martes, 20 de mayo de 2014

YO IRÉ A VOTAR

   Sí, iré, pase lo que pase, a pesar de la ofuscada resistencia de mis  infalibles neuronas reptilianas.  A ver si todavía se puede hacer algo por la vieja Europa, un caso desesperado. Me digo que, al menos, ahora será posible elegir al sustituto del incombustible y teledirigido señor Durao Barroso, posibilidad que sólo parece interesarme a mí.
   No quiero ser cómplice por omisión de la Europa canalla. Quiero contribuir a meter un buen palo en la rueda del proyecto de poner la soberanía a los pies de las grandes multinacionales, como ya lo está a los pies de los señores banqueros. Porque algo gravísimo se está tramando: el Tratado de Libre Comercio UE-EEUU. Y se está tramando a puerta cerrada, sin hacer ruido, apartando el asunto de la atención de los ciudadanos europeos llamados a votar. ¿Se mencionó ese Tratado en los debates? Pues no. Ni la señora Valenciano ni el señor Arias Cañete han dicho ni pío al respecto, en lo que yo veo un caso muy feo de complicidad.
    Si ese Tratado prospera en los términos que se han filtrado, resulta que la legislación europea se acomodará a la norteamericana en diversos órdenes. Asistiríamos a la definitiva liquidación del sueño europeo, sacrificado al mismo Moloch que el sueño americano. Más desregulaciones. Libre circulación de sustancias que los sabios europeos consideran tóxicas y asalto final a la Europa del bienestar, tan molesta para la elite norteamericana como para los propios primates europeos.
    Cuando una empresa multinacional se vea incomodada por la legislación de un país europeo, acudirá a un misterioso tribunal supranacional, pudiendo exigir monstruosas indemnizaciones, sin que ese país pueda hacer otra cosa que pagar, sin que los de Bruselas hagan otra cosa que decir sí señor. 
    Contando con el maldito artículo 135 que los socialistas y los populares calzaron en nuestra Constitución, estaremos realmente atados de pies y manos.  Y es que esa gente no da puntada sin hilo. No hemos llegado a este punto por azar, ni por mala suerte. El Tratado vendrá a rematar la jugada, y si algún día tenemos una Constitución europea, o si se modifica la nuestra, a buen seguro que será a medida del infame documento. No es que la señora Merckel y la Troika sean incompetentes, incapaces de ver más allá de sus narices, no, no. Nos han conducido a este desfiladero con mano firme. Primero, el austericidio, el sometimiento de la gente, finalmente el Tratado, que será presentado como una oportunidad de oro, como la solución. Los interesados harían bien en preguntar a nuestros hermanos mexicanos acerca de ese tipo de negocios.
    Préstese atención, y se verá que todos los pasos que se han dado en España apuntan a la imposición del modelo neoliberal norteamericano, y cuando digo todos digo todos. ¿Que la gente sufre? "No me importa nada", como acaba de decirle el diputado popular García-Tizón a los padres de unos niños enfermos de cáncer. El "que se jodan" de la señora Fabra no fue una salida de tono ocasional. Ya llevamos mucho recorrido por este camino de perdición.  O nadie, y menos el rey y el príncipe, se atreverían a sumarse al rollo de la recuperación cuando la gente está  con el agua al cuello. Ya nos dijeron los genios de la fundación Everis que tenemos que pasar de "la sociedad de las personas a la sociedad de los talentos" [sic!], etcétera.
     Me opongo a esta Europa cuyo único horizonte es ese Tratado. Me opongo por razones filosóficas, por sentido común, por eso que antes se llamaba conciencia histórica, y también porque corro el peligro de acabar bajo un puente.  Si ese proyecto sigue adelante, será cuestión de tiempo que Madrid acabe como Detroit. Y no  quiero. Por eso iré a votar.

2 comentarios:

  1. Bravo, Manolo, impecable e implacable como siempre. Ojalá estas votaciones sirvan para iniciar un proceso de recuperación de la conciencia cívica. El mundo está siendo esclavizado a pasos agigantados, y todo aporte en contra es digno de aplauso. Suerte!

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  2. Sí, Manuel. Iré a votar porque, cada uno de nosotros tenemos que expandir una ola de conciencia sobre lo que nos jugamos todos, se quiera o no.

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