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viernes, 20 de julio de 2012

EL MINISTRO MONTORO COMO SÍNTOMA


   El señor Montoro no es ni mucho menos un ejemplar raro. En su persona se manifiesta el modo de ser que lleva camino de arruinarnos los mejores frutos de la Transición.
   Como buen halcón neoliberal, Montoro  dispone de un abundante arsenal de truquillos de mercadotecnia (la culpa de todo, la herencia recibida, Zapatero, etc.) , de  eufemismos irritantes (no es que arrebate la paga extra a los funcionarios, es que se la “detrae”)  y de una seguridad en sí mismo francamente incomprensible (llegó a decir que deseaba la caída de España, en la seguridad de que el PP la salvaría). 
    Creerse superior a todos, no dudar nunca de la propia fe, dejarse llevar por el oportunismo y por la voluntad de poder, he aquí rasgos que explican lo que nos está pasando y, de paso, el ejercicio de irracionalidad e imprevisión a que se entregó el PP durante los ocho años que estuvo en la oposición. 
   Todos esos rasgos están en el señor Montoro, portador también de una serie de tics intelectualoides que operan al margen de la verdad y de la realidad, como es típico en esta secta.  Empezando por el tic de culpar a las víctimas (como hizo Rajoy al ponderar los saludables efectos que sobre los parados tendrá el hachazo a las ayudas que reciben).  Tras ello opera el darwinismo social más extremo, como todo el mundo sabe. 
    Los neoliberales llevan no menos de treinta años metidos en una cruzada contra “los holgazanes”,  y han acabado por verlos por todas partes, aunque nunca –tiene gracia– en su propio campo, donde están los más peligrosos. En este punto, ni Rajoy ni Montoro  son originales u ocurrentes. Repiten mecánicamente los lugares comunes de los publicistas de ciertos think-tanks norteamericanos. Por lo tanto, no es extraño sino lógico que el ministro haya cometido el garrafal error político de irritar a los funcionarios con la insinuación de que trabajan poco y anunciando que tendrán que trabajar más pero por menos, como si en definitiva  nunca se hubiesen ganado el jornal.
   Parte el ministro del conocido principio neoliberal según el cual  los funcionarios deben equipararse a los trabajadores del sector privado, con la correspondiente laminación de sus derechos (muy conveniente para agilizar la laminación de los derechos de los demás, no sea que sigan tomándose como referencia).
    En realidad, al señor Montoro le molestan los funcionarios públicos, como a todos los fanáticos del Estado Mínimo (esto es, pequeño pero suficiente para servir a los intereses oligárquicos).  Y es que  los funcionarios se encuentran, tremendo obstáculo, en el camino de la hoja de ruta privatizadora que  los neoliberales se trazaron no ayer sino hace treinta años con el exclusivo propósito de apoderarse de los bienes creados con el sudor de varias generaciones. 
    Esta mañana, el señor Montoro dejó traslucir sus intenciones: “Lo que hacemos no responde a decisiones improvisadas. Estamos reestructurando el sector público". No habla por hablar. Lo que pasa es que lo que suena bien en las tenidas neoliberales  o en el despacho del señor Rosell suena fatal dicho en público. Ya todo el mundo ha captado adónde se apunta con ese tipo de jerga.
    Montoro  acaba de revelar que las arcas del  Estado están vacías y que peligran las nóminas de los funcionarios. ¡Nada menos! ¿Significa esto que admite el absoluto fracaso de las demenciales políticas neoliberales que nos han llevado a la ruina, a esta formidable traición a los españoles, a esta estafa colosal? ¿Significa que se arrepiente de las bajadas de impuestos a los ricos? ¿Significa que entona un mea culpa por la pirámide de Ponzi? ¡Pues no! Y esto es también típico. La solución: más laissez-faire, venta al mejor postor de tierras y personas. Eso sí, es un poco patético que el señor Montoro no haya reparado en que la ley de la jungla en que tan ciegamente cree, que tan seriamente nos aplica, se la están aplicando a él y a España los tiburones de por ahí fuera. Ya se sabe, devorar o ser devorado, a ser posible con una sonrisa.

martes, 24 de abril de 2012

LO QUE SE TRAEN ENTRE MANOS IGNACIO WERT Y ANA MATO


   No sé con qué criterio han sido seleccionados para ocupar sus cargos,  sólo sé que ambos tienen formación sociológica, por lo que cabe atribuirles cierta conciencia sobre los efectos sociales –y humanos– de las medidas que están tomando.
     Ideas nuevas, ninguna: Están cumpliendo la hoja de ruta del capitalismo salvaje, trazada hace cuarenta años. Están implantando aquí el modelo que ya acabó con el Estado de Servicios en Estados Unidos, un modelo que deja a millones de personas sin asistencia médica a mayor gloria del negocio de unos pocos, un modelo que tiene a aquel país en retroceso, cargado de analfabetos funcionales, como acreditan las estadísticas, todas ellas alarmantes.
    Parece que el señor Wert y la señora Mato empezaron por admirar ese modelo, hace muchos años, llegando a considerarlo natural.  Ahora nos lo imponen,  todavía convencidos de su excelencia, sin percatarse de que todos sabemos, a estas alturas, qué  clase de sufrimientos y miserias trae consigo.
    Claro que en Estados Unidos se actuó con método, paso a paso, pues de repente y sin método no se habría podido imponer esa salvajada, ese atentado contra el bien común. Hubo tiempo de recortar un poquito por aquí, tiempo de hacer promesas, tiempo de hacer algunos obsequios, tiempo para propagandear. Cierta obras de ingeniería social no se improvisan. Por eso me estremezco al constatar que  nuestros dos sociólogos se atreven a copiar, sin más, ese modelo fracasado, de la noche a la mañana y sin la menor precaución política, basándose en el simple ordeno y mando. Si malo es el modelo, esta forma de aplicarlo es demencial.
   La asfixia de la sanidad pública no se debe exclusivamente a tales o cuales problemas económicos del momento, que se podrían afrontar, como es obvio, metiendo mano en otras bolsas.  Se debe a que interesa dar un fuerte impulso a la sanidad privada y liberar a los ricos y a las grandes corporaciones de la obligación de contribuir a mantener y elevar el nivel sanitario de la población.
    En cuanto a la asfixia de la educación pública, lo mismo, con el mismo desprecio por lo que se entiende por el bien común, con el agravante de que aquí se va contra la parte más joven y más sana, y por lo tanto contra el porvenir de los españoles, contra su desarrollo intelectual, científico y técnico. Se trata, una vez más, de dar alas a lo privado,  a costa de lo público, pero también –y sobre todo– de crear una sociedad clasista, en la cual el acceso a los más altos niveles del conocimiento quede reservado a los ricos, y como favor a quienes estén dispuestos a hacerles la pelota en todos los terrenos.
      ¿La crisis? ¡Ay, señor Wert, qué buen pretexto para imponer el plan Bolonia!  Pero no me diga que no sabe que estamos hablado de una brutalidad antiilustrada de la peor especie. ¿O ignora usted que va hacia atrás? Ni Cánovas del Castillo, ni Miguel Primo de Rivera, ni los republicanos, ni Franco, ni Suárez… entenderían lo que usted y la señora Mato se traen entre manos. Quizá sea esta su única originalidad.