Hace años Vicente del Bosque se tomaba su cafelito en la cafetería La
Fuentona, donde ahora hay una silla con una plaquita en su honor. Yo le veía
con cierta frecuencia, como parte amable del paisaje de este barrio. Recuerdo a
un hombre grandón, nada pagado de sí mismo, con buenas vibraciones.
¿Y por
qué fue apeado de su puesto de entrenador del Real Madrid? ¿Acaso no ganaba
este equipo? Ah, fue por una cuestión
de “imagen”… Por lo visto, hacía
falta un tipo más resultón, un tipo arrogante, en la onda, fashion, etc. Y Del
Bosque se tuvo que ir por la puerta de atrás con todos sus triunfos, por otra
parte indiscutibles.
Entonces
nadie pensó que fuera a regresar por la puerta grande, de la forma más
impresionante que quepa imaginar, sin haber cedido ni un milímetro, sin haber
alterado su forma de ser, de entender la vida y el fútbol, sin cambiar de
peluquero, sin perder su sonrisa algo escondida.
¿Y
bien? Pienso que Del Bosque y sus jugadores, entre los que no he visto ningún
Cristiano Ronaldo ni tales o cuales signos de vedettismo, han dado una lección de buen hacer futbolístico y humano
sobre la que conviene reflexionar.
La cosa va más allá del fútbol. Porque si tenemos la España representada
por Del Bosque y sus jugadores, también tenemos la de los Boyer, Solchaga,
Rato, Solbes y De Guindos, la de los vendedores de humo, la de las burbujas, la de los que van de
listos y de engreídos. Que Del Bosque y los suyos nos representan mejor es cosa
segura, y además ganan, a diferencia de éstos y sus equipos, unos completos
inútiles.