La memoria histórica está poblada de fantasmas, de advertencias de
ultratumba. Pongo por caso el fantasma de Alejandro Lerroux, sobre cuyo Partido Radical pivotaba –no sin
extravagancia– el equilibrio del sistema republicano. Un personaje nefasto.
Lerroux engañó reiteradamente a sus electores, para acabar naufragando en el
piélago de la corrupción, lo que le autoriza a presentarse como fantasma.
Mientras se las daba de centrista, don Alejandro jugaba en clave derechista,
sin reparar en las consecuencias. La cosa se complicó cuando un par de
aventureros, los señores Strauss y Perl, lograron hacer pasar por un asunto de habilidad un juego de azar concebido
para desplumar a los incautos (en honor de estos caballeros se formaría, tras un
desplazamiento semántico, el neologismo “estraperlo”). A cambio de sobornos,
los dos pícaros lograron que los radicales les permitiesen operar dentro de la legalidad.
Don Alejandro recibió un reloj de
oro.
Vino
luego, sobre la marcha, otro escándalo, el del naviero Tayá. Los radicales se
vieron pillados con las manos en la masa. El pueblo tomó medidas drásticas con
motivo de las elecciones de febrero de 1936. La poderosa formación de Lerroux
pasó de ochenta diputados a solo ocho. Tan justo castigo, vistas las cosas con
la debida perspectiva, contribuyó a sacar de quicio el sistema republicano, una
cruel ironía que el fantasma me hace notar con oscuros propósitos.
De
paso, el fantasma de don Alejandro arguye que lo suyo, lo del reloj de oro y
los tocamientos con Tayá, fue una minucia. “Un reloj no es un Jaguar”, etcétera. Hasta se ha atrevido a
decirme que los españoles de hoy somos menos sensibles a la corrupción que los
de su tiempo, a lo que debemos tanta estabilidad, lo que ya son ganas de embromar.
“El remedio puede ser peor que la enfermedad”, me dice, con aire maligno, dando
a entender que, siendo enorme el tumor en la actualidad, el bisturí podría
matar al paciente. Ya se sabe cómo son los fantasmas, la poca gracia que
tienen. Insiste siempre en que lo de entonces no era nada comparado con lo de
ahora, si atendemos a la cuantía de los dineros circulantes y a lo alevoso de
las mentiras. Hasta el punto de que no entiende cómo es posible que el gobierno
no haya caído.
Hay muchos fantasmas por ahí. Hay
un cardenal Segura que se parece mucho a Rouco. Pero quizá el que más me
molesta es uno, borroso y de pocas palabras, que debe ser el del general Franco. Este fantasma sostiene que,
aunque buena para otros países, la democracia liberal es fatídica para los
españoles, por razones que explica muy mal pero que ilustra con ejemplos del
pasado y, horror de horrores, y esto con delectación y suficiencia, del
presente, tomados directamente del periódico. “No se os puede dejar solos”. Me
hago, claro, el distraído, pero no dejo de preguntarme qué se debe hacer al
respecto. Porque, señores, ¿cuál
es el modo más seguro para impedir
que el tiempo le de la razón?