Maquiavelo,
que de buenista no tenía un pelo, dedicó bastantes páginas a hacerle ver al
príncipe que no se va ninguna
parte sin una conciencia clara de los límites del poder. Por tremendo que éste
sea, siempre hay que acordarse de cuidarlo, de conservarlo, lo que no suele
entrar en el repertorio natural de los déspotas.
Viene
esto a cuento de que no acierto a entender cómo ha sido posible que los Estados
Unidos hayan dilapidado su poder blando y su dinero de forma tan vesánica. Es fácil suponer que se sigue algún tipo de plan de largo alcance, muy bien pensado… Pero no. A juzgar por la experiencia, es prácticamente seguro que no hay nada “bien pensado”.
Si esta impresión es acertada, el mundo y el presidente
Obama tienen que vérselas con una potencia perfectamente irracional, de la que
caben esperar tremendas convulsiones. Téngase en cuenta que lo que más irrita a sujetos que no están en sus cabales es que alguien o algo les lleve la
contraria. Lo más cómodo parece
seguirles la corriente, pero no se puede, a menos que uno quiera acabar con las
facultades mentales y morales a cero. La locura es contagiosa, y la locura del poder no digamos.
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