viernes, 8 de mayo de 2009

IZQUIERDA, DERECHA Y CONFUSIÓN


     Dicen por allí que la dialéctica entre la derecha y la izquierda se ha visto superada… No  comparto el deleite posmoderno por tal creencia. Los “no-somos-de-derechas-ni-de-izquierdas”  me ponen los pelos de punta.  No se me puede pedir que ignore las consecuencias de  tan sobada fórmula,  empezando por el vaciamiento intelectual y moral.

    Recuérdese que tanto Hitler como Franco  se daban aires de superioridad al proclamar que no eran “ni-de-derechas-ni-de-izquierdas”… Y recuérdese que los tecnócratas han hecho su agosto sobre la misma listeza. El “crepúsculo de las ideologías” y el “pensamiento único” forman parte de un rodillo antidemocrático perfectamente conocido.

     Aparte de que  no veo ninguna ventaja en prescindir de los términos izquierda y derecha. Los necesitamos tanto en el plano teórico como en el práctico. A menos que nos guste el oscurantismo político. Como Norberto Bobbio, no considero posible ser a la vez de izquierda y de derecha. No se puede servir lealmente a dos causas contrapuestas y es propio de irresponsables buscar la armonía social y el progreso a la luz de una quimera.  

     Veo al señor Blair, el campeón de la “tercera vía”, yendo venturosamente hacia la derecha, veo a Barack Obama haciendo gestos de inteligencia a los republicanos de la administración Bush,  constato que  Nicolas Sarkozy ha integrado en su equipo a (supuestos) prohombres de la izquierda, recuerdo que Mariano Rajoy ha expresado su convicción de que cualquier socialista puede votar al PP y admito, desde luego, que todo ello forma parte del “espíritu de los tiempos”, como el “progresismo” de ciertos derechistas,  como el “socialismo” de  personajes que Pablo Iglesias no habría sentado a su mesa, como la difusión de la creencia de que, en el fondo, da lo mismo ser de un signo o de otro.  Contemplo el curioso  espectáculo, pero no lo celebro, porque, amigos míos, no hemos llegado aún a la sociedad sin clases y el reino de los fines está tan lejos como al principio. No hay, en consecuencia, nada que celebrar.

    El empleo de los términos “derecha” e “izquierda” es mil veces preferible a la confusión reinante. Y no lo digo de espaldas a la crisis que ésta padece,  de vigorizante efecto sobre aquélla. Llegados a cierto punto, lo que está en juego es la lucidez, y también,  por ende, nuestra capacidad de hacernos cargo de la realidad. Negar las diferencias no es un punto de partida sobre el que se pueda construir un futuro digno de tal nombre. Y negar las diferencias simplemente para eludir la pregunta acerca de los verdaderos objetivos por los que se concurre al parlamento o a la tribuna pública, o para esconder al amo o a la clientela, es de lo más despreciable.

    La salud de un sistema democrático serio y digno de confianza  depende de la aceptación del rival político con sus correspondientes aspiraciones y preferencias. No se conserva a base de pasteleos y  de crisis de identidad reales o ficticias, ni menos aún por el simple procedimiento de hablar  exclusivamente en función de los intereses más o menos obvios de tal o cual grupo de poder.

   Si pasásemos todos a definirnos exclusivamente en función de filias y fobias, de banderitas, siglas  y liderazgos de opereta, incapaces de depurar nuestros respectivos idearios –convencidos quizá de que éstos son más peligrosos que la irracionalidad que se deriva de semejante abdicación–, ya tendremos oportunidad de arrepentirnos; las enseñanzas de la historia son al respecto muy claras, y durísimas. Se empieza tomando asiento por encima de la derecha y de la izquierda, y se termina escarneciendo a los parlamentos, a la partitocracia y a todo lo demás. Y no por otro camino se va a dar en el totalitarismo, por la izquierda o por la derecha.

     Bien está que derecha e izquierda se las compongan para no chocar  como ciegas placas tectónicas, pero, salta a la vista, no es  de eso de lo que se trata en la actualidad. De ahí el escaso esfuerzo  en el plano teórico, el desdén por la ideología, el oscurecimiento de los problemas de fondo, la fabricación de discordias artificiales,  los insultos personales, la sustitución de los debates por  cargantes latiguillos para necios y el sistemático olvido de la historia, e incluso de lo que ayer se dijo.  ¿Se busca el diálogo enriquecedor? No, se busca la confusión y, en presencia de problemas reales, ésta solo puede conducir al descrédito de la clase política, un lujo que ninguna sociedad civilizada se puede permitir.   

    Que todo el sistema político se haya escorado hacia la derecha, como observó James Petras, que algunos  políticos se cambien de camiseta en medio del partido, que so pretexto de guardar las formas se adopte un discurso plano, que la izquierda esté en crisis, todo ello  palidece ante la acechanza del hambre,  la explotación del hombre por el hombre y las lacerantes desigualdades. Cuando estas den la cara tanto la izquierda como la derecha reales… acabarán reapareciendo, pero con la lucidez menguada y ya con cierta propensión al salvajismo. Lo veo venir. La falta de probidad intelectual nunca ha tenido consecuencias agradables. 

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