No sé con qué criterio han sido
seleccionados para ocupar sus cargos,
sólo sé que ambos tienen formación sociológica, por lo que cabe
atribuirles cierta conciencia sobre los efectos sociales –y humanos– de las
medidas que están tomando.
Ideas nuevas, ninguna: Están cumpliendo
la hoja de ruta del capitalismo salvaje, trazada hace cuarenta años. Están
implantando aquí el modelo que ya acabó con el Estado de Servicios en Estados
Unidos, un modelo que deja a millones de personas sin asistencia médica a mayor
gloria del negocio de unos pocos, un modelo que tiene a aquel país en
retroceso, cargado de analfabetos funcionales, como acreditan las estadísticas,
todas ellas alarmantes.
Parece
que el señor Wert y la señora Mato empezaron por admirar ese modelo, hace
muchos años, llegando a considerarlo natural. Ahora nos lo imponen, todavía convencidos de su excelencia, sin percatarse de que
todos sabemos, a estas alturas, qué
clase de sufrimientos y miserias trae consigo.
Claro
que en Estados Unidos se actuó con método, paso a paso, pues de repente y sin
método no se habría podido imponer esa salvajada, ese atentado contra el bien
común. Hubo tiempo de recortar un poquito por aquí, tiempo de hacer promesas,
tiempo de hacer algunos obsequios, tiempo para propagandear. Cierta obras de
ingeniería social no se improvisan. Por eso me estremezco al constatar que nuestros dos sociólogos se atreven a
copiar, sin más, ese modelo fracasado, de la noche a la mañana y sin la menor
precaución política, basándose en el simple ordeno y mando. Si malo es el
modelo, esta forma de aplicarlo es demencial.
La
asfixia de la sanidad pública no se debe exclusivamente a tales o cuales
problemas económicos del momento, que se podrían afrontar, como es obvio,
metiendo mano en otras bolsas. Se
debe a que interesa dar un fuerte impulso a la sanidad privada y liberar a los
ricos y a las grandes corporaciones de la obligación de contribuir a mantener y
elevar el nivel sanitario de la población.
En
cuanto a la asfixia de la educación pública, lo mismo, con el mismo desprecio
por lo que se entiende por el bien común, con el agravante de que aquí se va
contra la parte más joven y más sana, y por lo tanto contra el porvenir de los
españoles, contra su desarrollo intelectual, científico y técnico. Se trata,
una vez más, de dar alas a lo privado, a costa de lo público, pero también –y sobre todo– de crear
una sociedad clasista, en la cual el acceso a los más altos niveles del
conocimiento quede reservado a los ricos, y como favor a quienes estén
dispuestos a hacerles la pelota en todos los terrenos.
¿La crisis? ¡Ay, señor Wert, qué buen pretexto para imponer el plan Bolonia! Pero no me diga que no sabe que estamos hablado de una brutalidad antiilustrada de la peor especie. ¿O ignora usted que va hacia atrás? Ni Cánovas del Castillo, ni Miguel Primo de Rivera, ni los republicanos, ni Franco, ni Suárez… entenderían lo que usted y la señora Mato se traen entre manos. Quizá sea esta su única originalidad.
¿La crisis? ¡Ay, señor Wert, qué buen pretexto para imponer el plan Bolonia! Pero no me diga que no sabe que estamos hablado de una brutalidad antiilustrada de la peor especie. ¿O ignora usted que va hacia atrás? Ni Cánovas del Castillo, ni Miguel Primo de Rivera, ni los republicanos, ni Franco, ni Suárez… entenderían lo que usted y la señora Mato se traen entre manos. Quizá sea esta su única originalidad.
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