Estimulada por los éxitos de la mercadotecnia religiosa de
allende los mares, por el agresivo dogmatismo neoconservador en temas sensibles
como el aborto o la homosexualidad, por el repunte de la moral victoriana
propiciado por la señora Thatcher y el señor Reagan, devoto de la Moral
Majorty, la Iglesia católica se olvidó del Concilio Vaticano II, metiéndose un
espectacular viraje retrógrado, adaptándose, una vez más, al espíritu de los
tiempos.
La
reaparición de la Religión como asignatura escolar en la ley Wert y el proyecto
de ley sobre el aborto del ministro Ruiz Gallardón habrían sido impensables de
no mediar ese movimiento retrógrado. El relanzamiento de la religión y los
ataques contra el aborto forman parte del síndrome neoliberal-neoconservador,
por definición antiilustrado, cuyos efectos la Iglesia católica quiso
aprovechar en beneficio propio durante las últimas décadas, como si los
telepredicadores norteamericanos tuvieran algo que enseñarle.
No
es de extrañar, por lo tanto, la revalorización de las sotanas y las casullas, ni
los pronunciamientos contra el preservativo, como tampoco el hecho de que un
hombre de Dios haya osado definir la enfermedad del diputado Zerolo como un
castigo divino. Todo esto viene en el lote, siendo, como siempre, muy difícil
saber si nos encontramos ante casos de fanatismo o de simple hipocresía.
Lo único claro es que se pretende devolver las conciencias a las coordenadas
preilustradas, en un patético intento de recuperar el pleno dominio sobre
ellas. Como no estamos ante un asunto meramente pintoresco sino ante un asunto
de poder, se vuelven a oír voces anticlericales claras y distintas.
La
irritación que producen las alevosas medidas retrógradas de los señores Wert y
Gallardón acaba cargada en la cuenta de la Iglesia, que así se expone a que, ya
que los señores financieros tienen medios sobrados para irse de rositas, sea
ella, más débil, la que tenga que pagar el pato en primer lugar. Y de paso,
todos nos vemos expuestos a que nuestros verdaderos problemas sean
torticeramente ocultados por un loco cacareo sobre temas que este país había
dejado atrás con realismo y sabiduría.
Coincide todo esto con la llegada del papa Francisco, de quien ya se
puede decir que ha inaugurado una nueva etapa, por su estilo, por sus palabras
y sus actos, un jarro de agua fría sobre la recalentada conciencia de los
elementos neoconservadores. La situación es, pues, novedosa, y sería una
torpeza juzgarla mecánicamente según la plantilla anticlerical de toda la vida.
En cuanto dichos elementos neoconservadores salgan de su estupor, le harán la
vida imposible al papa Francisco, y si no queremos hacerles el juego, más nos
vale echarle una mano, a él y a la parte de la Iglesia que se encuentra tan
deseosa como nosotros de poner fin a la asesina dictadura neoliberal.
¿Ha concluido el giro retrógrado de la Iglesia? Tal parece. Las finas antenas vaticanas han detectado que hemos llegado al final de una época y de que la gente está harta de los usos infames del poder. Creo que precisamente por eso ha podido llegar
Francisco al papado y adelantarse genialmente a otros dirigentes planetarios, todavía engolfados en un status quo que la gente odia con todas sus fuerzas. Ya ha dicho lo que opina del capitalismo salvaje. De modo que segarle la hierba bajo los pies a él y a los
católicos contrarios a la Bestia neoliberal sería un error lamentable, probablemente fatal
para la causa. La pretensión de pararle los pies a dicha Bestia en plan adánico está condenada al fracaso. De ahí la importancia de la
Iglesia, de lo que ella haga y de lo que nosotros hagamos en relación con sus
hechos. Si en su momento fue decisivo el
Concilio Vaticano II para dejar al franquismo fuera de juego, algo
podemos esperar de este papa, seamos católicos o no.
Si Francisco se mantiene firme
frente a la Bestia, si deja fuera de juego a los fanáticos y dogmáticos, si
contribuye a restablecer la convivencia entre progresistas católicos y no
católicos, y si le muestra al PP el camino de salida de la trampa neoliberal y
neoconservadora en que se ha metido, señalándole la incompatibilidad del abecé
del cristianismo y estos fraudes despreciables, habrá hecho bastante. Por lo
que considero que los instintos anticlericales están ahora claramente fuera de
lugar. Contra la Bestia, lo
importante es la unión, no me canso de decirlo.
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