Según las estimaciones de Julio Anguita, podríamos tener una República
en un par de años… Hay mucha gente desencantada que, visto lo visto, se apunta al
proyecto. Sobre todo gente joven, que viene a sumarse a los veteranos
republicanos que dieron su plácet a don Juan Carlos por entender que ofrecía el
único puente disponible para pasar del franquismo a una sociedad abierta,
personas de mayor edad que hoy se sienten burladas.
De
pronto, como si fuera noticia, unos y otros descubren que don Juan Carlos fue
nombrado por el general Franco, lo que se utiliza como argumento supremo contra
él, después de las consabidas alusiones a sus amistades peligrosas, al yate, al
elefante, al caso Urdangarín y demás. Quien menos te lo esperas, tiene la lista
de agravios completa en su cabeza y se irrita al ver una instantánea del rey
brindando con altos empresarios.
Pues
bien, sin ignorar esa lista, yo he puesto sobre el tapete la inconveniencia y
la inoportunidad de segarle a don Juan Carlos la hierba bajo los pies. ¿Una
ingenuidad y una cobardía por mi parte, como me han dicho? Si yo fuera ingenuo
en este punto, la situación sería todavía peor de lo que me parece hoy, de peor
pronóstico, de peor arreglo.
Porque,
para empezar, mientras IU apunta a una República, el PSOE no, lo que quiere
decir que la izquierda acabaría yendo a las urnas en completo desacuerdo en
asunto tan capital, metida en una disputa que enturbiaría el ánimo de sus
votantes y pondría en fuga a los segmentos más conservadores y timoratos. Es
fácil imaginar quién se aprovecharía de ello cumplidamente.
Estamos
ante un asunto de poder y mis detractores, movidos por principios y por
sentimientos, no lo tienen en cuenta. Que una República puede ser tan
desastrosa como una Monarquía no entra en el razonamiento.
Se
imagina la traída de la Tercera República como un acto de justicia, como algo
que debe caer por su propio peso, sin prestar la debida atención a las
estimaciones sociológicas, a la pesada inercia, a la correlación de fuerzas, y
menos aun a la existencia de elementos extremosos de la derecha que se la
tienen jurada a don Juan Carlos por haber traído la democracia liberal, gentes capaces de guiarse por el principio de que cuanto peor, mejor.
¿Hacia dónde se va por ahí, en tan pésima compañía? Creo que a ninguna parte, a
lo sumo a una República más inestable que la de 1931.
Hay
que tener en cuenta que la Bestia neoliberal se ha lanzado al asalto final de
este país. Aquí y ahora de lo único que se trata es de pararle los pies, antes
de que nos haya desnacionalizado
por completo, antes de que nos encierre entre alambres de cuchillas.
Pensando
en la urgencia de hacer frente a la Bestia, un imperativo de supervivencia, pienso
que debemos mantenernos firmes en torno a la Constitución de 1978, lo que
implica, obviamente, una negativa a emprenderla contra la Monarquía. Entiendo
que, para hacer frente a esa Bestia, lo ideal es que luchemos juntos, con esa
Constitución por bandera. Y cuando digo juntos me refiero al monarca también.
Don Juan Carlos pudo
hacerse con una legitimidad que no tenía a partir del punto y hora en que apostó
por la democracia y por dejar atrás el franquismo, haciéndose valer como rey de
todos los españoles y no sólo de los del bando vencedor. Sobre otra base no
habría podido reinar. Enfrentado con el pueblo no habría ido a ninguna parte a
pesar del poder omnímodo que formaba parte de la herencia del dictador. Y
porque nos trajo la democracia, renunciando a ese poder omnímodo, se hizo acreedor
del agradecimiento general. Su actuación, realizada con visión de estadista, fue
decisiva. Pues bien, yo creo que la historia le está obligando a una
actuación no menos trascendente.
Porque ahora le toca ponerse de parte del pueblo, en contra de la Bestia. Creo
que sería una estupidez segarle la hierba bajo los pies simplemente por tales o
cuales anécdotas. Una estupidez, porque es una forma de dividir nuestras
fuerzas y de empujarle al campo contrario.
Mis
detractores me hacen notar que mi planteamiento es ingenuo, porque, según
ellos, a juzgar por lo ocurrido, don Juan Carlos ya se la ha jugado, poniéndose
de parte de la minoría cleptocrática que nos está llevando a la ruina. Si así
fuese, este escrito mío sería a la vez ingenuo y trágico, esto por descontado,
tan ingenuo y tan trágico como lo que he escrito en el post anterior sobre la
Constitución de 1978.
Pero, ¿sabemos ya lo que piensan y lo
que se proponen hacer don Juan Carlos y su hijo? Conjeturo que ambos deben
estar sopesando las cosas con la vista en el futuro que llama imperiosamente a
la puerta. Imagino que ya se han dado cuenta de que la pretensión de “borbonearnos”
con unas lindas palabras no tiene porvenir en estas circunstancias de ahogo
generalizado.
¿De qué lado están y estarán don
Juan Carlos y su hijo? Esto es lo decisivo y solo ellos pueden responder. Yo lo
único que sé es que las monarquías que traicionaron al pueblo para servir a una
oligarquía cleptocrática acabaron mal, merecidamente mal. Me cuesta creer que
nuestra Monarquía vaya a caer en una trampa histórica tan obvia. En todo caso,
un poco de paciencia; la aclaración no tardará en llegar.
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