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viernes, 2 de mayo de 2014

SINVERGÜENZAS, S. A.

     Thomas Piketti ha saltado a la fama con su libro El capital del siglo XXI, en el que queda bien claro que los Estados Unidos ya han regresado al siglo XIX a juzgar por el grado inconcebible y creciente de desigualdad  social; el famoso 1% se queda con la parte del león, que es de lo que se trataba.
     En Europa vamos con cierto atraso, en la misma dirección, en España acelerando. Nuestros primates y oligarcas se frotan las manos, encantados, sin que nadie les estorbe su genial alineamiento con el movimiento de sus pares europeos y norteamericanos.
     Si esta revolución de los muy ricos ha sido dañina para la salud de las democracias asentadas, para la nuestra es potencialmente letal. Nótese la creciente desafección que inspiran la Monarquía y la clase política. En Estados Unidos la revolución de los muy ricos se llevó a cabo por etapas, dosificando palos y zanahorias, aquí quemando etapas y solo a palos. No es sorprendente, por lo tanto, esa desafección, ni tampoco que se oigan tantas voces que aseguran que la Transición misma fue un fraude encaminado a este odioso resultado.
    ¿Hay algún margen para la esperanza? ¡Ya lo quisiera yo! Me amarga pensar que el buen rollo, conseguido a pesar de los pesares, se vaya al diablo, me da náuseas que los esfuerzos realizados por este país para mejorar la cohesión social se vayan por el sumidero de la historia, me espanta lo que veo venir.
    ¿Cuál ha sido la respuesta del poder a las protestas ciudadanas, legítimas, sostenidas y multitudinarias? Ay, amigos, no ha habido respuesta alguna. Silencio total, porque lo que se trae entre manos no se puede decir de puro sucio que es. Eso sí, el poder se relame  de gusto a la vista de todos, terne en su irresponsabilidad, como si estuviéramos ya en el siglo XIX y fuéramos aquellos “ciudadanos de alpargatas” a los que “los amigos políticos” no respetaban en absoluto. Ya tenemos, como los españoles del XIX, nuestro “turno”,  un formalismo conducente, a corto o a medio plazo, a una catástrofe, como nuestra propia historia nos ha dejado bien claro. A lo más que llega el poder establecido es irritarnos con sus supuestos éxitos, voceados a los cuatro vientos, como eso de que la crisis ha quedado atrás, una falsedad electoralista que hará historia. La clase dominante a recaído en el egoísmo cutre y descabellado que tanto dolor le ha costado a este país. No tiene perdón, ni veo de qué manera podría ganárselo.