Una y otra vez, gentes bienpensantes se toman su tiempo para arremeter contra mayo del 68, momento en el que focalizan su resentimiento contra el espíritu de la llamada “década prodigiosa”. Se trata de una moda bastante rara, por no decir maliciosa, a la que Mario Vargas Llosa acaba de aportar su granito de arena (“Prohibido prohibir”, El País, 26 de julio de 2009).
Por lo visto, para entender la ruina de la enseñanza pública haríamos bien en llevar nuestras pesquisas hasta al lema “prohibido prohibir” que apareció escrito en una pared hace cuarenta años… con motivo de la revuelta parisina...
Bajo ese lema, nos dice Vargas Llosa, el principio de autoridad fue anulado en el ámbito de lo público, con desastrosas consecuencias sociales. Dicho principio sólo pudo conservarse en el campo de la enseñanza privada, la gran vencedora. Así pues, con aquello de “prohibido prohibir” no se sirvió a la causa de los pueblos, sino a la de los ricos. El juicio de Vargas Llosa cae sobre una generación entera, errada en sus medios, en sus fines y en sus efectos.
Si dejamos a un lado lo que este juicio tiene de moda, es inevitable que uno se sobresalte al ver reducido el principio de autoridad a la función de prohibir, así, sin más. No sé qué clase de autoridad desea ver restaurada Vargas Llosa, ni tampoco qué es lo que se aspira a prohibir, pero he de confesar que percibo un desagradable tufo antilustrado, un regusto a antiguo régimen e incluso a mero despotismo (a ordeno y mando, que por algo soy la autoridad).
Eso sí, el elegante análisis dialéctico de Vargas Llosa, lleva su parte de verdad en un punto, en el que se cuida de ahondar. Porque es cierto que, tras las revueltas estudiantiles de los sesenta –las hubo en todas partes, no sólo en París–, se inició, y no precisamente por parte de los jóvenes contestatarios, el escalonado y metódico ataque contra la enseñanza pública, hoy una caricatura de lo que fue.
Vistas las cosas desde la óptica del poder, nada peor que contar demasiados muchachos instruidos y despiertos: el saber y el conformismo no van de la mano, como acababa de demostrarse. En ello veo yo el verdadero motivo de la destrucción de la enseñanza pública y el paulatino robustecimiento de la enseñanza privada. Echarle la culpa a la “generación del 68” no pasa de ser un ejercicio de prestidigitación intelectual, cargante a decir verdad.
"La década prodigiosa" jajaja vamos hombre no sea tan ridículo, no sea tan onanista.
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