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lunes, 21 de septiembre de 2009

BASURA RADIACTIVA

Me dicen que, a no dudar, se encontrará la manera de reciclar la basura radiactiva “el día de mañana”… Basta un pequeño gesto de escepticismo para que mi interlocutor ponga cara de pocos amigos… Tomemos nota: lo nuclear se ha convertido en una materia tan delicada como la religión, por lo que nada tiene de extraño que las grandes promesas vengan en el lote.

Los fundamentalistas de la energía nuclear son, por lo que he podido comprobar, gentes de fe sumamente tercas. Creen que la capacidad técnica del homo sapiens es ilimitada y creen, de paso, en la bondad y en la seriedad del sistema en que vivimos.

Chernobil no les impresiona; ni se acuerdan de Three Miles Island ni del susto de Tokiamura… Las fisuras y los “pequeños fallos” de las actuales centrales no les quitan el sueño; la vetusta Garoña debería funcionar diez años más; el poder contaminante de los proyectiles de uranio enriquecido es un asunto secundario; está muy bien que Rusia y otros países en apuros se conviertan en vertederos para la basura nuclear europea…

Y ya puede la mafia calabresa hundir toneladas de basura radiactiva en el Mediterráneo y en aguas africanas, que ellos seguirán convencidos de que la humanidad está en buenas manos y la situación bajo control. Así nos va.

lunes, 15 de junio de 2009

EL CHANTAJE NUCLEAR

Los partidarios de la energía nuclear siguen muy crecidos, y ahora esperan que todos bajemos la cabeza, y hasta que aplaudamos la resurrección de Garoña.

¿Acaso se han resuelto lo problemas que determinaron el parón nuclear? No, nada de eso. La única novedad es meramente publicitaria, basada en la invocación de presuntas autoridades, no necesariamente versadas en asuntos nucleares.

Acabo de oír a Ramón Tamames. El ilustre economista ha disertando sobre la necesidad del relanzamiento nuclear, amparándose en la autoridad moral del señor James Lovelock, el anciano autor de la bonita historia de Gaia, y del señor Patrick Moore, uno de los fundadores de Greenpeace. Como estos dos personajes, presuntos campeones del cuidado de la salud planetaria se han pasado al bando de los partidarios de la energía atómica, quienes nos oponemos a esta movida debemos ser unos imbéciles.

Seré sincero: las citadas conversiones, como la de Felipe González y la de Mijail Gorbachov, sólo me interesan a título de curiosidad, como cotilleo, como indicación de cómo está patio e incluso como indicación de lo que me convendría opinar para hacerme grato a los ojos del establishment. Pero son irrelevantes. Vamos a lo serio: a la escasez de uranio, a la malignidad de la minería de este mineral y su procesado, al complejísimo problema de los residuos de las centrales, a la imposibilidad de garantizar la seguridad de éstas y a la corta vida que tienen, así como a los gastos inherentes a su clausura y a la eterna vigilancia de toda la porquería resultante.

Ante estos problemas técnicos, reconocidos como tales y obviamente no resueltos, la campaña a favor de lo nuclear luce como lo que es, como una hábil maniobra de mercadotecnia de los gigantes del sector, con ciertos visos de inconfesable chantaje al común de los mortales. Este es el mensaje: o aceptáis –y pagáis– nuevas centrales, o estáis perdidos. Me parece inaceptable.

lunes, 1 de junio de 2009

ENERGÍA ATÓMICA

  Asistimos a una formidable campaña en favor del relanzamiento de la energía nuclear. Se trata, nos dicen, de la única solución a nuestro inquietante problema energético. Y no por casualidad, en gentil coincidencia con la señora Ana de Palacio, nuestra ex ministra de Relaciones Exteriores devenida en asistenta del muy tétrico señor  Wolfowitz, Felipe González se ha sumado a esta campaña con aires de buhonero mayor, ya del brazo del señor Berlusconi. Del nucleares no, nos vemos compelidos a pasar al nucleares sí.

    No sin arrogancia y pillería, se propala la especie de que la energía atómica es una energía “limpia” y “natural”. Se da a entender que es “inagotable”, que las centrales de “última generación” son  segurísimas y que, por lo tanto, los detractores de semejante maravilla somos unos mentecatos.

   Gentes hasta ayer mismo hostiles a las centrales nucleares se van rindiendo en las tertulias y en las redacciones de los periódicos ante lo que parece una marea de sentido común. Lo que no tiene nada de sorprendente: detrás de los rapsodas de lo nuclear operan los gigantes del sector, unas transnacionales poderosísimas, encabezadas por la Westinghouse y la General Electric, cuya capacidad de influir sobre la opinión pública es sobradamente conocida.

   No soy un tecnófobo, y precisamente porque no lo soy no se me puede pedir que tome en serio la propuesta nuclear por una mera campaña de marketing. Tengo en cuenta, en primer lugar, que la construcción de nuevas centrales, si bien será muy lucrativa para los gigantes del sector, le saldrá carísima al pobre contribuyente.

   Y tengo en cuenta que nada se ha dicho sobre la poquedad de las reservas de uranio, ni tampoco sobre el temible poder contaminante de la minería y el procesado del mineral, con el correspondiente resultado de mineros enfermos y muertos, y con el inevitable envenenamiento de aires, tierras y de acuíferos.

   Tengo en cuenta que el problema de los residuos radiactivos sigue siendo el mismo de siempre, con un potencial destructivo incalculable. Tengo en cuenta que las centrales nucleares tienen una vida limitada y que las de “última generación” son estupendas sólo sobre el papel. Y no he olvidado la catástrofe de Chernobil, el accidente de Three Mile Island ni el susto de la central de Tokiomura, ni tampoco el intolerable secretismo antidemocrático que rodea este tipo de asuntos.

    No se me puede pedir que aplauda en ausencia de garantías. El comité alemán de sabios que se pronunció contra el relanzamiento de la energía atómica se expresó con rigor, no así sus partidarios, siempre dados al optimismo y al voluntarismo, incompatibles con la seriedad del asunto.  Y por último, ¿a quién le parece moralmente aceptable que las próximas cincuenta y cinco mil generaciones se tengan que hacer cargo de nuestras inmundicias radiactivas, en su condición de víctimas de nuestra incontinencia económica y energética? No se me puede exigir que me convierta en cómplice pasivo de semejante monstruosidad.