Thomas Piketti ha
saltado a la fama con su libro El capital
del siglo XXI, en el que queda bien claro que los Estados Unidos ya han
regresado al siglo XIX a juzgar por el grado inconcebible y creciente de desigualdad social; el famoso 1% se queda con la
parte del león, que es de lo que se trataba.
En Europa vamos con cierto atraso, en la misma dirección, en España
acelerando. Nuestros primates y oligarcas se frotan las manos, encantados, sin
que nadie les estorbe su genial alineamiento con el movimiento de sus pares
europeos y norteamericanos.
Si esta revolución de los muy ricos ha sido dañina para la salud de las
democracias asentadas, para la nuestra es potencialmente letal. Nótese la
creciente desafección que inspiran la Monarquía y la clase política. En Estados
Unidos la revolución de los muy ricos se llevó a cabo por etapas, dosificando
palos y zanahorias, aquí quemando etapas y solo a palos. No es sorprendente,
por lo tanto, esa desafección, ni tampoco que se oigan tantas voces que
aseguran que la Transición misma fue un fraude encaminado a este odioso
resultado.
¿Hay algún margen para la esperanza? ¡Ya
lo quisiera yo! Me amarga pensar que el buen rollo, conseguido a pesar de los
pesares, se vaya al diablo, me da náuseas que los esfuerzos realizados por este
país para mejorar la cohesión social se vayan por el sumidero de la historia,
me espanta lo que veo venir.
¿Cuál
ha sido la respuesta del poder a las protestas ciudadanas, legítimas,
sostenidas y multitudinarias? Ay, amigos, no ha habido respuesta alguna. Silencio
total, porque lo que se trae entre manos no se puede decir de puro sucio que
es. Eso sí, el poder se relame de gusto a
la vista de todos, terne en su irresponsabilidad, como si estuviéramos ya en el
siglo XIX y fuéramos aquellos “ciudadanos de alpargatas” a los que “los amigos
políticos” no respetaban en absoluto. Ya tenemos, como los españoles del XIX,
nuestro “turno”, un formalismo
conducente, a corto o a medio plazo, a una catástrofe, como nuestra propia historia nos ha dejado bien claro. A lo más que llega el poder establecido es irritarnos con sus supuestos éxitos,
voceados a los cuatro vientos, como eso de que la crisis ha quedado atrás, una
falsedad electoralista que hará historia. La clase dominante a recaído en el
egoísmo cutre y descabellado que tanto dolor le ha costado a este país. No tiene
perdón, ni veo de qué manera podría ganárselo.