Según el presidente Rajoy esto marcha y hemos dejado atrás la recesión,
hemos vuelto a la senda del crecimiento y la creación de empleo. La noche quedó
atrás, etc. La oposición trató, esforzadamente, de devolverlo a la realidad, y
él se reafirmó en lo dicho bien agarrado a sus chuletas y sin que le temblara la voz, terne en su costumbre
de eludir todos los temas que nos preocupan. Sin inmutarse
al recibir en pleno rostro tal o cual mentís, repitió hasta la saciedad los mismos mensajes con un estudiado aire de superioridad, tratando en
todo momento de sacar partido de la supuesta ventaja del optimista desenvuelto frente al desdeñable pesimista
crónico. Por no ser Rubalcaba “la alegría de la huerta”, él se elevaba. He
aquí, pues un estadista de primera, firme, seguro de sí, contento de haber triunfado
donde Zapatero fracasó completamente, esto para mayor soterramiento de
Rubalcaba.
Como vemos, Rajoy y el PP juegan fuerte, tan fuerte que son capaces de
jugarse hasta la camiseta a cara o cruz. Hay que tener valor para fiarlo todo a
la “recuperación”, a los voceados “brotes verdes”. Claro que Rajoy y el PP dan
por seguro que no serán abandonados a su suerte por las altas instancias
económicas a las que sirven, que ya se ocuparán de echar tierra sobre los
problemas, para que no les estallen en la cara en plena recta electoral. Creen,
desde luego, que es posible presentar como recuperación lo que no lo es. Y esto
quiere decir que creen que los españoles
pueden ser anestesiados y mareados
con bonitas cifras macroeconómicas, como si los chanchullos realizados en otros países se pudieran copiar aquí y ahora sin horribles consecuencias.
En
todo caso, para comprender el discurso de Rajoy y la actitud del PP hay que
recordar que en la trastienda del movimiento neoliberal es de rigor usar todos
los recursos de la mercadotecnia, en plan Karl Rove, para crear realidades a medida, siendo la verdad
una referencia completamente prescindible. Es una cuestión de escuela, del
abecé de una escuela.
Pérez
Rubalcaba, Cayo Lara y Rosa Díez, por ejemplo, buscan la aprobación de los
oyentes con apelaciones a las verdades de uso común, con la certeza de que compartimos una determinada realidad
social y una determinada sensibilidad moral. Rajoy pertenece, como digo, a otra
escuela, donde lo que se lleva es crear realidades, en plan sofístico, sin ningún rubor, donde no se lleva
responder a ninguna pregunta sino aprovechar cualquier pregunta para repetir el
mismo mensaje interesado, venga o no a cuento.
Si
tenemos en cuenta los usos de esa escuela, capaz de venderle a la humanidad la
trola del neoliberalismo económico, capaz de mentir hasta que medio mundo
aceptase la guerra de Irak, por ejemplo, comprenderemos mejor la naturaleza del
rollo que nos ha soltado el presidente del gobierno.
Nótese
que no se dirigió a los oyentes que se sentaban en el hemiciclo, sino a un hipotético oyente medio,
representado invariablemente por los técnicos como un perfecto idiota que no
merece el menor respeto. Se parte siempre del principio de que dicho idiota es
más importante, en términos electorales, que el no idiota. No es que Rajoy no
sepa que eludir temas capitales, simplificar las cosas, mezclar verdades con
mentiras y todo eso resulta irritante para cualquier oyente con dos dedos de
frente. Es que tiene asumido que no hay que preocuparse por ello, por ser lo
único importante llegar a la masa, a las “muchedumbres desconcertadas”, como
las llamaban Kennan.
Si
esa forma torticera y sofística de hacer política ha hecho muchísimo daño a la
democracia norteamericana, imagínese el daño que le está haciendo a la nuestra,
mucho menos rodada. No hay forma humana de entenderse, ni de ver los problemas,
y menos de solucionarlos. En el fondo, no hay la menor intención de compartir
democráticamente las tareas de Estado, hay puro despotismo, cada vez menos
disimulado, puro elitismo, el elitismo de quien se siente en disposición de
engañar sin ningún miedo a las consecuencias.
Se decía antes que a un pueblo se le puede mentir, pero que no se le
puede mentir sostenidamente. Esto ya pasó de moda, pues la idea es que se puede
mentir de manera continuada. El gobernante de la escuela neoliberal se siente tan
fuerte que es capaz de arrostrar sin inmutarse el fuego cruzado de quienes
analizan y ponen en claro sus mentiras y sus contradicciones. Sí, el cuenta con los avezados
observadores que lo tienen calado, y le dan igual, como le trae al pairo que
las mejores cabezas del país no puedan hacer otra cosa que perder el tiempo en desciframiento
de lo que él les suelta, una forma de darles carnaza y de no permitirles
concentrarse en lo que de verdad nos importa, las soluciones. Es inevitable recordar al genio de la
mercadotecnia política que les dijo a unos periodistas: “nosotros creamos la
realidad, ustedes van detrás, tratando de entenderla”. Pues eso, ahora más que
brotes verdes, un vergel. ¡Cuánto cinismo!
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