Mucho se ha perorado últimamente sobre la “regeneración democrática” y
la “transparencia”, y ahora resulta que todo lo relativo a la tarea de formar gobierno se opera en la
trastienda del sistema, como en tiempos de Franco mismamente.
Los votantes del 20-D nos tenemos que contentar con una sucesión de
ceremoniosas escenas en Palacio y
con declaraciones a la prensa de los diversos líderes políticos, ya sea
equívocas o beligerantes, todavía en tonillo electoral y todas informales, nada informativas, polisémicas, con
segundas intenciones y, por ende, sofísticas. Es lamentable, ¿no creen?
Como demócrata que soy, no se me puede pedir que me tome a la ligera
este modus operandi
extraparlamentario. Me parece anormal, sospechoso, insano, oscurantista, nada
democrático, franquistoide, y
también una forma de retrasar sine die la obligación de que unos y otros
muestren sus cartas.
¿No es el colmo que los señores parlamentarios electos del PSOE no se
basten a sí mismos para tomar decisiones inaplazables, siendo considerado
normal que se vean presionados por elementos no electos de pasadas épocas? ¿No
es el colmo que el candidato a la presidencia del PP pase por alto la
obligación de exponer sus propósitos en sede parlamentaria, para ganar o para
perder apoyos con luz y
taquígrafos, como es debido?
Si el Parlamento
estuviera operativo, puestas ya las cartas sobre la mesa, ya sabríamos a qué
atenernos. Tendríamos ya presidente, o sabríamos ya la fecha de la nueva cita
con las urnas, con una ventaja añadida: tendríamos, además, los elementos de
juicio necesarios para ratificar o enmendar el voto del 20-D. Tal como están
las cosas, en este clima de secreteo y navajeo extraparlamentario, si hay
nuevas elecciones, iremos a las urnas como si en el ínterin hubiéramos estado en la luna de Valencia.