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sábado, 11 de mayo de 2013

SOBRE EL CONTEXTO DE ESTA CRISIS



   La crisis en que estamos metidos, crisis que se utiliza descaradamente para imponernos el rancio catecismo neoliberal (una mezcla repulsiva de laissez-faire económico y moral victoriana), me produce una sensación de déjà vu francamente insoportable. En el caso de España, como en el de Europa, tiene sus particularidades, pero en último análisis estamos ante una repetición, cuya colosal novedad es que, en lugar de espectadores y beneficiarios, somos las víctimas.
   Los cálculos económicos son obsesionantes, pero hay que levantar la vista y mirar en derredor. La pócima que nos vemos obligados a tragar ha sido ya apurada hasta las heces por los indonesios, por distintos pueblos sudamericanos, por los rusos, por los antes llamados yugoslavos y, desde luego, por los propios norteamericanos. Siempre la misma jugada, que incluye la desregulación, las privatizaciones, el saqueo de los bienes públicos y la dilapidación de generaciones enteras bajo las mismas barbas de los pueblos estupefactos. Esto está muy visto y responde a una trama que no es meramente económica. 
   Allá por el año 1948 el presidente Truman anunció que “el sistema americano” o “capitalista” sólo podría perpetuarse en Estados Unidos si se convertía en un sistema “mundial”. Por lo tanto, cualquier prurito “nacionalista” estaba fuera de lugar y habría que acabar con él por las buenas o por las malas.  Truman no hablaba por hablar. En ello estamos.  Y no es una mera cuestión de flujos de capital, como acreditan los drones, los sobornos y los nudos corredizos. Estamos, desde luego, ante un asunto de poder, de un poder oligárquico supranacional. El viejo Truman creía que su plan era beneficioso para el pueblo americano, y se llevaría una buena sorpresa al ver el sesgo tomado por su ambicioso plan.
   Allá por los años setenta, Henry Kissinger hablaba de los “países llave”. En lugar de dominar a todos y cada uno, lo más práctico  y lo menos llamativo era contar con un país dominante, sobre el cual delegar la dominación de los más flojos. En ello estamos también. El papel de Alemania me parece claro, a condición de no confundir a la oligarquía capitaneada por la señora Merkel con el pueblo alemán, ya camino del empobrecimiento.
  Recomiendo un pequeño repaso sobre lo mal que les ha ido a quienes se han salido del guión, desde Jacobo Abenz a Jaime Roldós, desde Lumumba a Milosevic, sin olvidar a Sadam Hussein. Bueno era Yeltsin, no Gorbachov, que se tuvo que ir a su casa. Y ya vemos lo que le está pasando al sirio Al Assad, el oftalmólogo, hoy retratado como un monstruo peor que  Gadaffi.
    Sobre los que pretenden defender los intereses nacionales, caen, como sobre Hugo Chávez, montañas de basura mediática. Como no parece prudente ir de lleno contra el nacionalismo económico, no sea que se despierte y se expanda, la artillería se dirige contra el “populismo”, la bestia negra de la gente bienpensante.
    Habiendo quedado el nacionalismo asociado a guerras atroces, los magos de la mercadotecnia lo han tenido fácil para vender las maravillas de la globalización y disimular de paso la ausencia de patriotismo que caracteriza a sus empleadores. Y es que, como dijo Marx, el dinero –que es de lo que se trata– carece de nacionalidad.
    Sorprende lo fácil que ha sido convertir a los Estados mismos, antaño orgullosos de sí, en meros lacayos de intereses transnacionales, siempre dispuestos a acogotar a los pueblos con mano de hierro. Por un lado tenemos los países llave, por el otro, en clara sintonía, a los Estados que son “llaves” para el dominio de las masas humanas que están a su merced.  Hemos llegado al punto en que se ha impuesto la loca creencia de que el antipopulismo militante es la suprema virtud de un político serio. No es casual.
    Como no es casual que Europa, considerada ayer como un todo, como un polo alternativo llamado a sustituir al soviético, con dulces perspectivas, esté hoy por los suelos, gobernándose abiertamente contra los intereses de sus ciudadanos. En cuanto se pudo decir (con Rifkin, en el 2004) que existía un “sueño europeo” en condiciones de tomar el relevo al destruido “sueño americano”, el tinglado se vino abajo. Y es que era molesto que hubiera algo razonable que oponer a las furias de Wall Street y, encima, con un euro en condiciones de erigirse en una alternativa al dólar. Dícese que Sadam Hussein se suicidó al anunciar que, en lugar de dólares, utilizaría euros, y que Gadaffi se la jugó en cuanto planteó la broma de una moneda africana con apoyatura en el oro. ¿Tonterías? Ya nos lo dirán los historiadores.
   No por casualidad, los conflictos entre naciones se han visto sustituidos por conflictos étnicos y religiosos, los cuales, debidamente atizados, han sido utilísimos para reventar, uno tras otro, varios Estados que ofrecían resistencia al plan de dominación global y que parecían indestructibles, más indestructibles que la Europa en construcción. Se diría que por ahí hay gente que ha tomado nota de la manera en que Hitler ocultó los problemas reales tras un antisemitismo de múltiples usos. Mucho me temo que le estén copiando.
   Los reventados han sido precisamente aquellos que molestaban de un modo u otro al despliegue de las mesnadas neoliberales. (He aquí, por cierto, un motivo de reflexión para nuestros “nacionalistas periféricos”, que deberán desconfiar de cualquier apoyo exterior que venga a infundirles ánimo. Pues hay expertos en el arte de reventar países, según el principio del “divide y vencerás”. )
    Estúdiese a cámara lenta la desintegración de la Unión Soviética y los hilos que movieron a tales o cuales elites independentistas. El caso de Chechenia merece ser estudiado con no menor atención que el de Kosovo.
   El sacrosanto principio de la autodeterminación de los pueblos es especialmente apropiado para ocultar maniobras de poder francamente inmundas, cruelmente adversas al bienestar de los pueblos. ¡Como no será que hasta se usa como pretexto para bombardearlos!
   No es cosa de que nos hagamos los tontos. Variaciones y modismos aparte, nuestra época se caracteriza por ocultar a propios y extraños lo que antes se llamaba lucha de clases, como se caracteriza por ocultar la explotación de los pueblos desde remotas instancias de poder. Todo se disimula bajo el disfraz de una confrontación étnica o religiosa,  por un lado, y, por el otro,  con aires de tecnocracia. Y esto sólo es posible por ejecutoria de unos líderes que en otros tiempos habrían sido tildados de “vendepatrias” y condenados al ostracismo. Parece contradictorio, pero no.   
    En todas partes, vemos surgir a personajes que dicen tener una mano muy firme para “servir al país”, al tiempo que lo venden sin contemplaciones y sin regatear ni un poquito siquiera. Personajes como Menem, Yeltsin o Schröder aparecen como por arte de magia al mando de las operaciones… Y permítaseme que no de nombres actuales.
   Simplemente, se ha impuesto el novedoso criterio de que los gobernantes tienen el derecho y el deber de actuar  en contra de los intereses de la gente tras haberse apoderado de la legitimidad democrática. Por lo visto,  en estos tiempos de la democracia de audiencia,  dicha legitimidad está condenada a servir  mecánicamente a una serie de políticas antisociales, validando en todo momento la entrega de bienes y servicios  públicos al mejor postor. Con lo que queda asegurado, para el vendedor, un futuro dorado. Por lo visto, ir contra la gente es lo que distingue a lo buenos gobernantes. Porque ellos saben, siendo sus víctimas como niños pequeños. Claro que también Vikun Quisling sabía… En su tiempo el enemigo al que había que venderse se llamaba nazismo. El de hoy, capitalismo salvaje. Desde una óptica extraterrestre, sin embargo, Quisling y los actuales vendepatrias serán pulcramente clasificados en el mismo archivo.
   Esta crisis no es solo lo que parece (un accidente, un error, la obra de unas manzanas podridas, etc.): hay que estudiarla en su contexto. Aunque uno se quede sin dormir.