La
globalización neoliberal exige algo más que respuestas locales a la griega o a
la francesa. Me declaro, pues, solidariamente unido al más desventurado de los parados
rumanos, y, desde luego, al más triste de los esclavos chinos.
Oiremos toda clase de latiguillos sobre la inoperancia de los
sindicatos, sobre la maldad de los huelguistas, sobre las "horas perdidas", sobre la perfidia de los dirigentes sindicales, sobre futilidad de toda resistencia a la “economía de mercado”... Lo de siempre, ya repetido hasta el aburrimiento, ya una grosería si pensamos en lo que nos estamos jugando.
Ya veremos lo que pasa el día 29 y cuáles son los efectos de la movilización a medio plazo.
Ya veremos lo que pasa el día 29 y cuáles son los efectos de la movilización a medio plazo.
Lo
que los primates del sistema deberían tener muy claro es que si ellos abandonan
a los parados y a los trabajadores a su suerte, éstos acabarán por volver también,
ya desesperados, a las ideas clásicas, no menos radicales que el neoliberalismo
del que tanto se ufanan. Todavía están a tiempo para contener a los tiburones a
los que sirven, pero, mucho cuidado, porque el tiempo se nos está acabando a todos. Si ellos han vuelto a la escuela de Manchester y nos sirven como novedad lo más viejo, otros sacarán a relucir, en lógica respuesta, a sus clásicos, a Marx, Lenin o Bakunin, ajenos a eso de los "servicios mínimos" y a las milongas sobre ir todos en el mismo barco.
Que nadie se llame a engaño: a un capitalismo salvaje corresponde un sindicalismo salvaje, con huelgas salvajes al más puro estilo siglo XIX pero en plan global. La historia, que a veces se repite, no ha terminado, y todos deberíamos saber que estamos a punto de arruinar el buen rollo sólo para contentar a una élite de proxenetas.
Que nadie se llame a engaño: a un capitalismo salvaje corresponde un sindicalismo salvaje, con huelgas salvajes al más puro estilo siglo XIX pero en plan global. La historia, que a veces se repite, no ha terminado, y todos deberíamos saber que estamos a punto de arruinar el buen rollo sólo para contentar a una élite de proxenetas.
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