Saldré, sí, a manifestarme pacífica y seriamente, en unión con todos los
indignados.
Lo haré
porque estoy indignado, por
solidaridad con mi gente y también porque creo todavía en la posibilidad
de conseguir un mundo mejor, convencido –además, sensación terrible– de que el tiempo se agota y de que la
partida se está decidiendo precisamente ahora.
Y
saldré a la calle porque la clase gobernante española, europea y mundial
necesita un severo toque de atención para recapacitar sobre las
consecuencias de desplumar a la humanidad en beneficio de una minoría de
egoístas locos y feroces. Que se
sepa que les hemos visto las cartas, que se acabaron los juegos trileros con la
verdad y con los números.
Si me quedara en casa me sentiría un
colaboracionista, un lacayo de esa minoría totalitaria, un cómplice, y en el mejor de los casos un tonto útil, un imbécil.