Vivimos
en tiempos de regresión. Los trabajadores de una empresa de seguridad aérea
alemana, hartos de que sus jefes les dijeran cómo tienen que vestirse,
sometieron el caso a los tribunales, y perdieron. Resulta que los jefes mandan
no sólo sobre los temas laborales sino también sobre aspectos tan personales
como la longitud de las uñas o de la barba. Lo que me recuerda el reciente caso
de los empleados de un banco suizo.
Las trabajadoras alemanas, explica el alto tribunal, sólo pueden usar
sujetadores blancos o de color carne. Es muy importante que la
prenda no se transparente, caso en
el cual se recomienda encarecidamente el uso de una
camiseta. Las uñas no se permiten de más de medio centímetro. Los caballeros tienen la obligación de llevar una barba debidamente arreglada,
cortita…
Estas
cosas forman parte de la necedad creciente de los tiempos que nos toca vivir. Y
una de dos, o se hace algo, o acabaremos todos bajo superior dirección. Los que
somos algo mayores tendremos que recordar a los más jóvenes que desafiar los
gustos estéticos del poder establecido siempre ha tenido un precio. En su
momento, fue necesario arrojar a la basura los sostenes y corbatas, como fue necesario lucir barbas y
cabelleras robinsonianas. ¡Qué lucha la de aquellos tiempos! Claro que, al ser
expulsados de aquí y de allá, no habríamos tenido la ocurrencia de ir con
nuestras cuitas a los tribunales.
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