De forma súbita, el presidente Zapatero nos comunica que, como españoles
y europeos, estaremos bien protegidos, gracias a nuestra
incorporación al escudo antimisiles... Se habla de que el peligro puede venir de
Irán y de Corea del Norte. Y ya está, pues se sobreentiende que no hay que hacer caso del enfado de los rusos.
Sucede todo esto sin el menor debate, en el último tramo de la
legislatura, con el parlamento disuelto, y uno se entera como de refilón, como si
se tratase de un asuntillo de andar por casa. Una vez más, nuestra democracia
se ha lucido, sonriendo mucho eso sí. Cuando el general Franco se entendía con
los norteamericanos, al ciudadano, al menos, no le cabía ninguna clase de
responsabilidad. Ahora, en cambio, se da por supuesto que alguna tiene, lo que
da una pátina de respetabilidad a los acuerdos tomados a puerta cerrada, de
cuyo alcance nos enteraremos cuando ya no haya nada que hacer.
En su día, Gorbachov se mofó del escudo
antimisiles, por lo visto fácil de burlar, pero –claro es– la gracia no
estaba en su eficacia sino en el gran negocio, que se llevó los famosos “dividendos
para la paz”, de cuyo reparto nunca se supo.
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