Mostrando entradas con la etiqueta crisis. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta crisis. Mostrar todas las entradas

lunes, 2 de diciembre de 2013

¿ESTAMOS PERDIDOS?


     Cuando la crisis dio comienzo, fuimos avisados: como no era cuestión de abandonar el euro, el único modo de no reventar en el sitio era que aceptásemos una rebaja espectacular del precio de personas y de cosas. 
    Y de rebajas continuamos, metódicamente, lo que complace a las más altas instancias planetarias y locales,  pues ya entra dinero, y toda clase de buitres se interesan por nuestros despojos, alzándose con los primeros beneficios de la carnicería. El gobierno se muestra especialmente satisfecho y nos da las gracias por los sacrificios realizados, como si hubieran sido los últimos.
    Está claro el modus operandi. Lo que para algunos no está claro es hasta dónde vamos a llegar por este camino. El deseo de volver a la normalidad es muy fuerte, comprensiblemente. El problema es que la Bestia neoliberal no piensa como usted, buen amigo. Si por ella fuese, se comería a la gallina de los huevos de oro de una sola sentada. Si no lo ha hecho ya es porque tiene un cerebro de parásito, que le aconseja proceder por etapas, un poquito por acá, otro por allá. Lo que menos quiere un parásito es que se le muera la víctima.  Cuanto más le dure, mejor. No por otro motivo el drama sucede tan ceremoniosamente, con los imprescindibles formalismos democráticos. Al final sólo quedará la osamenta, una estampa africana.
    Cuando los españoles valgamos un poquito menos que los chinos, habremos llegado al grado ideal de abaratamiento. Pero ya no seremos nosotros. Ya no pediremos justicia, sino piedad.
    ¿Pero es que una cosa así es posible en España, en Europa? Por cierto que sí. La misma Bestia que se nutre con nuestra sangre y la de nuestros hijos, que negocia con la de nuestros nietos y bisnietos, es la que nos ha hablado de “guerras humanitarias”, la misma que ha bombardeado ciudades enteras so pretexto de capturar a un solo hombre, la misma que está expoliando el planeta y hambreando a millones de seres humanos. La misma. Su respeto por el ser humano es nulo, y si pretende convencernos de que lo tiene en alta estima, miente. Por eso es inútil pedirle que retire el maldito alambre de cuchillas.
    Hace no mucho tiempo, las gentes bienpensantes de Europa no se sentían para nada identificadas con los fugitivos del drama africano, con los espaldas mojadas mexicanos, ni con las ratas de río en general, y hasta disfrutaban comprando cosas salidas de talleres esclavistas.  Pero ahora se disipa el espejismo. Resulta que el alambre de cuchillas está un poquito más allá, por este camino. Más pronto o más tarde nos daremos de bruces con él.
   A ver si nos enteramos de una vez de que la Bestia neoliberal no hace distinciones, de que es capaz de dejar morir a millones de personas con la misma frialdad burocrática de los nazis.  ¿Por qué tendríamos que ser nosotros una excepción? “El pez grande se debe zampar al más chico”. El principio también inspiraba a Hitler. La filosofía de fondo es la misma, como la aspiración al dominio total del planeta, como la demencia.  Por eso no me canso de repetir que o la Bestia neoliberal o nosotros. 

jueves, 31 de octubre de 2013

¿ES USTED POBRE O INDIGENTE?


   La cita que viene a continuación procede de Jeremy Bentham (1748-1832), es decir de la época inaugural del capitalismo salvaje, hacia cuyas coordenadas nos vemos empujados por horda neoliberal y neoconservadora.
   “La pobreza –escribía Bentham– es el estado de cualquiera que, para subsistir, se ve obligado a trabajar. La indigencia es el estado de aquel que, siendo desposeído de la propiedad, está al mismo tiempo incapacitado para el trabajo, o es incapaz, incluso trabajando, de procurarse los medios que necesita.”
   No hace tanto tiempo, al traer a colación esta cita en ambientes cultos o semicultos de tipo bienpensante, yo cosechaba alguna sonrisa despectiva, como si la cosa no fuese con ninguno de los presentes. ¡Qué arcaico ese tal Bentham! ¡Vivir sin trabajar como prueba de no-ser-pobre!
     El problema es que ya hemos retrocedido hasta el punto de que Bentham vuelve a dar en el clavo. Hoy, cuando millones de ciudadanos han descubierto de súbito que la ruina estaba allí mismito, delante de la nariz, y que todo dependía del sueldo, para nada seguro, se acabaron las bromas. Ya no queda ánimo ni para el buen humor negro de toda la vida.   
    Sin ir más lejos, yo tengo que apechugar con mi condición de indigente. Claro que, siendo un escritor, no es de extrañar. Acostumbrado estoy a llevar en mi pecado la espantosa penitencia.
   Pero aquí el problema no soy yo, ni los de mi especie. Lo gravísimo es que millones de personas trabajadoras y sensatas de diversas edades se vean condenadas a la miseria.     
     Porque no creo que tarden mucho en recordar lo que escribió Fichte, contemporáneo de Bentham: “Aquel que no tiene con qué vivir no debe reconocer ni respetar la propiedad de los otros, ya que los principios del contrato social han sido violados en su contra.” La regresión tiene un precio y las lecciones de la historia son abrumadoras tanto para los esclavos como para los amos. Vamos en línea recta hacia la descarnada repetición de las viejas confrontaciones. 

domingo, 16 de junio de 2013

DE SOSPECHOSOS, IMPUTADOS Y ENCARCELADOS


   Mientras se  perpetran “los recortes” de menos a más en perjuicio de la gente, van saliendo a la luz diversas historias  de pícaros y de amigos lo ajeno protagonizadas por personalidades que pertenecen a la trama del poder.
    Para mí, como para cualquiera que tenga que sudar por unos euros en condiciones de precariedad tercermundista, las cantidades distraídas, sustraídas, movidas o regurgitadas son alucinantes, por no hablar de lo fáciles y poco sofisticadas que han sido las operaciones, realizadas bajo las mismas barbas de las autoridades. 
    Policías, fiscales, jueces y periodistas se ven obligados a hacer horas extras. Los escándalos se suceden, cada vez con nuevos personajes bajo sospecha. Unos casos tapan a los otros, o los potencian, dejando entrever redes mafiosas de diversos tamaños. Aunque cualquier intento de estar al día causa dolor de cabeza, las historias son seguidas con un regusto perverso, como si cada filtración sumarial tuviese el sentido de una represalia.
    El horizonte se ennegrece. Pues seguirán los recortes y aparecerán más trapos sucios, más asquerosos cuanto mayores sean los sufrimientos de la gente. Hasta que la cosa reviente por alguna parte, antes de que los jueces hayan culminado los laboriosos procesos que se traen entre manos. Judicialmente, esto va para largo, por la propia naturaleza de la justicia y por los obstáculos que generan los peces gordos cuando se ven acorralados.
     El cuadro se ha complicado hasta extremos grotescos porque aquí nadie ha asumido lo que se entiende por responsabilidades políticas, quizá porque no hay nadie que entienda de ellas ni lo más mínimo. Sospechosos, pringados y cómplices se han puesto de acuerdo en que lo mejor es una bravísima huída hacia delante, sin mirar atrás ni a los lados.
    En el caso del PP esto es especialmente grave, por cuanto opera en función de su mayoría absoluta. Se lo ve decidido a continuar con su plan de recortes y medidas retrógradas, como si tal cosa fuese posible cuando se va con el depósito de autoridad moral  completamente vacío. ¿Puede el país vivir así? 
   El PP confía ­–al parecer­– en que los procesos se alargarán indefinidamente, en la aparición de algún cabeza de turco, en algún tropiezo legal como el que salvó a Naseiro, o en el hallazgo de trapos sucios, como los de CIU, en el campo de la oposición. Pero, ay amigos, no nos puede pedir que entremos en ese juego, pues nos estamos jugando la supervivencia. Y porque además no necesitamos esperar a que los jueces terminen de depurar las responsabilidades concretas y particulares de tales o cuales sospechosos. Porque ya sabemos lo que debemos saber, porque ya hemos tomado nota, porque ya hemos captado lo que todos estos casos, no sólo los que afectan directamente al PP, tienen en común, empezando por el desprecio del interés general.
    Ha resultado que los mismos que aspiran a convertir nuestro Estado en un Estado mínimo son unos auténticos profesionales en el arte de meter mano a los dineros del contribuyente y de emplear sus resortes para ganar más dinero, ha resultado que los mismos que reclaman austeridad y nos acusan de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, llevan muchos años de juerga.  
   Aquí lo grave no es que tal o cual haya hecho esto o lo otro, sino la mentalidad que ha hecho posible estos enjuagues y compadreos, tan inocentes ellos. Y nada de esto nos pilla desprevenidos porque sabemos qué tipo de chorizos hay allende nuestras fronteras, porque nos conocemos de memoria la historia de las cajas de ahorros norteamericanas, porque hemos estudiado el caso Enron, porque sabemos que chorizos hay hasta en el Vaticano. Todo resultado de la misma mentalidad neoliberal, cuyas horas están contadas, en el mundo entero, pero también aquí. Bien entendido que nos espera un tramo largo y sumamente avieso.

lunes, 3 de junio de 2013

FANTASMAS


     La memoria histórica está poblada de fantasmas, de advertencias de ultratumba. Pongo por caso el fantasma de Alejandro Lerroux, sobre  cuyo Partido Radical pivotaba –no sin extravagancia– el equilibrio del sistema republicano. Un personaje nefasto.
    Lerroux engañó  reiteradamente a sus electores, para acabar naufragando en el piélago de la corrupción, lo que le autoriza a presentarse como fantasma. Mientras se las daba de centrista, don Alejandro jugaba en clave derechista, sin reparar en las consecuencias. La cosa se complicó cuando un par de aventureros, los señores Strauss y Perl, lograron hacer pasar por  un asunto de habilidad un juego de azar concebido para desplumar a los incautos (en honor de estos caballeros se formaría, tras un desplazamiento semántico, el neologismo “estraperlo”). A cambio de sobornos, los dos pícaros lograron que los radicales les permitiesen operar dentro de la legalidad. Don Alejandro recibió  un reloj de oro.
   Vino luego, sobre la marcha, otro escándalo, el del naviero Tayá. Los radicales se vieron pillados con las manos en la masa. El pueblo tomó medidas drásticas con motivo de las elecciones de febrero de 1936. La poderosa formación de Lerroux pasó de ochenta diputados a solo ocho. Tan justo castigo, vistas las cosas con la debida perspectiva, contribuyó a sacar de quicio el sistema republicano, una cruel ironía que el fantasma me hace notar con oscuros propósitos.
    De paso, el fantasma de don Alejandro arguye que lo suyo, lo del reloj de oro y los tocamientos con Tayá, fue una minucia.  “Un reloj no es un Jaguar”, etcétera. Hasta se ha atrevido a decirme que los españoles de hoy somos menos sensibles a la corrupción que los de su tiempo, a lo que debemos tanta estabilidad, lo que ya son ganas de embromar. “El remedio puede ser peor que la enfermedad”, me dice, con aire maligno, dando a entender que, siendo enorme el tumor en la actualidad, el bisturí podría matar al paciente. Ya se sabe cómo son los fantasmas, la poca gracia que tienen. Insiste siempre en que lo de entonces no era nada comparado con lo de ahora, si atendemos a la cuantía de los dineros circulantes y a lo alevoso de las mentiras. Hasta el punto de que no entiende cómo es posible que el gobierno no haya caído.
   Hay muchos fantasmas por ahí. Hay un cardenal Segura que se parece mucho a Rouco. Pero quizá el que más me molesta es uno, borroso y de pocas palabras, que  debe ser el del general Franco. Este fantasma sostiene que, aunque buena para otros países, la democracia liberal es fatídica para los españoles, por razones que explica muy mal pero que ilustra con ejemplos del pasado y, horror de horrores, y esto con delectación y suficiencia, del presente, tomados directamente del periódico. “No se os puede dejar solos”. Me hago, claro, el distraído, pero no dejo de preguntarme qué se debe hacer al respecto.  Porque, señores, ¿cuál es el modo  más seguro para impedir que el tiempo le de la razón? 

sábado, 1 de junio de 2013

INVOLUCIÓN


     Que la crisis no es meramente económica se ve claramente en el uso que se hace de ella para manipular las conciencias con vistas al sometimiento de la población. Si algo se mueve es en sentido retrógrado,  a grandes o pequeños pasos, pero sin ninguna vacilación, inexorablemente, sin tope conocido. Si alguien cree que las "reformas" han terminado, se equivoca medio a medio. Simplemente, están siendo dosificadas. Sólo terminarán cuando ya no nos reconozcamos a nosotros mismos en el espejo.
   Durante décadas, España fue hacia arriba. Ahora va hacia abajo, no sólo en lo económico. No es un fenómeno meramente español, pero no veo en ello una disculpa. ¿Acaso teníamos que ser tan poco originales? El despertar de nuestro sueño europeo será, si las cosas siguen así, de tipo africano, de lo que, en todo caso, habrán sido tan responsables los tripulantes de la derecha como los de la izquierda.
    La cosa pinta mal. Mientras la izquierda se complica la vida y se dedica a dar bandazos entre la indecisión, la acomodación y unos planteamientos poco realistas, la derecha se ha olvidado del centro.
   Vuelvo a sentir el ciego choque de placas tectónicas que deseábamos dar por definitivamente superado en aras de un equilibrio inteligente y constructivo. Parece que todo habrá que decidirlo, a cara o cruz, maniqueamente, en las próximas elecciones, como si no fuera a haber elecciones nunca más. Y esto también es pura involución, de la que nada bueno cabe esperar, salvo una escalada de provocaciones y absurdidades. Dejando aparte a cuestión de quién empezó primero a irritar al contrario, resulta obvio que, resucitados Smith, Ricardo, Malthus, Spencer y Pío IX, veremos resucitar, más pronto o más  tarde, a Lenin y a Trotski.
     La aplicación del ideario neoliberal y neoconservador por parte del Partido Popular nos conduce  hacia una sociedad piramidal, jerarquizada, en la cual el dinero, el saber, la seguridad y la libertad serán  monopolizados por unos pocos. ¡Al diablo con los esfuerzos puestos en la cohesión social! El rico no tendrá que preocuparse por su salud, ni por su porvenir, el pobre todos los días a todas horas, hasta el último aliento. Regresamos al siglo XIX. Según se mire, a cámara lenta, o a toda velocidad. Lo que, según nos enseña la historia, no quedará impune. La cosa siempre ha ido fatal cuando la derecha oligárquica se ha encastillado en su egoísmo y su prepotencia. Y desgraciadamente, la derecha inteligente y templada es una especie en extinción. Queda la otra,  la que, dándoselas de original, es capaz de jugar con fuego.
    ¿Es normal que la religión reaparezca como tal religión en el programa de estudios, con nota y todo?  ¿Es normal que se proyecte una ley contra el aborto similar a la que impera en El Salvador, donde está prohibido hasta en el caso de que la vida de la madre corra peligro y el feto sea anencefálico? Normal, no. Quiere decir que vamos hacia una edad oscura, lo que es anormal y ajeno a la sensibilidad de la mayoría de los habitantes de este país.
   En los inicios de la revolución de los muy ricos, en cuya estela se sitúan estas novedades retrógradas, se invirtieron enormes sumas de dinero en el relanzamiento de la religión en los Estados Unidos. Por un lado, se asfixia económicamente a la gente, por el otro se le ofrece la religión como consuelo y como motivo de exaltación. En lugar de justicia, caridad. Ronald Reagan no sólo apelaba a Milton Friedman. Se presentaba como un seguidor del patético predicador Jerry Falwell, el líder de la Moral Majority. La difunta señora Thatcher predicaba las virtudes del neoliberalismo económico y simultáneamente pedía un retorno a la moral   victoriana. Y encima, ambos dos, Ronnie y Maggie como les llamaban sus adoradores, se las daban de avanzados, de defensores de la libertad (igual que nuestros Wert o Gallardón, cuyo "centrismo" ha quedado al descubierto)…  
  ¿Es  normal que desde la televisión pública se invite a los parados a rezar y que se recomiende, en plan años cincuenta, no sé qué decoro a nuestras jovencitas? ¿Es normal que se multipliquen las radios y los canales que emiten en una clave religiosa que realmente no parece europea? Por lo visto. Todo ello viene en el mismo paquete, de tipo involutivo, que a no dudar será respondido con planteamientos de signo contrario, asimismo regresivos de no mediar un milagro. Así, por ejemplo, el infeliz idilio  del Estado con la Iglesia  está pulsando fibras anticlericales  que creíamos olvidadas. 
   Vamos hacia atrás. Por ejemplo, ya se ha impuesto el dogma de  que lo más importante de todo en esta vida  (cuestión de vida o muerte) es  tener trabajo, sea cual sea, en las condiciones que establezca el patrón. ¡Qué tremendo retroceso! ¡Qué ganas de que los españoles nos busquemos la ruina como en tiempos de la República! No falta mucho para que la gente, en lugar de salir a la calle en defensa de las conquistas sociales amenazadas, tenga que hacerlo, simplemente, para pedir “pan y trabajo”. 
   Y ya hemos llegado al punto en que no es posible educar, pues hasta los niños nos saben víctimas de un alevoso atropello que les afecta directamente. Diríjase a un grupo de adolescentes, cante pedagógicamente las virtudes de nuestra democracia y de nuestra monarquía, y preste atención a las miradas, pero también a su propia voz.  Si le suena a hueco, si se siente hipócrita, ya me dirá.
   Esta involución amenaza con devolvernos al punto de partida, al drama de las dos Españas. Los argumentos –por llamarlos de alguna manera– que se oyen en el Congreso sólo dejan patente que hay un abismo entre la izquierda y la derecha, que donde uno ve blanco el otro ve negro. Y esa brecha en las alturas –que no se soluciona con compadreos de espaldas a la ciudadanía– se agrava en línea descendente, como puede atestiguar cualquiera que tome un taxi o se tome la molestia de leer los comentarios de los lectores de la prensa digital. ¿Y el buen rollo que tanto nos costó conseguir, se irá al diablo? ¿Y el trabajo de generaciones, también?  

sábado, 11 de mayo de 2013

SOBRE EL CONTEXTO DE ESTA CRISIS



   La crisis en que estamos metidos, crisis que se utiliza descaradamente para imponernos el rancio catecismo neoliberal (una mezcla repulsiva de laissez-faire económico y moral victoriana), me produce una sensación de déjà vu francamente insoportable. En el caso de España, como en el de Europa, tiene sus particularidades, pero en último análisis estamos ante una repetición, cuya colosal novedad es que, en lugar de espectadores y beneficiarios, somos las víctimas.
   Los cálculos económicos son obsesionantes, pero hay que levantar la vista y mirar en derredor. La pócima que nos vemos obligados a tragar ha sido ya apurada hasta las heces por los indonesios, por distintos pueblos sudamericanos, por los rusos, por los antes llamados yugoslavos y, desde luego, por los propios norteamericanos. Siempre la misma jugada, que incluye la desregulación, las privatizaciones, el saqueo de los bienes públicos y la dilapidación de generaciones enteras bajo las mismas barbas de los pueblos estupefactos. Esto está muy visto y responde a una trama que no es meramente económica. 
   Allá por el año 1948 el presidente Truman anunció que “el sistema americano” o “capitalista” sólo podría perpetuarse en Estados Unidos si se convertía en un sistema “mundial”. Por lo tanto, cualquier prurito “nacionalista” estaba fuera de lugar y habría que acabar con él por las buenas o por las malas.  Truman no hablaba por hablar. En ello estamos.  Y no es una mera cuestión de flujos de capital, como acreditan los drones, los sobornos y los nudos corredizos. Estamos, desde luego, ante un asunto de poder, de un poder oligárquico supranacional. El viejo Truman creía que su plan era beneficioso para el pueblo americano, y se llevaría una buena sorpresa al ver el sesgo tomado por su ambicioso plan.
   Allá por los años setenta, Henry Kissinger hablaba de los “países llave”. En lugar de dominar a todos y cada uno, lo más práctico  y lo menos llamativo era contar con un país dominante, sobre el cual delegar la dominación de los más flojos. En ello estamos también. El papel de Alemania me parece claro, a condición de no confundir a la oligarquía capitaneada por la señora Merkel con el pueblo alemán, ya camino del empobrecimiento.
  Recomiendo un pequeño repaso sobre lo mal que les ha ido a quienes se han salido del guión, desde Jacobo Abenz a Jaime Roldós, desde Lumumba a Milosevic, sin olvidar a Sadam Hussein. Bueno era Yeltsin, no Gorbachov, que se tuvo que ir a su casa. Y ya vemos lo que le está pasando al sirio Al Assad, el oftalmólogo, hoy retratado como un monstruo peor que  Gadaffi.
    Sobre los que pretenden defender los intereses nacionales, caen, como sobre Hugo Chávez, montañas de basura mediática. Como no parece prudente ir de lleno contra el nacionalismo económico, no sea que se despierte y se expanda, la artillería se dirige contra el “populismo”, la bestia negra de la gente bienpensante.
    Habiendo quedado el nacionalismo asociado a guerras atroces, los magos de la mercadotecnia lo han tenido fácil para vender las maravillas de la globalización y disimular de paso la ausencia de patriotismo que caracteriza a sus empleadores. Y es que, como dijo Marx, el dinero –que es de lo que se trata– carece de nacionalidad.
    Sorprende lo fácil que ha sido convertir a los Estados mismos, antaño orgullosos de sí, en meros lacayos de intereses transnacionales, siempre dispuestos a acogotar a los pueblos con mano de hierro. Por un lado tenemos los países llave, por el otro, en clara sintonía, a los Estados que son “llaves” para el dominio de las masas humanas que están a su merced.  Hemos llegado al punto en que se ha impuesto la loca creencia de que el antipopulismo militante es la suprema virtud de un político serio. No es casual.
    Como no es casual que Europa, considerada ayer como un todo, como un polo alternativo llamado a sustituir al soviético, con dulces perspectivas, esté hoy por los suelos, gobernándose abiertamente contra los intereses de sus ciudadanos. En cuanto se pudo decir (con Rifkin, en el 2004) que existía un “sueño europeo” en condiciones de tomar el relevo al destruido “sueño americano”, el tinglado se vino abajo. Y es que era molesto que hubiera algo razonable que oponer a las furias de Wall Street y, encima, con un euro en condiciones de erigirse en una alternativa al dólar. Dícese que Sadam Hussein se suicidó al anunciar que, en lugar de dólares, utilizaría euros, y que Gadaffi se la jugó en cuanto planteó la broma de una moneda africana con apoyatura en el oro. ¿Tonterías? Ya nos lo dirán los historiadores.
   No por casualidad, los conflictos entre naciones se han visto sustituidos por conflictos étnicos y religiosos, los cuales, debidamente atizados, han sido utilísimos para reventar, uno tras otro, varios Estados que ofrecían resistencia al plan de dominación global y que parecían indestructibles, más indestructibles que la Europa en construcción. Se diría que por ahí hay gente que ha tomado nota de la manera en que Hitler ocultó los problemas reales tras un antisemitismo de múltiples usos. Mucho me temo que le estén copiando.
   Los reventados han sido precisamente aquellos que molestaban de un modo u otro al despliegue de las mesnadas neoliberales. (He aquí, por cierto, un motivo de reflexión para nuestros “nacionalistas periféricos”, que deberán desconfiar de cualquier apoyo exterior que venga a infundirles ánimo. Pues hay expertos en el arte de reventar países, según el principio del “divide y vencerás”. )
    Estúdiese a cámara lenta la desintegración de la Unión Soviética y los hilos que movieron a tales o cuales elites independentistas. El caso de Chechenia merece ser estudiado con no menor atención que el de Kosovo.
   El sacrosanto principio de la autodeterminación de los pueblos es especialmente apropiado para ocultar maniobras de poder francamente inmundas, cruelmente adversas al bienestar de los pueblos. ¡Como no será que hasta se usa como pretexto para bombardearlos!
   No es cosa de que nos hagamos los tontos. Variaciones y modismos aparte, nuestra época se caracteriza por ocultar a propios y extraños lo que antes se llamaba lucha de clases, como se caracteriza por ocultar la explotación de los pueblos desde remotas instancias de poder. Todo se disimula bajo el disfraz de una confrontación étnica o religiosa,  por un lado, y, por el otro,  con aires de tecnocracia. Y esto sólo es posible por ejecutoria de unos líderes que en otros tiempos habrían sido tildados de “vendepatrias” y condenados al ostracismo. Parece contradictorio, pero no.   
    En todas partes, vemos surgir a personajes que dicen tener una mano muy firme para “servir al país”, al tiempo que lo venden sin contemplaciones y sin regatear ni un poquito siquiera. Personajes como Menem, Yeltsin o Schröder aparecen como por arte de magia al mando de las operaciones… Y permítaseme que no de nombres actuales.
   Simplemente, se ha impuesto el novedoso criterio de que los gobernantes tienen el derecho y el deber de actuar  en contra de los intereses de la gente tras haberse apoderado de la legitimidad democrática. Por lo visto,  en estos tiempos de la democracia de audiencia,  dicha legitimidad está condenada a servir  mecánicamente a una serie de políticas antisociales, validando en todo momento la entrega de bienes y servicios  públicos al mejor postor. Con lo que queda asegurado, para el vendedor, un futuro dorado. Por lo visto, ir contra la gente es lo que distingue a lo buenos gobernantes. Porque ellos saben, siendo sus víctimas como niños pequeños. Claro que también Vikun Quisling sabía… En su tiempo el enemigo al que había que venderse se llamaba nazismo. El de hoy, capitalismo salvaje. Desde una óptica extraterrestre, sin embargo, Quisling y los actuales vendepatrias serán pulcramente clasificados en el mismo archivo.
   Esta crisis no es solo lo que parece (un accidente, un error, la obra de unas manzanas podridas, etc.): hay que estudiarla en su contexto. Aunque uno se quede sin dormir.

sábado, 7 de julio de 2012

CRISIS GALOPANTE

   Ya estamos todos advertidos de que esto va a más, imparablemente. Las señales ominosas se multiplican. Si te dicen blanco, oyes negro. Si te dicen tanto, sabes que será el triple o más. Si te dicen que han tenido un éxito, te entran sudores fríos. Y es que te sabes en manos de un equipo de chantajistas y jugadores de ventaja, un equipo en el que, entre malvados y memos, hay juego más que suficiente para amargarte la vida  de aquí a la eternidad.
    Cada vez hay más gente que no puede leer el periódico o ver el telediario sin ponerse mal, sea por un acceso de ira, un acceso de miedo o de las dos cosas a la vez. ¿Interesa hablar de lo que está pasando? En parte sí, muchísimo, y en parte nada en absoluto, porque siempre es más de lo mismo, de la misma porquería. Es importante saber, desde luego, pero también lo es dormir y comer, no vaya a ser que uno se rompa antes de tiempo.
    Si empiezo a hablar del repago sanitario, de la prima de riesgo, de la miseria que gana una enfermera portuguesa, de las genialidades del Eurogrupo, de Rajoy tomando rápidamente la iniciativa para devolver el Códice con sus propias manos, de los planes del gobierno, de las trapisondas de Rato & Cía, del Barclays y demás conspiradores, etc., provoco en mi interlocutor, sólo en apariencia distraído, una efusión airada de datos complementarios, viéndome obligado a callar. Es evidente que mi interlocutor sabe mucho más que yo, a juzgar por su irritación, se diría que de tintes revolucionarios, trátese de un joven, de una ama de casa o de un jubilado.  Hasta me he sorprendido instando a tener un poco de serenidad a quien evidentemente ya se ha percatado de que la pasividad nos  ha conducido hasta este preciso lugar.
    Otras veces me topo con una especie de caparazón.  Mi interlocutor, viéndome venir, cambia bruscamente de tema, y no sabe cuánto se lo agradezco. Hay una tercera posibilidad, y es que me dejen hablar… Esto es malo. Porque si empiezo con cierta coherencia, con citas de Marx y de Naomi Klein, acabo presentando un cuadro de incontinencia verbal, con fuga de ideas y demás signos de perturbación gravísima.
     Hoy fui al banco, y ha desaparecido. No sé a qué hora de la noche se produjo la eliminación de esta sucursal recién reformada, allí presente desde hace tantísimos años, tan dada ayer mismo a mandarme cartas estimulantes y a hacerme por teléfono unas proposiciones incomprensibles y probablemente indecentes. En lugar del cajero automático hay una plancha de color verdoso  que lo dice todo.

martes, 19 de junio de 2012

PEDRO ARRIOLA, KARL ROVE Y LOS DEMÁS


   Tras el tremendo atentado del 11M –me acuerdo como si hubiese ocurrido ayer–Aznar le echó rápidamente la culpa a ETA, en el supuesto de que si las buenas gentes se tragaban esta versión en vísperas electorales, juntarían filas y votarían a Rajoy. ¿Cómo pudo atreverse a una jugada así?  Por el consejo de los expertos en mercadotecnia política.
     Desde hace tiempo las personas con mando en plaza, en lugar de leer libros serios y de consultar las cosas con la almohada, se dedican a consultar a estos “expertos”, gentes que, como el sociólogo Pedro Arriola, operan en la sombra, no al servicio del país sino al del cliente, al que llegan a anular. Si a Rajoy se le ocurriera hacer algo por los mineros asturianos, presentarse en la misma boca de la mina, por ejemplo, el gurú lo pararía en seco: son cuatro gatos, no hay que darles visibilidad, etc.
    Si queremos entender el modus operandi del PSOE en los inicios de la crisis (negación, brotes verdes…), y la forma en que actúa hoy el PP, haremos bien en recordar que aquí nadie mueve un dedo sin consultar al gurú. Así se explica que algo tan serio –e infumable– como la reforma constitucional se haya perpetrado durante las vacaciones, o que la noticia del rescate a la banca se haya producido precisamente un sábado por la tarde. 
    Se supone que los expertos, a diferencia de los arúspices consultados por los antiguos, todo lo pueden, dada la universal memez, y cabe la sospecha de que la democracia formal haya sido consentida en la medida en que efectivamente se puede manipular a grandes masas humanas, haciéndolas comulgar con ruedas de molino.  
     En cualquier caso,  de algo no me cabe duda: Edward Bernays, el autor de Propaganda,  es una de las personas que más daño han hecho a la democracia y al buen sentido de la humanidad. Un tipo nefasto, ya superado en perfidia por sus discípulos, y muy claramente por Karl Rove, cuyos recetarios se aplican a rajatabla entre nosotros.  
    ¿Por qué creemos que una legislatura entera fue consumida, en plan campaña electoral permanente, por una oposición empeñada en crear una confusión mayúscula en torno a la autoría del 11M, sin que a nadie le importase el daño que eso ocasionaba al país y al sistema político?  Hasta se nos dio a entender que Zapatero tenía algo que ocultar con respecto al atentado. ¿Por qué creemos que la siguiente legislatura se consumió en la faena de convencernos de la estulticie de Zapatero, atacándole siempre en los mismos puntos, viniera o no a cuento? Respuesta: por la aplicación de las recetas de Karl Rove, en mala hora importadas, pero, ay, de probada eficacia. 
    El político caído en las manos de su gurú acaba por vivir de espaldas a la verdad y a la mismísima realidad, como si fuera un vendedor de coches usados presto a inventar nuevos cuentos  si surge algún “problemilla”. Esto con olvido de su propia personalidad, si es que la tiene. Y no es un asunto sólo de gobernantes. Hasta el señor Divar, en situación airada, buscó consejo en algún gurú. Así se explica que nos diese una rueda de prensa espectacular, previamente ensayada. Si lo negaba todo, con voz firme, como se le habla a un can, podría salir bien librado. El poder se sube a la cabeza, como una droga, y con la ayuda de estos expertos puede esperarse hasta una precipitación en el ridículo más espantoso. La infalible fórmula puede fallar, oh novedad.
     Quizá la dictadura de la mercadotecnia política se esté acercando a su final, por las reacciones alérgicas, hoy espectaculares. Tomemos, por ejemplo, el caso de Rato. El afamado economista pudo creer que con una puesta de escena espectacular, con un cambio de nombre, y unos aires seguridad absoluta y de triunfal dinamismo saldría bien librado, y no. La técnica sólo le ha servido para quedar francamente mal. O el caso de Rajoy, que llegó al poder con un programa electoral redactado por expertos, un programa para ganar y no para ser cumplido, según el criterio de que se puede abusar indefinidamente de la buena fe de la gente. Ahora,  nuestro presidente pudo creer que con hacer estallar la bomba un sábado y con irse al día siguiente al partido daría la impresión de tener la situación bajo control, pudo creer que bastaría con alterar el lenguaje y convertir el “rescate” en un  “préstamo”...  Llegó a decir que, “solucionado el problema”, se iba al partido. Lo hizo todo en aplicación del manualito. Y hasta le puso una pequeña guinda: Que nadie fuera a creer que había claudicado ante los poderes que tenían en jaque a Zapatero. No. El que había exigido el dinero, como si se lo debieran, era él. ¡Faltaría más! Sólo a un mago de la publicidad se le pudo ocurrir una forma así de encadenar disparates para salir del paso.
    El ministro Montoro nos hizo saber, enfáticamente, que los hombres de negro no vendrán. Más de lo mismo. Cuestión de “imagen”.  Algo de lo que entendía Goebbels: “nuestros enemigos serán arrojados al mar”.  En realidad, no sabemos lo que piensa el señor Montoro.
    Recientemente, grandes empresarios españoles, todos a una, han lanzado una nada barata campaña de optimismo.  La ministra de trabajo ha dicho, según el manualito, que ya ve “luz al final del túnel”. Se hace saber a los depositantes de Bankia que ahora, bajo la protección del Estado,  realmente pueden dormir tranquilos. El  señor De Guindos acaba de afirmar con la mayor seriedad que España es un “país solvente”…
     Pero la técnica empieza a fallar, creo que por haber despegado todos de la realidad. Lejos de salirse con la suya, el sofista de manual acaba en ridículo, y provoca una irritación indescriptible.  Hemos llegado al punto de que cualquier afirmación provoca desconfianza, una desconfianza acumulativa y explosiva. Y esto es muy curioso y digno de reflexión, porque millones de personas manipuladas, tan manipuladas que hasta se asustaban cuando alguien les decía la verdad, presentan el cuadro alérgico completo.
    Quizá convenga tener en cuenta algunos factores. El primero es que los expertos en mercadotecnia política carecen de límites, y que como buenos mercenarios ponen su saber al servicio de cualquiera dispuesto a pagar, aunque se trate de una causa perdida. Hasta para lanzar un jabón hace falta tiempo. Pero hoy se actúa toda prisa, y sale lo que sale. Los éxitos de la propaganda, el arma número uno de la ingeniería social, el instrumento que llevó a la presidencia de Estados Unidos al indocto Bush jr, el instrumento utilizado para imponer el capitalismo salvaje donde parecía imposible, estos éxitos se han subido a la cabeza de los magos y de sus clientes, que empiezan a dar muestras de falta total de cordura.
    El segundo  factor a tener en cuenta es que el manualito de indecencias  y sofisterías ha impregnado hasta tal punto a las clases dirigentes que ya cualquiera, sin necesidad de consultarles, actúa como si les hubiese consultado, con la consiguiente multiplicación de las chapuzas. Así, el  improvisado y campechano “¡enhorabuena!” del rey a Rajoy por el préstamo sonó como una frivolidad.
    El tercero es que, para que una sociedad se trague una buena mentira, condición necesaria es un estado de relativa satisfacción colectiva. La técnica funciona mal cuando la gente está en apuros.
    Y el cuarto es que hace falta que la gente sea realmente mema para tragarse ciertas trolas. Los expertos se apresuran a tranquilizar al cliente, temeroso de hacer el ridículo y de contradecirse: da igual –le dicen– lo que piensen tales o cuales minorías intelectuales, pues lo único importante es hacer impacto en la sustancia gris de la masa, de la plebe o como se quiera llamar.
    El manualito empieza a fallar en nuestro país:  Por lo mucho que se ha abusado de él y también porque el proceso de atontamiento de las masas no está tan avanzado como en los Estados Unidos. Aquí no tenemos un 50 por ciento de analfabetos funcionales ni tampoco setenta millones de cristianos renacidos en disposición de creer cualquier cosa, aquí a la gente no se le puede dar gato por liebre sin pagar las consecuencias, sin quedar como un farsante, un embustero o un inepto, o las tres cosas juntas. Ya sabemos que, con el pretexto de la crisis, se pretende hacer retroceder la preparación de los españoles, de forma que lleguen a ser lo suficientemente manejables, pero, a diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos, aquí a esos pícaros el tiempo se les ha echado encima, cuando el país iba intelectualmente hacia arriba y no hacia abajo.
     Concluyo: no habrá estadistas ni políticos serios, a menos que los gurús de marras sean licenciados todos a la vez. 

viernes, 1 de junio de 2012

NO A UN GOBIERNO DE CONCENTRACIÓN


   Tres  profesores, Jesús Fernández Valverde, Luis Garicano y Tano Santos ( Universidad de Pennsylvania, London School of Economics y Universidad de Columbia respectivamente),  acaban de publicar en El País un artículo titulado “No queremos volver a la España de los 50”.  
   El diagnóstico que nos ofrecen es digno de reflexión, pero  la solución que se les ha ocurrido me parece una locura. Escriben: “España debe decir un claro sí a Europa, que es lo único que nos protege del peronismo empobrecedor [sic!], y que estamos dispuestos a pagar el precio que esto acarrea. Para ello, necesitamos urgentemente un nuevo gobierno, con apoyo de todos los partidos mayoritarios y de nuestros expresidentes, compuesto por políticos competentes y técnicos intachables con amplios conocimientos de su cartera.” Me parece una locura, aunque Felipe González nos haya prescrito el mismo remedio. Rechazo de plano un gobierno de concentración precisamente porque no quiero volver a los años 50. .
   Para empezar, me parece muy significativo que estos tres profesores, no por casualidad de Economía, nos vean a punto de sucumbir ante un “peronismo empobrecedor”. ¿Chocante, no? Al parecer, pretenden descalificar de antemano a cualquier intento de poner coto al capitalismo salvaje por el simple procedimiento de llamarlo “peronismo empobrecedor”.  De paso, alzando la bandera de Europa, nos dan a entender que debemos entender por Europa exactamente lo que entienden ellos y el señor Mario Draghi.
    Naturalmente, nos están proponiendo un gobierno de tecnócratas, pero, como se deduce de todo ello, los tres vienen cargados de ideología, bien que disimuladamente, como acostumbran ciertos economistas orgánicos.
   Nuestros tres profesores no tienen el necesario recuerdo de lo que pasó en este país cuando ciertos políticos inexpertos se  volvieron locos con la idea de un gobierno de concentración. Con la obsesión  de descabalgar a Adolfo Suárez a punto estuvieron de cargarse la democracia. No señor, nada de gobierno de concentración. En este punto prefiero guiarme por el criterio de Manuel Fraga Iribarne, el único peso pesado que no entró en el juego suicida de aquellos tiempos.
   Los españoles han elegido a Mariano Rajoy, y si éste no está a la altura de las circunstancias, habrá que llamarlos a las urnas otra vez. Que esto tiene sus riesgos, ya lo sabemos, pero, por favor, no ignoremos los riesgos, mucho mayores, de meternos en pasteleos margen de la legalidad democrática. Ahora le toca a Rajoy, lo haga así o asá. Lo que no se puede es pervertir a capricho el sistema que nos dimos en 1978. Si lo que les interesa es imponernos un Monti, que lo digan. Yo no lo quiero. No nos hemos dado una democracia para volver a los tiempos de López Rodó. Si la legislatura no llega a término, elecciones generales.
   El caso es que los tres profesores, no sabemos si por ingenuidad o con segundas intenciones,  dan por seguro que a los españoles nos inspira una gran confianza un equipo formado por supervivientes del proyecto de Rajoy y supervivientes de los equipos anteriores, con algún elemento fósil de gran prestancia. Creen que, si nos fuera dado contemplar lo bien que van del brazo González y Aznar,  Solchaga y Rato, Leire Pajín y Dolores de Cospedal, íbamos  a juntar filas con entusiasmo, decididos al sacrificio. Ojo, señores, mucho ojo: Ya se ha oído eso de “ni PSOE ni PP”, no se les olvide, porque un combinado así sería mortal de necesidad para nuestra democracia.