Desde hace tres décadas los predicadores neoliberales
se han dedicado a denostar al Estado en cuanto tal. Incluso, hablaron de
reducirlo hasta el punto de que fuera posible “ahogarlo en una bañera”, siempre
en nombre de la “libertad económica”.
De más está decir que, en realidad, nunca se les pasó por la cabeza liquidar
el Estado. Se trataba de conquistarlo y de reducirlo simple maquinaria de
extorsión y dominación al servicio de los peces gordos, lo que, por otra parte,
siempre formó parte de su esencia.
El
grueso de la artillería neoliberal cayó sobre el Estado de Bienestar o Estado
de Servicios. Este fue tildado de Estado-Niñera, de vampiro burocrático y
antieconómico, de fábrica de
holgazanes. De su historia y su razón de ser, ni una palabra. Se ha predicado
el bulo de que fue un invento de tiempos de vacas gordas, una forma de enterrar en el olvido que en Gran Bretaña se puso en pie en
tiempos de vacas muy flacas (como en España). Ni siquiera es casual que no
se hable de “Estado de Servicios”, por ser de mayor efecto hablar de “Estado de
Bienestar”; en tiempos malos bienestar suena a país de Jauja, a cosa
insostenible que pide a gritos unas tijeras o un hacha.
Siempre
se pasa por alto que entre los beneficiarios del viejo Estado de Servicios debemos contar no
solo al los trabajadores y los pobres. También fue de gran
ayuda para los empresarios y banqueros, en condiciones de operar sin tener que
hacerse cargo de todos los gastos de sus trabajadores y directivos, familias
incluidas. Hechos los cálculos, los empresarios y los banqueros de ayer
comprendieron que salían ganando si
contribuían al desarrollo del Estado de Servicios en el plano económico y, lo
que era vital, en el plano social, no fuera una revolución a estallarles en la
cara.
A
mediados de los años setenta del pasado siglo, los peces gordos se hartaron del
invento. Ya no querían pagar su parte. El proyecto de ir mejorando el Estado de
Servicios como parte del progreso fue arrojado a la papelera de la historia. Por
un lado, porque ya no era tan fácil hacer negocios facilones a gran escala
(shock del petróleo, competencia de países libres de grandes gastos militares
como Alemania y Japón); por otro
lado, porque los tiburones se habían
llevado una sorpresa muy desagradable para ellos. Los progresos realizados en
el plano de la cohesión social por medio del Estado de Servicios, no tenían por resultado, como ellos
habían esperado, unas sociedades
conformistas.
En efecto, los tiburones se toparon con la evidencia de que los pueblos relativamente
bien educados y bien servidos y atendidos querían más y no menos, como querían
más libertad. De modo que había que
meterlos en cintura por las malas, provocando un regreso forzoso al encuadre
hobbesiano, ricardiano, maltusiano y espenceriano. En cuanto se vio que la
Unión Soviética se venía abajo, cuando esos caballeros ya no le vieron ninguna
utilidad a tener “en libertad” las mejores escuelas y hospitales, los mejores
servicios públicos, dieron el carpetazo a lo social sin el menor escrúpulo. Sin
miedo a las consecuencias (los tiburones no son historiadores, ni sociólogos ni
estadistas). Y en ello estamos, ya
avanzado el proceso, conducente a la restauración de una desigualdad lacerante,
digna de épocas que creíamos felizmente superadas.
Ya pisoteado el contrato social, rotos
todos los frenos morales, estos caballeros remataron la jugada: ahora el Estado está a su servicio. Del
Estado de Bienestar de pasados tiempos hemos pasado al Estado de Servicios para
los Grandes Banqueros, Especuladores y Empresarios. Si sumamos las
subvenciones, terrenitos, facilidades, bonificaciones, descuentos, si sumamos las aportaciones de los
ciudadanos a estos vampiros por medio del Estado, descubriremos que lo que era
una niñera se ha convertido en una vaca. Los pobres y la clase media se quedan
con un poquito, a modo de consolación, y los peces gordos se llevan la parte del león. Hoy los tiburones arramblan con el grueso del “dinero social”
disponible, sudado por la gente hasta la última gota, y encima con el dinero
todavía virtual que esta pobre gente y sus hijos y nietos ganarán el futuro… Como el nuevo Estado
pertenece a los tiburones, dado que la iniciativa les ha sido gentilmente
cedida, nada tiene de extraño que se construyan aeropuertos sin aviones o que hayan
saqueado Bankia. Lamento dejar constancia de que nos escandalizamos ante lo que
en este fase histórica es absolutamente normal.
Por no hablar de las formidables ayuditas que recibía la duquesa de
Alba, tómese como referencia la chapuza de Castor. Ahora resulta que durante los próximos treinta años los
consumidores de gas tendrán que pagar casi cinco mil millones de euros, temblando
de frío si es preciso. Los genios del fracasado negocio se van de rositas, con
los bolsillos llenos. Resulta que el Estado no puede hacer nada frente al drama
humano de los desahucios, nada por los niños españoles hambrientos, nada por lo
que se mueren de frío, pero sí por los locos de Castor.
Si
unos banqueros hacen locuras, adelante, las pagaremos entre todos, exprimidos
por el Estado, al que en realidad nadie pensó en ahogar en una bañera. Ya se
encargan los tiburones neoliberales de mantenerlo a pleno rendimiento, como
ente socialmente irresponsable pero necesario para ejecutar su política de
tierra quemada, necesario como avalista, como garante de los contratos leoninos,
como simpático donante, como encubridor de absurdos, como cobrador de impuestos
al honrado trabajador y como brazo armado. Si al Estado de Servicios de ayer se
le acusó de ser una antieconómica fábrica de holgazanes, al nuevo, al servicio de los tiburones, se me permitirá que lo defina
como fábrica de dementes, chapuceros y malvados, incalculablemente más
caros y dañinos para el conjunto de la sociedad.
Las diatribas
neoliberales contra el Estado, envueltas en promesas de gran prosperidad,
surtieron efecto, como es sabido. Se dijo que las empresas públicas no podían
funcionar satisfactoriamente por “carecer de dueño” [sic!]. Ola de privatizaciones,
todas trileras, Iberia, Repsol y
Telefónica, etc. Ya va quedando poco. Ahora les toca el turno a los ferrocarriles,
a AENA, al agua, en el mismo plan. Y como queda poco, ya no se habla de liquidar
el Estado de Servicios: a la chita
callando se procede a privatizarlo por partes.
Desde las
cárceles hasta el registro civil, desde los hospitales a las universidades y
los paradores de turismo, hay de todo, muy atractivo para tiburones de todos
los tamaños, locales o extranjeros, con nombre propio o con nombres misteriosos
inventados para la ocasión. Así aparece una constructora en la recogida de
basuras de Toledo. No es extraño que los trabajadores de los servicios
privatizados tengan salarios bajísimos y un porvenir incierto. De sus patronos
solo cabe esperar que presten atención a los beneficios, que suban los precios,
que bajen los salarios, que se quiten de encima todos los compromisos molestos
y que aprovechen las ayuditas de la administración con ellos compinchada. El resultado es la prostitución del Estado
de Bienestar, un negocio seguro.
No
hace falta ser un genio para saber que esa prostitución irá a más, sin dar
nunca la cara como lo que tiene de robo y de atentado masivo contra el bien
común. Su irreversibilidad será claramente establecida en el todavía secreto
Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones EEUU/UE. No es un problema exclusivamente español. ¿Qué hace Goldman
Sachs invirtiendo en el principal presidio de Nueva York? Ahora los genios del
emprendimiento son todos iguales. ¿Problemas en África? Ya se luce el señor
Gates con su fundación caritativa, y de paso les impone a sus ayudados las
bondades de Monsanto. Es el paso
siguiente. En lugar de justicia, caridad, pero no la que antaño obedecía al
temor de Dios o al buen corazón, sino otra caridad, de increíble retorcimiento
y bajeza.