Por fin, al cabo de cinco días, nada menos, el juez ha excarcelado a nuestros dos titiriteros… Pero, ay,
con una justificación que demuestra que seguimos metidos en un bucle de lo más
inquietante. Se nos hace saber que ya no representan ningún peligro para la
sociedad, no habiendo riesgo de fuga, no habiendo riesgo de “reiteración
delictiva […] en razón de que ha sido incautado judicialmente todo el
material”.
Increíble pero cierto: el teatrillo y los monigotes se encuentran en
poder de las autoridades. Si ya es fuerte imaginar a la bruja, a don Cristóbal y demás títeres en el
espacio reservado a bombas de relojería y quién sabe qué mecanismos peligrosos,
me estremece imaginar cómo se encuentran los artistas, privados de
su por definición simpatiquísimo e inofensivo medio de expresarse.
La
señora Carmena acaba de declarar que es una “buenísima noticia” que los
artistas, por fin conocidos por sus nombres, Alonso Lázaro de Lafuente y Raúl
García, hayan sido excarcelados. También para mí lo es. Se diría que la
alcaldesa y yo temimos que no hubiera nada que hacer dada la magnitud de los
cargos y la implacabilidad kafkiana del mecanismo.
Ahora
bien, atención, porque libres en el sentido que he demandado en mi apunte
anterior no lo son en absoluto. No solo se ven privados de sus monigotes y de
su teatrillo; también de sus pasaportes. Todos los días tendrán que acudir a la
comisaría, y los cargos (“enaltecimiento del terrorismo”, “incitación al odio”, etc.), no han
sido retirados. Les espera a lo que parece un calvario burocrático, a saber con
qué final desgraciado en forma de multa o de enchironamiento, de acuerdo con la
modalidad represiva que se encuentra en pleno rodaje.
Como el lector ya habrá
advertido, llamo artistas a Alonso Lázaro y Raúl García. Lo son y como tales
deben ser tratados y defendidos, sin merma ni limitación. Merecen, por lo tanto,
el respaldo de nuestros artistas e intelectuales, que en un asunto que les
compete tan directamente no deberían verse obnubilados por cuestiones
secundarias como el horario de la función, la falta de renombre de la compañía
Títeres desde Abajo o sus proclividades anarquistas. La mema presunción de que
la cosa no va con uno es de lo peor, y prefiero no poner ejemplos históricos.