El
señor Montoro no es ni mucho menos un ejemplar raro. En su persona se
manifiesta el modo de ser que lleva camino de arruinarnos los mejores frutos de
la Transición.
Como
buen halcón neoliberal, Montoro dispone de un abundante arsenal de truquillos de mercadotecnia (la culpa de todo, la herencia
recibida, Zapatero, etc.) , de eufemismos
irritantes (no es que arrebate la paga extra a los funcionarios, es que se
la “detrae”) y de una seguridad en sí mismo francamente incomprensible
(llegó a decir que deseaba la caída de España, en la seguridad de que el PP la
salvaría).
Creerse superior a todos, no dudar nunca
de la propia fe, dejarse llevar por el oportunismo y por la voluntad de poder,
he aquí rasgos que explican lo que nos está pasando y, de paso, el ejercicio de
irracionalidad e imprevisión a que se entregó el PP durante los ocho años que
estuvo en la oposición.
Todos
esos rasgos están en el señor Montoro, portador también de una serie de tics
intelectualoides que operan al margen de la verdad y de la realidad, como es
típico en esta secta. Empezando
por el tic de culpar a las víctimas
(como hizo Rajoy al ponderar los saludables efectos que sobre los parados
tendrá el hachazo a las ayudas que reciben). Tras ello opera el darwinismo
social más extremo, como todo el mundo sabe.
Los
neoliberales llevan no menos de treinta
años metidos en una cruzada contra “los holgazanes”, y han acabado por verlos por todas
partes, aunque nunca –tiene gracia– en su propio campo, donde están los más
peligrosos. En este punto, ni Rajoy ni Montoro son originales u ocurrentes. Repiten mecánicamente los
lugares comunes de los publicistas de ciertos think-tanks norteamericanos. Por
lo tanto, no es extraño sino lógico que el ministro haya cometido el garrafal
error político de irritar a los funcionarios con la insinuación de que trabajan
poco y anunciando que tendrán que trabajar más pero por menos, como si en
definitiva nunca se hubiesen
ganado el jornal.
Parte el
ministro del conocido principio neoliberal según el cual los funcionarios deben equipararse a los trabajadores del sector privado, con la
correspondiente laminación de sus derechos (muy conveniente para agilizar la
laminación de los derechos de los demás, no sea que sigan tomándose como
referencia).
En realidad, al señor Montoro le
molestan los funcionarios públicos, como a todos los fanáticos del Estado
Mínimo (esto es, pequeño pero suficiente para servir a los intereses oligárquicos).
Y es que los funcionarios se encuentran, tremendo
obstáculo, en el camino de la hoja de ruta privatizadora que los neoliberales se trazaron no ayer
sino hace treinta años con el exclusivo propósito de apoderarse de los bienes
creados con el sudor de varias generaciones.
Esta
mañana, el señor Montoro dejó traslucir sus intenciones: “Lo que hacemos no responde a decisiones
improvisadas. Estamos reestructurando el sector público". No habla por
hablar. Lo que pasa es que lo que suena bien en las tenidas neoliberales o en el despacho del señor Rosell suena fatal
dicho en público. Ya todo el mundo ha captado adónde se apunta con ese tipo de
jerga.
Montoro acaba de revelar que las arcas del Estado están vacías y que peligran las nóminas de los
funcionarios. ¡Nada menos! ¿Significa esto que admite el absoluto fracaso
de las demenciales políticas neoliberales que nos han llevado a la ruina, a
esta formidable traición a los españoles, a esta estafa colosal? ¿Significa que
se arrepiente de las bajadas de impuestos a los ricos? ¿Significa que entona un
mea culpa por la pirámide de Ponzi? ¡Pues no! Y esto es también típico. La
solución: más laissez-faire, venta al mejor postor de tierras y personas. Eso
sí, es un poco patético que el señor Montoro no haya reparado en que la ley de la jungla en que tan ciegamente
cree, que tan seriamente nos aplica, se
la están aplicando a él y a España los tiburones de por ahí fuera. Ya se
sabe, devorar o ser devorado, a ser posible con una sonrisa.