Sí, iré, pase lo que pase, a pesar de la ofuscada resistencia de mis infalibles neuronas reptilianas. A ver si todavía se puede hacer algo por la vieja Europa, un
caso desesperado. Me digo que, al menos, ahora será posible elegir al sustituto
del incombustible y teledirigido señor Durao Barroso, posibilidad que sólo
parece interesarme a mí.
No
quiero ser cómplice por omisión de la Europa canalla. Quiero contribuir a meter
un buen palo en la rueda del proyecto de poner la soberanía a los pies de las
grandes multinacionales, como ya lo está a los pies de los señores banqueros. Porque
algo gravísimo se está tramando: el Tratado de Libre Comercio UE-EEUU. Y se
está tramando a puerta cerrada, sin hacer ruido, apartando el asunto de la
atención de los ciudadanos europeos llamados a votar. ¿Se mencionó ese Tratado
en los debates? Pues no. Ni la señora Valenciano ni el señor Arias Cañete han
dicho ni pío al respecto, en lo que yo veo un caso muy feo de complicidad.
Si
ese Tratado prospera en los términos que se han filtrado, resulta que la
legislación europea se acomodará a la norteamericana en diversos órdenes.
Asistiríamos a la definitiva liquidación del sueño europeo, sacrificado al
mismo Moloch que el sueño americano. Más desregulaciones. Libre circulación de
sustancias que los sabios europeos consideran tóxicas y asalto final a la
Europa del bienestar, tan molesta para la elite norteamericana como para los
propios primates europeos.
Cuando una empresa multinacional se vea incomodada por la legislación de
un país europeo, acudirá a un misterioso tribunal supranacional, pudiendo
exigir monstruosas indemnizaciones, sin que ese país pueda hacer otra cosa que
pagar, sin que los de Bruselas hagan otra cosa que decir sí señor.
Contando con
el maldito artículo 135 que los socialistas y los populares calzaron en nuestra
Constitución, estaremos realmente atados de pies y manos. Y es que esa gente no da puntada sin
hilo. No hemos llegado a este punto por azar, ni por mala suerte. El Tratado
vendrá a rematar la jugada, y si algún día tenemos una Constitución europea, o
si se modifica la nuestra, a buen seguro que será a medida del infame
documento. No es que la señora Merckel y la Troika sean incompetentes,
incapaces de ver más allá de sus narices, no, no. Nos han conducido a este
desfiladero con mano firme. Primero, el austericidio, el sometimiento de la
gente, finalmente el Tratado, que será presentado como una oportunidad de oro,
como la solución. Los interesados harían bien en preguntar a nuestros hermanos
mexicanos acerca de ese tipo de negocios.
Préstese atención, y se verá que todos los pasos que se han dado en España apuntan a la imposición del modelo neoliberal norteamericano, y cuando digo todos digo todos. ¿Que la gente sufre? "No me importa nada", como acaba de decirle el diputado popular García-Tizón a los padres de unos niños enfermos de cáncer. El "que se jodan" de la señora Fabra no fue una salida de tono ocasional. Ya llevamos mucho recorrido por este camino de perdición. O nadie, y menos el rey y el príncipe, se atreverían a sumarse al rollo de la recuperación cuando la gente está con el agua al cuello. Ya nos dijeron los genios de la fundación Everis que tenemos que pasar de "la sociedad de las personas a la sociedad de los talentos" [sic!], etcétera.
Me opongo a esta Europa cuyo único horizonte es ese Tratado. Me opongo por razones filosóficas, por sentido común, por eso que antes se llamaba conciencia histórica, y también porque corro el peligro de acabar bajo un puente. Si ese proyecto sigue adelante, será cuestión de tiempo que Madrid acabe como Detroit. Y no quiero. Por eso iré a votar.
Me opongo a esta Europa cuyo único horizonte es ese Tratado. Me opongo por razones filosóficas, por sentido común, por eso que antes se llamaba conciencia histórica, y también porque corro el peligro de acabar bajo un puente. Si ese proyecto sigue adelante, será cuestión de tiempo que Madrid acabe como Detroit. Y no quiero. Por eso iré a votar.