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domingo, 12 de enero de 2014

LA IGLESIA Y LA BESTIA NEOLIBERAL (IV)


     Estimulada por los éxitos de la mercadotecnia religiosa de allende los mares, por el agresivo dogmatismo neoconservador en temas sensibles como el aborto o la homosexualidad, por el repunte de la moral victoriana propiciado por la señora Thatcher y el señor Reagan, devoto de la Moral Majorty, la Iglesia católica se olvidó del Concilio Vaticano II, metiéndose un espectacular viraje retrógrado, adaptándose, una vez más, al espíritu de los tiempos.  
    La reaparición de la Religión como asignatura escolar en la ley Wert y el proyecto de ley sobre el aborto del ministro Ruiz Gallardón habrían sido impensables de no mediar ese movimiento retrógrado. El relanzamiento de la religión y los ataques contra el aborto forman parte del síndrome neoliberal-neoconservador, por definición antiilustrado, cuyos efectos la Iglesia católica quiso aprovechar en beneficio propio durante las últimas décadas, como si los telepredicadores norteamericanos tuvieran algo que enseñarle.  
    No es de extrañar, por lo tanto, la revalorización de las sotanas y las casullas, ni los pronunciamientos contra el preservativo, como tampoco el hecho de que un hombre de Dios haya osado definir la enfermedad del diputado Zerolo como un castigo divino. Todo esto viene en el lote, siendo, como siempre, muy difícil saber si nos encontramos ante casos de fanatismo o de simple hipocresía.
     Lo único claro es que se pretende devolver las conciencias a las coordenadas preilustradas, en un patético intento de recuperar el pleno dominio sobre ellas. Como no estamos ante un asunto meramente pintoresco sino ante un asunto de poder, se vuelven a oír voces anticlericales claras y distintas. 
    La irritación que producen las alevosas medidas retrógradas de los señores Wert y Gallardón acaba cargada en la cuenta de la Iglesia, que así se expone a que, ya que los señores financieros tienen medios sobrados para irse de rositas, sea ella, más débil, la que tenga que pagar el pato en primer lugar. Y de paso, todos nos vemos expuestos a que nuestros verdaderos problemas sean torticeramente ocultados por un loco cacareo sobre temas que este país había dejado atrás con realismo y sabiduría.
    Coincide todo esto con la llegada del papa Francisco, de quien ya se puede decir que ha inaugurado una nueva etapa, por su estilo, por sus palabras y sus actos, un jarro de agua fría sobre la recalentada conciencia de los elementos neoconservadores. La situación es, pues, novedosa, y sería una torpeza juzgarla mecánicamente según la plantilla anticlerical de toda la vida. En cuanto dichos elementos neoconservadores salgan de su estupor, le harán la vida imposible al papa Francisco, y si no queremos hacerles el juego, más nos vale echarle una mano, a él y a la parte de la Iglesia que se encuentra tan deseosa como nosotros de poner fin a la asesina dictadura neoliberal.
      ¿Ha concluido el giro retrógrado de la Iglesia? Tal parece.  Las  finas antenas vaticanas han detectado que hemos llegado al final de una época y de que la gente está  harta de los usos infames del poder. Creo que precisamente por eso ha podido llegar Francisco al papado y adelantarse genialmente a otros dirigentes planetarios, todavía engolfados en un status quo que la gente odia con todas sus fuerzas.  Ya ha dicho lo que opina del capitalismo salvaje. De modo que segarle la hierba bajo los pies a él y a los católicos contrarios a la Bestia neoliberal sería un error lamentable, probablemente fatal para la causa. La pretensión de pararle los pies a dicha Bestia en plan adánico está condenada al fracaso. De ahí la importancia de la Iglesia, de lo que ella haga y de lo que nosotros hagamos en relación con sus hechos. Si en su momento fue decisivo el  Concilio Vaticano II para dejar al franquismo fuera de juego, algo podemos esperar de este papa, seamos católicos o no.
      Si Francisco se mantiene firme frente a la Bestia, si deja fuera de juego a los fanáticos y dogmáticos, si contribuye a restablecer la convivencia entre progresistas católicos y no católicos, y si le muestra al PP el camino de salida de la trampa neoliberal y neoconservadora en que se ha metido, señalándole la incompatibilidad del abecé del cristianismo y estos fraudes despreciables, habrá hecho bastante. Por lo que considero que los instintos anticlericales están ahora claramente fuera de lugar.  Contra la Bestia, lo importante es la unión, no me canso de decirlo.

sábado, 1 de junio de 2013

INVOLUCIÓN


     Que la crisis no es meramente económica se ve claramente en el uso que se hace de ella para manipular las conciencias con vistas al sometimiento de la población. Si algo se mueve es en sentido retrógrado,  a grandes o pequeños pasos, pero sin ninguna vacilación, inexorablemente, sin tope conocido. Si alguien cree que las "reformas" han terminado, se equivoca medio a medio. Simplemente, están siendo dosificadas. Sólo terminarán cuando ya no nos reconozcamos a nosotros mismos en el espejo.
   Durante décadas, España fue hacia arriba. Ahora va hacia abajo, no sólo en lo económico. No es un fenómeno meramente español, pero no veo en ello una disculpa. ¿Acaso teníamos que ser tan poco originales? El despertar de nuestro sueño europeo será, si las cosas siguen así, de tipo africano, de lo que, en todo caso, habrán sido tan responsables los tripulantes de la derecha como los de la izquierda.
    La cosa pinta mal. Mientras la izquierda se complica la vida y se dedica a dar bandazos entre la indecisión, la acomodación y unos planteamientos poco realistas, la derecha se ha olvidado del centro.
   Vuelvo a sentir el ciego choque de placas tectónicas que deseábamos dar por definitivamente superado en aras de un equilibrio inteligente y constructivo. Parece que todo habrá que decidirlo, a cara o cruz, maniqueamente, en las próximas elecciones, como si no fuera a haber elecciones nunca más. Y esto también es pura involución, de la que nada bueno cabe esperar, salvo una escalada de provocaciones y absurdidades. Dejando aparte a cuestión de quién empezó primero a irritar al contrario, resulta obvio que, resucitados Smith, Ricardo, Malthus, Spencer y Pío IX, veremos resucitar, más pronto o más  tarde, a Lenin y a Trotski.
     La aplicación del ideario neoliberal y neoconservador por parte del Partido Popular nos conduce  hacia una sociedad piramidal, jerarquizada, en la cual el dinero, el saber, la seguridad y la libertad serán  monopolizados por unos pocos. ¡Al diablo con los esfuerzos puestos en la cohesión social! El rico no tendrá que preocuparse por su salud, ni por su porvenir, el pobre todos los días a todas horas, hasta el último aliento. Regresamos al siglo XIX. Según se mire, a cámara lenta, o a toda velocidad. Lo que, según nos enseña la historia, no quedará impune. La cosa siempre ha ido fatal cuando la derecha oligárquica se ha encastillado en su egoísmo y su prepotencia. Y desgraciadamente, la derecha inteligente y templada es una especie en extinción. Queda la otra,  la que, dándoselas de original, es capaz de jugar con fuego.
    ¿Es normal que la religión reaparezca como tal religión en el programa de estudios, con nota y todo?  ¿Es normal que se proyecte una ley contra el aborto similar a la que impera en El Salvador, donde está prohibido hasta en el caso de que la vida de la madre corra peligro y el feto sea anencefálico? Normal, no. Quiere decir que vamos hacia una edad oscura, lo que es anormal y ajeno a la sensibilidad de la mayoría de los habitantes de este país.
   En los inicios de la revolución de los muy ricos, en cuya estela se sitúan estas novedades retrógradas, se invirtieron enormes sumas de dinero en el relanzamiento de la religión en los Estados Unidos. Por un lado, se asfixia económicamente a la gente, por el otro se le ofrece la religión como consuelo y como motivo de exaltación. En lugar de justicia, caridad. Ronald Reagan no sólo apelaba a Milton Friedman. Se presentaba como un seguidor del patético predicador Jerry Falwell, el líder de la Moral Majority. La difunta señora Thatcher predicaba las virtudes del neoliberalismo económico y simultáneamente pedía un retorno a la moral   victoriana. Y encima, ambos dos, Ronnie y Maggie como les llamaban sus adoradores, se las daban de avanzados, de defensores de la libertad (igual que nuestros Wert o Gallardón, cuyo "centrismo" ha quedado al descubierto)…  
  ¿Es  normal que desde la televisión pública se invite a los parados a rezar y que se recomiende, en plan años cincuenta, no sé qué decoro a nuestras jovencitas? ¿Es normal que se multipliquen las radios y los canales que emiten en una clave religiosa que realmente no parece europea? Por lo visto. Todo ello viene en el mismo paquete, de tipo involutivo, que a no dudar será respondido con planteamientos de signo contrario, asimismo regresivos de no mediar un milagro. Así, por ejemplo, el infeliz idilio  del Estado con la Iglesia  está pulsando fibras anticlericales  que creíamos olvidadas. 
   Vamos hacia atrás. Por ejemplo, ya se ha impuesto el dogma de  que lo más importante de todo en esta vida  (cuestión de vida o muerte) es  tener trabajo, sea cual sea, en las condiciones que establezca el patrón. ¡Qué tremendo retroceso! ¡Qué ganas de que los españoles nos busquemos la ruina como en tiempos de la República! No falta mucho para que la gente, en lugar de salir a la calle en defensa de las conquistas sociales amenazadas, tenga que hacerlo, simplemente, para pedir “pan y trabajo”. 
   Y ya hemos llegado al punto en que no es posible educar, pues hasta los niños nos saben víctimas de un alevoso atropello que les afecta directamente. Diríjase a un grupo de adolescentes, cante pedagógicamente las virtudes de nuestra democracia y de nuestra monarquía, y preste atención a las miradas, pero también a su propia voz.  Si le suena a hueco, si se siente hipócrita, ya me dirá.
   Esta involución amenaza con devolvernos al punto de partida, al drama de las dos Españas. Los argumentos –por llamarlos de alguna manera– que se oyen en el Congreso sólo dejan patente que hay un abismo entre la izquierda y la derecha, que donde uno ve blanco el otro ve negro. Y esa brecha en las alturas –que no se soluciona con compadreos de espaldas a la ciudadanía– se agrava en línea descendente, como puede atestiguar cualquiera que tome un taxi o se tome la molestia de leer los comentarios de los lectores de la prensa digital. ¿Y el buen rollo que tanto nos costó conseguir, se irá al diablo? ¿Y el trabajo de generaciones, también?