La
presente crisis está siendo utilizada con maestría por quienes se han puesto de
acuerdo para cambiar nuestro modelo de sociedad y para reconducirnos a patadas al
siglo XIX. No es una simple crisis económica, es algo mucho peor, es un “trabajito” de ingeniería social
encaminado a aherrojarnos al capitalismo salvaje. Por eso se actúa por etapas,
mezclando las lindas palabras con los hachazos.
El presidente Rajoy acaba de darnos las
gracias por nuestros sacrificios, como si hubieran sido voluntarios, como si
hubieran servido para algo, como si hubiera llegando el momento de dar las
gracias tras haber llegado todos a buen puerto. Mientras se anuncian
nuevos hachazos, a padecer, como viene siendo norma, por la parte más débil, parece hasta de mal gusto que nos den las gracias.
Ya
hemos llegado al punto de abaratamiento tal que diversos buitres de por aquí y
de por allá se interesan por nuestros suculentos despojos, lo que pone en
éxtasis al gobierno, decidido a vendernos como zanahoria lo que desde abajo
tiene las trazas de un saqueo.
Entra
dentro del guión ensañarse, con aires tecnocráticos, con la población, según el
mandato número uno del capitalismo salvaje (el pez grande se debe comer al más
chico), mandato que han hecho suyo los peces gordos, también la ONCE, a la que
yo suponía una organización benemérita, hoy dispuesta a pasaportar a la
indigencia a los trabajadores del servicio de lavandería hospitalaria del que
acaba de apoderarse.
Todo
esto está muy visto. Primero se traficó, en plan capitalismo de amiguetes, con
las joyas de la abuela, ahora se trafica con nuestro abaratamiento. De traficar
con aquellas joyas, ya dilapidadas, los genios de este negocio han pasado a
traficar con los servicios públicos, un jugoso mercado cautivo para presuntos
campeones de la competitividad y emprendimiento, expertos en los negocios
facilones a cuenta del indefenso contribuyente. Si este pide ayuda, se le ponen
toda clase de trabas, y quizá le caiga alguna migaja. Si aquellos piden ayuda,
ya es otra cosa, pues el Estado, tan mínimo él, ha cambiado de manos y está a
su servicio.
Como
la educación, la sanidad y las pensiones son grandes negocios potenciales para
quienes no han pasado de la cultura del ladrillo, ya vemos lo que está pasando
y sabemos lo que va a pasar, como lo saben los profesionales de las puertas
giratorias y del régimen de sobornos establecido a nuestras espaldas.
El
gobierno cree que, aprovechando su mayoría absoluta, puede dar el golpe de
gracia al modelo social preexistente, pisando el acelerador de las reformas.
Como no puede decir adónde apunta todo esto –a desplumarnos en beneficio de la
pella oligárquica local y transnacional–, sólo puede hacer lo que otros han
hecho en estos casos: mentir, hacer gala de una sensibilidad reptiliana,
entregar su conciencia a expertos como Arriola, y poner a punto, a ser posible
en nombre de la libertad, un sistema represivo-disuasorio digno de una dictadura o de un
mandarinato.