Así se titula el libro de Javier
Chicote, subtitulado “Felipe y los felipistas. De Suresnes al club del millón
de dólares” (La esfera de los libros, 2012), un trabajo de muy recomendable
lectura, aunque deprimente.
Más que los nombres y apellidos y el montante de las ganancias, sin duda
espectaculares, lo que me llama la atención es el fenómeno en sí mismo, que no
dudo en poner en directa relación con la poquedad del socialismo que nos ha
tocado en gracia, caracterizado por una perfecta adecuación a los
requerimientos oligárquicos nacionales, europeos y atlantistas.
Algo parecido ha ocurrido con los socialistas de otras latitudes, no
menos acomodaticios, como acreditan los casos de Mubarak, Schröder y Blair,
miembros distinguidos de la Internacional Socialista.
No se trata simplemente
de un asunto de personas, pues cabe hablar de un síndrome –el síndrome del
socialista pudiente–, cuyo padecimiento algunos llevan con cierto disimulo,
pues, como es natural, quieren seguir siendo “socialistas” ante las buenas gentes…
y ser invitados como tales socialistas a las
tenidas del Club Bilderberg y a
tomar asiento en los consejos de administración, donde les cabe esperar un trato cuasi preferente.
No hay que confundir a las víctimas de este síndrome con los socialistas no pudientes que se han pasado a la derecha ostentosamente con aires de haber descubierto el Mediterráneo. Aunque no quepa ni la menor duda sobre que tanto aquellas como estos trabajan en sentido socialmente retrógrado, con sus particulares intereses por referencia suprema. Hace tiempo que los poderosos han descubierto las enormes ventajas que se derivan de tratar con mimo tanto a los enfermos como a los no enfermos.
No hay que confundir a las víctimas de este síndrome con los socialistas no pudientes que se han pasado a la derecha ostentosamente con aires de haber descubierto el Mediterráneo. Aunque no quepa ni la menor duda sobre que tanto aquellas como estos trabajan en sentido socialmente retrógrado, con sus particulares intereses por referencia suprema. Hace tiempo que los poderosos han descubierto las enormes ventajas que se derivan de tratar con mimo tanto a los enfermos como a los no enfermos.
Nada
nos puede sorprender que los sistemas políticos se hayan desplazado hacia la
derecha en todas partes, como
oportunamente señaló James Petras. Lo que sí me sorprende es con qué facilidad, como me
sorprende el caso de nuestros socialistas, y me preocupa, y mucho, ya de cara
al porvenir, pues el “no nos representan” también ha ido por ellos.
La gente empieza a cansarse del juego. Hay muchos votantes socialistas que se sienten burlados y
estafados, y a ellos no bastará con decirles “he entendido el mensaje” o cosa
parecida, ni les resultarán suficientes los avances referidos
a la igualdad de género, a los matrimonios homosexuales y al aborto, si se
dejan intocados los asuntos económicos más serios y perentorios, en los que no
le va a bastar al PSOE ir dos pasos por detrás del PP por el mismo camino de
perdición.
También me sorprende
que no haya excepciones claras, personalidades de referencia, insobornables, capaces
de decir algo, de mantener el rumbo, algún legítimo continuador de Pablo
Iglesias. Es como si, por así decirlo, a nuestro socialismo le hubiera faltado
su Fraga Iribarne, esto es, un líder capaz de evolucionar y de adaptarse al
espíritu de los tiempos pero sin pasarse de rosca, sin entrar en contradicción
consigo mismo y con sus seguidores, un líder desprovisto de la tendencia al
enriquecimiento fácil, bien armado desde el punto de vista intelectual, sin complejos… De seguir las cosas así, habrá que admitir que la derecha ha sobrellevado su necesaria puesta al día con menos daño para sus líderes que lo ocurrido en el campo de la izquierda. Los líderes de esta han acabado extrañamente irreconocibles. Una desgracia, sin duda, sobre la que habrá que reflexionar.