“Esa Juana de Arco liberal” se titula el artículo publicado por Vagas
Llosa en El País (23-9-2012), un
elogioso texto dedicado a Esperanza Aguirre con motivo de su “despedida”. El
ilustre escritor y la llamada
“lideresa” son amigos, desde hace tiempo, y él está convencido de que ella, de
haber estado al frente de la nave, nos hubiera ahorrado el presente naufragio…
Por lo visto, Vargas Llosa vio en ella una “Juana de Arco liberal” allá
por el año 1984, cuando la conoció. El emotivo desbordamiento, de agradable
sonoridad para la interesada y para sus muchos admiradores, requiere algunos comentarios.
En primer lugar, no veo heroísmo por ninguna parte. Simplemente, Esperanza
Aguirre estaba en la onda de los intereses ideológicos del poder. El FMI y el
Banco Mundial se encontraban en manos de los doctrinarios de su escuela desde
1980. Eran los años de Reagan y de la señora Thatcher, los años de la famosa
“revolución conservadora”, del “capitalismo popular”, de la “sociedad de
propietarios” y de otras milongas por el estilo. Simplemente, Esperanza Aguirre
estaba en la onda, como el profesor Pedro Schwartz, su primer jefe de filas
político. Cierto es que otros, como Boyer, Solchaga o Rato, que andaban en lo
mismo, eran más comedidos, dato que no añade méritos especiales a Esperanza
Aguirre, por aquel entonces con menos responsabilidades.
En
segundo lugar, la comparación con Juana de Arco me parece muy chapucera. La heroína francesa era una campesina
que oía voces de lo alto y que estaba dispuesta a dar la vida por la liberación
de su patria… No sé reconstruir la
asociación de ideas que puede llevar a compararla con una condesa que sólo
atiende a la voz del poder terrenal y que cultiva una doctrina que, lejos de servir a su patria, sólo puede servir
para venderla al mejor postor, como ya todos podemos considerar demostrado.
Y en tercer lugar, como cabe la
posibilidad de que Esperanza Aguirre se haya retirado para no verse inmersa en
el lodazal y para darse la oportunidad de reaparecer mañana con aires de
salvadora, en plan “Juana de Arco”, no puedo hacer la vista gorda ante la
contribución de Vargas Llosa a un equívoco sumamente peligroso que afecta la representación
que la gente se hace de el liberalismo.
Vargas
Llosa no falta a la verdad cuando dice que Esperanza Aguirre es una “liberal”.
Porque lo es. Ahora bien, no nos
engañemos, hablando con propiedad, es una neoliberal
El
neoliberalismo es una variante del liberalismo, y considero muy poco juicioso
en términos políticos e históricos, por no decir malicioso, confundir esa
variante específica con el todo del que forma parte. Esperanza Aguirre es una superviente no actualizada de la
era Reagan-Thatcher, es decir, una liberal en el sentido de Friedman y de
Hayek, no en el sentido de Keynes o Bedveridge.
Y
estamos hablando después de Enron, después del la estafa de Lehman Brothers, ya metidos hasta el cuello en
las espantosas consecuencias mundiales de la “revolución conservadora” capitaneada ideológicamente por Friedman. Si se
le concede a la señora Aguirre la representación del liberalismo, este corre
peligro de ser odiado y rechazado por sus millones de víctimas.
La
señora Aguirre se ha reputado neoliberal sin ningún remilgo. Está orgullosa de
serlo y no he visto en ella el menor signo de autocrítica. Pero he aquí que la
definición de “liberal” tiene segundas intenciones. Ya sé que Vargas Llosa
afirma –se lo he oído de viva voz–, que el neoliberalismo no existe. A cierto nivel, viste más decir que uno es liberal a
decir que es neoliberal... Pero hay gato encerrado.
La poderosa mercadotecnia neoliberal, a
la que ostensiblemente contribuye Vargas Llosa, está a punto de conseguir que
el liberalismo, todo él, se reduzca a la versión encarnada por personas como
Esperanza Aguirre, personas capaces
de defender el capitalismo salvaje, de ponerle una alfombra roja al señor
Adelson, y de apoyar que se proscriba el aborto en casos de malformación fetal,
todo en uno y desde la absoluta y antiliberal convicción de tener toda la razón, tanta razón
que hasta se puede tratar de tontainas, con aires de superioridad –con una
intolerancia que causa rubor–, a cualquiera que no haya hecho suyo el catecismo
neoliberal de Milton Friedman y de su discípulo Schwartz.
El
problema es que mucha gente empieza ceder a la presión de la mercadotecnia
neoliberal. Es como si el neoliberalismo hubiera conseguido hacerse con el
monopolio del liberalismo, hasta el punto de que esta palabra empieza a tener
un sonido aborrecible, a juzgar por los resultados. Esto podría ser desastroso. La ceremonia de la confusión ha
sido llevada demasiado lejos, y mucha gente, víctima de la ignorancia y de
voces sofísticas, como la que acaba de regalarnos Vargas Llosa, ya está en
situación de arrojar por la borda todo el liberalismo y de recaer
consecuentemente en el absolutismo, como si viviéramos en los tiempos de Marx,
de Lenin, de Hitler o de Franco, los cuatro asqueados ante lo que se entiende
por capitalismo salvaje. Estamos ante un
caso de apropiación indebida del liberalismo por una de sus facciones. Como
liberal en el sentido filosófico y político del término, me veo en la necesidad
de denunciar este odioso fenómeno.