La entrada precedente, sobre la infumable reforma constitucional, ha
irritado a quienes desearían vernos bailar como osos de feria. Que si no había
más remedio, que si así es el mundo, que si el banco central europeo nos ha
salvado con su Diktat, que si los
partidos mayoritarios han dado pruebas de un elevado sentido de la
responsabilidad… Pero yo me reafirmo en lo dicho.
Y
algo más voy a añadir: esta reforma de las Constitución representa un
sacrificio horripilante de la soberanía en el altar de los intereses
financieros y, además, introduce
unas disposiciones que contradicen su espíritu, incompatibles con varios de sus
artículos de mayor enjundia, a los que vacía de contenido (artículos 1,
129,130,131…).
Este atropello se inscribe en una serie de reformas canallas,
encaminadas a cargar sobre nuestras espaldas el montante la juerga neoliberal,
por un lado, y por el otro, a
destruir el Estado de bienestar, lo que equivale a romper el contrato
social. Naturalmente, nos será dicho que no, que lo que se pretende es salvarlo, una mentira de las gordas
a juzgar por lo que han hecho los neoliberales un año tras otro.
Y conste
que no estamos ante un asunto meramente económico, como pretende hacernos creer
la parte interesada. Estamos ante un asunto de poder, de un poder que, por su
propia dinámica, se encuentra en
situación de sacar partido de esta crisis que él mismo provocó. Lo que
desde fuera parece un fracaso inapelable, desde dentro es un paso más por el
camino del éxito. Nótese lo bien que se dosifica el tempo de los
acontecimientos, nótese el escalonamiento de las reformas canallas, de las que nadie
habló cuando se trataba de socializar las pérdidas.
Pese
a lo ocurrido, pese al derrumbamiento de la pirámide de Ponzi, seguimos en las mismas. Se pide aun menos gasto público –menos
gasto social–, más austeridad, más privatizaciones, menos derechos para la
clase trabajadora e incluso menos impuestos, lo que indica que la galopada
nihilista va a continuar.
Economistas tan serios como Joseph
Stiglitz, Paul Krugman y Nouriel Roubini han dejado claro que así, EN LUGAR DE SALIR DE LA CRISIS, LA AGRAVAREMOS. Pero es
que da igual. Da completamente igual que la gente ya sepa que se exigen sacrificios que no servirán para nada salvo para sufrir. En definitiva, estamos ante
un chulesco despliegue de rapacidad, ante el cual una de dos, o uno se indigna,
o quedará convertido, automáticamente en un COLABORACIONISTA. Se puede llegar a
tan fea condición por interés, por falta de luces o por simple cobardía.
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