencia con el PSOE,
como se refleja en el infame artículo 135). La situación nos obliga a
reflexionar.
La
Constitución de 1978 tiene sus defectos, desde luego, pero no se crea que es
tan sencillo escribir la Constitución perfecta. Además, ¿estamos tan seguros de
que el problema radica en su espíritu y en su letra? A mi juicio, el problema radica
en su desarrollo, en el uso que se ha hecho de ella, e incluso en el olvido de
algunos de sus párrafos más enjundiosos.
Y
por otra parte, ¿estamos seguros de que, activísima todavía la Bestia
neoliberal, no podríamos ver laminados precisamente los artículos de mayor
contenido social, escritos cuando todavía regían en el mundo los principios que
justificaron la creación del Estado de Bienestar y la construcción de la clase
media? Dada la actual correlación de fuerzas, bien podríamos ir a por lana y
volver trasquilados.
Aparte
de que nos ha servido para entendernos, como texto de referencia común, la
Constitución de 1978 tiene potencialidades inexploradas. Fue escrita –insisto– antes de que
la Bestia neoliberal levantase la cabeza.
Después de haber contribuido a la redacción
del texto constitucional, habiéndolo hecho suyo aunque no le gustase del todo,
Manuel Fraga hizo notar que se podía hacer “lectura socializante” de esta
Constitución. Lo que nos indica
que puede ser de suma utilidad contra la Bestia neoliberal. Porque nada tiene
de neoliberal, con la sola excepción del artículo 135, calzado en el texto con
nocturnidad y alevosía en agosto de 2011. ¿Por qué no se ha hecho esa “lectura
socializante”? Por la deriva de todo el sistema político hacia las coordenadas
del neoliberalismo con la inestimable colaboración de lo que se dado en llamar
“izquierda responsable”…
Por
lo pronto, haríamos bien en exigirles al PSOE y al PP que se comprometan a eliminar cuanto antes ese
artículo 135, cuya sola presencia prostituye el documento y deja el destino de
los españoles en manos de usureros de por aquí y de por allá. El solito
convierte nuestra Constitución en papel mojado, e invita introducir en ella,
morbosamente, del mismo artero modo, tal o cual capricho particular, como puede
invitar a arrojarla en bloque a la papelera de la historia. Borrado ese
artículo, la Constitución recuperará su seriedad y su utilidad, ahorrándonos, sin duda, muchos
disgustos.
Como los ánimos están encrespados y la situación es insoportable, hay
que tener cuidado con las subidas de testosterona y con los errores de cálculo.
No olvidemos que nos encontramos ante un asunto de poder. O la Bestia
neoliberal o nosotros. Y para salir bien librados no podemos dividir nuestras
fuerzas, ni tampoco ir por la vida atacando a diestra y siniestra. Con esto
quiero decir, en primer lugar, que la cuestión Monarquía o República no es
ahora lo principal.
La pelea
entre republicanos y monárquicos haría las delicias de la Bestia neoliberal,
tanto más campante cuanto mayor sea la división y la ingenuidad de sus
oponentes. Idealizar la República podría ser, a la luz de nuestra experiencia,
tan pueril como idealizar a la Monarquía. Y como este es un asunto de poder,
creo que lo primero de todo, antes de emprenderla contra el Trono, es averiguar
de qué lado están don Juan Carlos y su hijo.
La Monarquía
pudo ser instaurada y pudo mantenerse sobre el principio de que daría cobertura
a todos los españoles y no sólo a la mitad. Y su perduración depende ahora de
que la veamos y la sintamos de nuestra parte. Si el rey y su hijo se avinieran
a utilizarla como simple herramienta de los intereses oligárquicos, entonces
sus días estarían contados, como ellos son los primeros en saber. Entiendo, por
lo tanto, que no es nada inteligente amenazarles en vano y ponerlos a la
defensiva antes de saber de qué
lado están, algo que, en rigor, a pesar de algunos detalles inquietantes, no es
evidente en estos momentos. Sería una torpeza poner a la Monarquía en la acera
de enfrente, a priori, sin darle ocasión a expresarse con la debida formalidad. Porque, como he dicho,
estamos ante un asunto de poder, siendo de sentido común unir fuerzas.
En
la misma línea, diré que no me
pareció feliz que en el cónclave del PSOE se eligiese este momento para
plantear secamente la plena separación de la Iglesia y el Estado. Que esta es
una de las asignaturas pendientes ya lo sabemos. Pero hay que andar con cuidado
en este tema, pues, insisto en ello, nos encontramos ante un
asunto de poder. Y a nadie se le oculta que no es lo mismo contar con el apoyo
de la Iglesia que con su enemiga. Y que, como en el caso de la Monarquía, no
conviene guiarse por prejuicios, sino por hechos, por los hechos de hoy y de mañana, ¿Está la Iglesia de parte
de la Bestia neoliberal o en contra?
Dar pábulo a las tendencias
anticlericales podría tener por
desdichada consecuencia segar la hierba bajo los pies de los católicos que se
oponen a dicha Bestia, encabezados, en estos momentos, por el papa Francisco. Tal
y como están las cosas, me parecería una torpeza, ya se trate de perpetrarla
por unos miles de votos, por una cuestión de principios, por viejas pendencias,
o simplemente para encubrir una falta de iniciativa en el verdadero campo de
batalla.
En
resumidas cuentas, atendiendo a la correlación de fuerzas en España y en el
mundo, atendiendo a nuestros antecedentes históricos, creo que sería un error
entregar graciosamente a la Bestia neoliberal el usufructo de la Constitución,
de la Monarquía y de la Iglesia. ¿O cree alguien que se podrá hacer frente a
la oligarquía chantajista en plan adánico? ¡No seamos
ingenuos! Sin Constitución, metidos en la batalla entre monárquicos y republicanos, subdivididos a su vez en facciones, metidos en una pelea entre católicos y no católicos, amedrentada y confundida la gente, contando con la cortedad de nuestro ejercicio democrático, ¿cuál sería nuestro destino?
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