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viernes, 23 de marzo de 2018

LA LLAMADA DE LA TRIBU

   Así se titula el último libro de Mario Vargas Llosa (Alfaguara, 2018),  que  versa sobre su evolución intelectual. Como los escritores no suelen mostrar sus cartas, es de agradecer,  bien entendido que estas “confesiones”  dejan traslucir una forma de buena conciencia que pocas veces se encuentra en estado tan puro y que, francamente, ha llegado a irritarme.
    Reconoce Vargas Llosa que su punto de partida fue el comunismo, cuya versión china le deslumbró. Lo normal en su momento, lo tribal entre ciertos intelectuales de la izquierda latinoamericana. Ser comunista llegó a ser, en determinados círculos, un requisito del progresismo y de la hombría de bien. No se me pregunte por qué, porque a finales de los años cincuenta ya se sabía de sobra lo que había pasado y pasaba del otro lado del Telón de Acero.  Pero, claro, hay que recordar a Jean-Paul Sartre y a sus corifeos, decididos a justificar todas las aberraciones soviéticas y maoístas en nombre de los altos intereses de la revolución, en lo que yo solo puedo ver una desmoralización en toda la regla, lamentable por sus efectos en muchísima gente aparentemente despierta. Si uno protestaba, le endosaban en título de capitalista incondicional, o de pequeño burgués delirante.
    Entraba dentro de lo previsible que un escritor como Vargas Llosa acabase harto. No me lo imagino leyendo con agrado el famoso Libro rojo, más bien vomitivo. ¡Menuda decepción experimentaron él y otros muchos! Pero lo interesante del caso, lo que verdaderamente llama la atención, es de qué manera pasó este hombre de un catecismo a otro, se diría que de un salto. Porque pasó, sin escalas, sin consideraciones dialécticas de ninguna clase, del catecismo comunista al catecismo neoliberal, el refrito de Hayek y de Friedman, bien cargado de darwinismo social.
    Y llama la atención precisamente por tratarse de él, ya que esos tránsitos de la izquierda a la derecha, en plan Jiménez Losantos, han sido muy frecuentes. Frecuentes digo, no siempre por revelación, por caída del caballo. Hay que tener en cuenta que el tintineo del vil mental obra prodigios en las conciencias, especialmente en aquellas que, habiendo renegado de las “virtudes burguesas” y ya embebidas de  los saberes criptomaquiavélicos escondidos en la trastienda del comunismo real, carecían de las fibras morales necesarias para resistir la tentación de acomodarse y de cambiar de amo. Y es preciso recordar aquí, entre las mayores genialidades del movimiento neoliberal, su inteligente política de atraerse a intelectuales de izquierdas. Haber sido izquierdista no era un mal antecedente…si la conversión era total. Piénsese, por ejemplo,  en los servicios del trotskista Kristol a la causa de ese movimiento retrógrado.
   Yo le he oído decir a un algo enojado Vargas Llosa que lo del neoliberalismo es un invento, pues solo hay liberales, se supone que todos hayekianos como él. Vamos a lo grave: Vargas Llosa se salta a la torera todo el plantel de liberales que no fueron neoliberales hayekianos, desde Keynes a Galbraith. Y esto es lo que a mí, liberal en el sentido de estos, me saca de quicio.
    No solo me irrita la falta de probidad intelectual. Me enerva un problema de fondo: la torticera reducción del liberalismo a la versión de Hayek es sumamente dañina para la causa del liberalismo en cuanto tal. Miles de jóvenes indignados, como el Vargas Llosa de los años cincuenta, odian al liberalismo de resultas de este juego de prestidigitación. Y ni qué decir tiene que ese odio es un pasaporte al absolutismo. Es tremendo, pero el movimiento retrógrado se ha apoderado de la palabra “libertad” bajo las mismas narices de la izquierda.
     En resumen, estas memorias de Vargas Llosa sirven descaradamente a los intereses del capitalismo salvaje. Y si esto es de lamentar, se me permitirá que yo lamente también que, tras su abandono del comunismo, eludiese la responsabilidad trabajar en la búsqueda de las buenas razones que la izquierda, ya muy divida por aquel entonces entre comunistas y no comunistas, estaba buscando y todavía no ha encontrado. Pasar del comunismo al capitalismo salvaje era, entre todas, la solución más fácil para él, por lo visto, dada su propensión a ver las cosas o blancas o negras y dada su propensión militante, para nada independiente.

viernes, 5 de octubre de 2012

VARGAS LLOSA ELOGIA A ESPERANZA AGUIRRE


  “Esa Juana de Arco liberal” se titula el artículo publicado por Vagas Llosa en El País (23-9-2012), un elogioso texto dedicado a Esperanza Aguirre con motivo de su “despedida”. El ilustre escritor y  la llamada “lideresa” son amigos, desde hace tiempo, y él está convencido de que ella, de haber estado al frente de la nave, nos hubiera ahorrado el presente naufragio…
     Por lo visto, Vargas Llosa vio en ella una “Juana de Arco liberal” allá por el año 1984, cuando la conoció. El emotivo desbordamiento, de agradable sonoridad para la interesada y para sus muchos admiradores,  requiere algunos comentarios.
     En primer lugar, no veo heroísmo por ninguna parte. Simplemente, Esperanza Aguirre estaba en la onda de los intereses ideológicos del poder. El FMI y el Banco Mundial se encontraban en manos de los doctrinarios de su escuela desde 1980. Eran los años de Reagan y de la señora Thatcher, los años de la famosa “revolución conservadora”, del “capitalismo popular”, de la “sociedad de propietarios” y de otras milongas por el estilo. Simplemente, Esperanza Aguirre estaba en la onda, como el profesor Pedro Schwartz, su primer jefe de filas político. Cierto es que otros, como Boyer, Solchaga o Rato, que andaban en lo mismo, eran más comedidos, dato que no añade méritos especiales a Esperanza Aguirre, por aquel entonces con menos responsabilidades.
    En segundo lugar, la comparación con Juana de Arco me parece muy chapucera.  La heroína francesa era una campesina que oía voces de lo alto y que estaba dispuesta a dar la vida por la liberación de su patria…  No sé reconstruir la asociación de ideas que puede llevar a compararla con una condesa que sólo atiende a la voz del poder terrenal y que cultiva una  doctrina que, lejos de servir a su patria, sólo puede servir para venderla al mejor postor, como ya todos podemos considerar demostrado.
     Y en tercer lugar, como cabe la posibilidad de que Esperanza Aguirre se haya retirado para no verse inmersa en el lodazal y para darse la oportunidad de reaparecer mañana con aires de salvadora, en plan “Juana de Arco”, no puedo hacer la vista gorda ante la contribución de Vargas Llosa a un equívoco sumamente peligroso que afecta la representación que la gente se hace de el liberalismo.
    Vargas Llosa no falta a la verdad cuando dice que Esperanza Aguirre es una “liberal”. Porque lo es. Ahora bien,  no nos engañemos, hablando con propiedad, es una neoliberal El neoliberalismo es una variante del liberalismo, y considero muy poco juicioso en términos políticos e históricos, por no decir malicioso, confundir esa variante específica con el todo del que forma parte.  Esperanza Aguirre es una superviente no actualizada de la era Reagan-Thatcher, es decir, una liberal en el sentido de Friedman y de Hayek,  no en el sentido de Keynes o Bedveridge.  
   Y estamos hablando después de Enron, después del  la estafa de Lehman Brothers, ya metidos hasta el cuello en las espantosas consecuencias mundiales de la “revolución conservadora” capitaneada ideológicamente por Friedman.  Si se le concede a la señora Aguirre la representación del liberalismo, este corre peligro de ser odiado y rechazado por sus millones de víctimas.
   La señora Aguirre se ha reputado neoliberal sin ningún remilgo. Está orgullosa de serlo y no he visto en ella el menor signo de autocrítica. Pero he aquí que la definición de “liberal” tiene segundas intenciones. Ya sé que Vargas Llosa afirma –se lo he oído de viva voz–, que el neoliberalismo no existe. A cierto nivel,  viste más decir que uno es liberal a decir que es neoliberal... Pero hay gato encerrado.
     La poderosa mercadotecnia neoliberal, a la que ostensiblemente contribuye Vargas Llosa, está a punto de conseguir que el liberalismo, todo él, se reduzca a la versión encarnada por personas como Esperanza Aguirre,  personas capaces de defender el capitalismo salvaje, de ponerle una alfombra roja al señor Adelson, y de apoyar que se proscriba el aborto en casos de malformación fetal, todo en uno y desde la absoluta y antiliberal convicción de tener toda la razón, tanta razón que hasta se puede tratar de tontainas, con aires de superioridad –con una intolerancia que causa rubor–, a cualquiera que no haya hecho suyo el catecismo neoliberal de Milton Friedman y de su discípulo Schwartz.
    El problema es que mucha gente empieza ceder a la presión de la mercadotecnia neoliberal. Es como si el neoliberalismo hubiera conseguido hacerse con el monopolio del liberalismo, hasta el punto de que esta palabra empieza a tener un sonido aborrecible, a juzgar por los resultados.  Esto podría ser desastroso. La ceremonia de la confusión ha sido llevada demasiado lejos, y mucha gente, víctima de la ignorancia y de voces sofísticas, como la que acaba de regalarnos Vargas Llosa, ya está en situación de arrojar por la borda todo el liberalismo y de recaer consecuentemente en el absolutismo, como si viviéramos en los tiempos de Marx, de Lenin, de Hitler o de Franco, los cuatro asqueados ante lo que se entiende por capitalismo salvaje. Estamos ante un caso de apropiación indebida del liberalismo por una de sus facciones. Como liberal en el sentido filosófico y político del término, me veo en la necesidad de denunciar este odioso fenómeno.