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jueves, 27 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA IZQUIERDA Y LA DERECHA

A Cayo Lara le desagrada que Podemos haga gala de ambigüedad en lo tocante a su posición en el espectro político. Pablo Iglesias ha dicho que su ADN personal es de izquierdas, pero  no lo hace extensivo a Podemos. El nuevo partido pretende trascender la dialéctica/izquierda derecha, un enfoque trasnochado según nos cuentan. Hay al respecto una diferencia significativa entre IU y Podemos.
    Entiendo el recelo de Cayo Lara, y lo comparto. Norberto Bobbio decía, a mi juicio con razón, que un partido no puede ser a la vez de izquierdas y de derechas. Creo que en algún punto de su trayectoria Podemos se topará con esta evidencia insoslayable, en forma de crisis interna o de ataque exterior.
    A mí no me gusta esta ambigüedad. Por razones teóricas y pedagógicas, pero también por los malos recuerdos que me vienen a la cabeza cuando alguien me  suelta “no es de izquierdas ni de derechas”, por ser precisamente esta la fórmula de Hitler, de Franco y de José Antonio  Primo de Rivera. 
     Con motivo del 15-M fui sorprendido por algunos jóvenes que no se sentían ni de derechas ni de izquierdas, nunca supe si por devociones posmodernas, por haberse tomado en serio lo del fin de la historia, o simplemente por tener asociada la izquierda al PSOE y la derecha al PP. En fin, me dije, da igual que el 15-M no se sitúe formalmente en la izquierda como movimiento de indignación, como expresión multitudinaria de una voluntad de cambio, expresión en la que caben las más distintas sensibilidades; además, no todos mis interlocutores andaban en las mismas. Pero el problema me lo platea Podemos como partido llamado a ocupar un sitio en el espacio político.
     Detrás del lema “ni de izquierdas ni de derechas” siempre se agazapa, a juzgar por la experiencia, una oscura voluntad de hacerse con la hegemonía, una voluntad incompatible con una sociedad abierta y con un sistema de partidos variado y funcional. Es el lema que conduce a los sistemas de partido único. Con estas cosas no se juega, y más vale que Podemos se ande con cuidado, para no desbocarse y también para ejercer la función pedagógica que corresponde a la alta responsabilidad que va camino de asumir.
      Claro que no es mi propósito prejuzgar a Podemos, todavía en fase de construcción. Sería injusto atribuirle las culpas de otros o embutirlo por anticipado en un esquema, como hacen sus enemigos. Además, reconocidas las preocupaciones precedentes, no dejo de dar vueltas al fenómeno, topándome con elementos de juicio que  no se pueden pasar por alto en estos momentos de emergencia. Como observador estoy obligado a contemplar el cuadro desde todos los ángulos.
     Por ejemplo, la ambigüedad que irrita a Cayo Lara y a mí tiene todas las trazas de obedecer a una toma de conciencia por parte de los dirigentes de Podemos en lo que se refiere a su electorado seguro y a su electorado potencial. Estaríamos ante un simple reajuste del lenguaje en función de los hábitos imperantes en esos segmentos, es decir, ante un caso de pragmatismo o de demagogia, según el observador, siendo obvio por lo demás que solo tendría derecho a protestar el no demagogo (espécimen desconocido en el juego político actual).
     Los sinsabores electorales de IU parecen haber sido tomados como lección. Y el resultado es espectacular. 
    Sería absurdo pedirle a Podemos que actúe en función de un repertorio ideológico cerrado y coherente, pues es de sobra sabido que quien lo haga se quedará, urnas mediante, en un rincón. Como es sabido también que,  para ganar unas elecciones, hay que conquistar a los votantes del centro, esos votantes que siempre se le han resistido a IU, los que “deciden” según los técnicos en la materia.  
   Todo indica que los dirigentes de Podemos aspiran a que sea lo que se entiende por un partido “atrápalo todo” (al precio de fastidiar a los puristas).  ¿Tiene sentido reprochárselo? ¡Los dos partidos del turno con los que debe competir funcionan en ese registro y no serán vencidos por quien se abstenga de incurrir en esa estratagema tan vulgar como eficaz! ¿Acaso podríamos exigirles a unos estudiosos de la política que prescindan de su saber en aras de una pureza suicida? 
    Mucha gente que no se siente representada por la derecha no se atreve a declararse de izquierdas por razones históricas, siendo de lo más práctico prescindir de la etiqueta y dejar en segundo plano a los componentes de Izquierda Anticapitalista, obviamente inhabilitados para la conquista del centro. Como es práctico insistir en que aquí se enfrenta el pueblo contra la casta. Así planteadas las cosas, se pueden dejar en el armario los fantasmas evocados por la lucha de clases, sin incurrir en demagogia alguna porque no se engatusa a nadie. El enfrentamiento entre pueblo y casta extractiva es real, no un invento de ocasión.
     Por lo demás, hay que tener en cuenta la pesada inercia histórica: de alguna manera este país sigue dividido en dos por la línea de separación marcada por la Guerra Civil. Y podría ocurrir que la ambigüedad de Podemos sirviese para desactivar los reflejos condicionados a la hora de votar. ¿Una listeza de Podemos, o una señal de que el tiempo no ha transcurrido en vano? Depende del punto de vista. 
     Es comprensible, por ejemplo, que los europarlamentarios de Izquierda Unida hayan abandonado el hemiciclo en protesta por la presencia del Papa en un espacio formalmente laico, pero también lo es que Pablo Iglesias se haya quedado  y le haya aplaudido, celebrando su contundente declaración a favor de la justicia social. No veo en ello una listeza, ni tampoco una contradicción, sino una sensibilidad diferente, menos traumatizada por la acción eclesiástica directa, y bastante más recomendable que la rigidez habitual si de lo que se trata es de ganar elecciones y de sumar fuerzas contra la Bestia neoliberal, el enemigo común.

jueves, 27 de febrero de 2014

DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN


   Según el presidente Rajoy esto marcha y hemos dejado atrás la recesión, hemos vuelto a la senda del crecimiento y la creación de empleo. La noche quedó atrás, etc. La oposición trató, esforzadamente, de devolverlo a la realidad, y él se reafirmó en lo dicho bien agarrado a sus  chuletas y sin que le temblara la voz, terne en su costumbre de eludir todos los temas que nos preocupan. Sin inmutarse al recibir en pleno rostro tal o cual mentís, repitió hasta la saciedad  los mismos mensajes con un estudiado aire de superioridad, tratando en todo momento de sacar partido de la supuesta ventaja  del optimista desenvuelto frente al desdeñable pesimista crónico. Por no ser Rubalcaba “la alegría de la huerta”, él se elevaba. He aquí, pues un estadista de primera, firme, seguro de sí, contento de haber triunfado donde Zapatero fracasó completamente, esto para mayor soterramiento de Rubalcaba.
    Como vemos, Rajoy y el PP juegan fuerte, tan fuerte que son capaces de jugarse hasta la camiseta a cara o cruz. Hay que tener valor para fiarlo todo a la “recuperación”, a los voceados “brotes verdes”. Claro que Rajoy y el PP dan por seguro que no serán abandonados a su suerte por las altas instancias económicas a las que sirven, que ya se ocuparán de echar tierra sobre  los problemas, para que no les estallen en la cara en plena recta electoral. Creen, desde luego, que es posible presentar como recuperación lo que no lo es. Y esto quiere decir que creen que los  españoles pueden ser anestesiados  y mareados con bonitas cifras macroeconómicas, como si los chanchullos realizados en otros países se pudieran copiar aquí y ahora sin horribles consecuencias.
    En todo caso, para comprender el discurso de Rajoy y la actitud del PP hay que recordar que en la trastienda del movimiento neoliberal es de rigor usar todos los recursos de la mercadotecnia, en plan Karl Rove, para crear  realidades a medida, siendo la verdad una referencia completamente prescindible. Es una cuestión de escuela, del abecé de una escuela.
    Pérez Rubalcaba, Cayo Lara y Rosa Díez, por ejemplo, buscan la aprobación de los oyentes con apelaciones a las verdades de uso común, con la certeza de que  compartimos una determinada realidad social y una determinada sensibilidad moral. Rajoy pertenece, como digo, a otra escuela, donde lo que se lleva es crear realidades, en plan sofístico, sin  ningún rubor, donde no se lleva responder a ninguna pregunta sino aprovechar cualquier pregunta para repetir el mismo mensaje interesado, venga o no a cuento.
    Si tenemos en cuenta los usos de esa escuela, capaz de venderle a la humanidad la trola del neoliberalismo económico, capaz de mentir hasta que medio mundo aceptase la guerra de Irak, por ejemplo, comprenderemos mejor la naturaleza del rollo que nos ha soltado el presidente del gobierno.
    Nótese que no se dirigió a los oyentes que se sentaban en el hemiciclo, sino  a un hipotético oyente medio, representado invariablemente por los técnicos como un perfecto idiota que no merece el menor respeto. Se parte siempre del principio de que dicho idiota es más importante, en términos electorales, que el no idiota. No es que Rajoy no sepa que eludir temas capitales, simplificar las cosas, mezclar verdades con mentiras y todo eso resulta irritante para cualquier oyente con dos dedos de frente. Es que tiene asumido que no hay que preocuparse por ello, por ser lo único importante llegar a la masa, a las “muchedumbres desconcertadas”, como las llamaban Kennan.
    Si esa forma torticera y sofística de hacer política ha hecho muchísimo daño a la democracia norteamericana, imagínese el daño que le está haciendo a la nuestra, mucho menos rodada. No hay forma humana de entenderse, ni de ver los problemas, y menos de solucionarlos. En el fondo, no hay la menor intención de compartir democráticamente las tareas de Estado, hay puro despotismo, cada vez menos disimulado, puro elitismo, el elitismo de quien se siente en disposición de engañar sin ningún miedo a las consecuencias.
     Se decía antes que a un pueblo se le puede mentir, pero que no se le puede mentir sostenidamente. Esto ya pasó de moda, pues la idea es que se puede mentir de manera continuada. El gobernante de la escuela neoliberal se siente tan fuerte que es capaz de arrostrar sin inmutarse el fuego cruzado de quienes analizan y ponen en claro sus mentiras y sus contradicciones.  Sí, el cuenta con los avezados observadores que lo tienen calado, y le dan igual, como le trae al pairo que las mejores cabezas del país no puedan hacer otra cosa que perder el tiempo en desciframiento de lo que él les suelta,  una forma de darles carnaza y de no permitirles concentrarse en lo que de verdad nos importa,  las soluciones. Es inevitable recordar al genio de la mercadotecnia política que les dijo a unos periodistas: “nosotros creamos la realidad, ustedes van detrás, tratando de entenderla”. Pues eso, ahora más que brotes verdes, un vergel. ¡Cuánto cinismo!

martes, 18 de febrero de 2014

LAS ELECCIONES Y LA IZQUIERDA


Se nos echan encima las elecciones europeas y luego vienen otras, trascendentales. Se nos ofrece una oportunidad de pasar de la indignación a la acción positiva. Hay que poner en su sitio a “los señores de Bruselas”; hay que cortar la gruesa trenza de intereses que amenaza con estrangularnos. ¿Vamos ha dejar a Europa,  como cosa perdida y asquerosa, en manos de esos señores? Espero que no, pero me pregunto cuál es la manera más inteligente de proceder.
   Me alarma la dispersión de las fuerzas de la izquierda. No hay tiempo que perder: la Bestia neoliberal está a punto de arrastrarnos más allá del punto de no retorno. Por no mencionar el auge de figuras como Le Pen y Wilders, que llevan tiempo trabajándose a las clases perjudicadas.
    Sería el colmo que estos extremistas de derecha se llevaran el gato al agua, y el colmo también que con su sola presencia pongan las cosas de tal modo que los expertos de mercadotecnia lo tengan fácil para proyectar el espejismo de que los populares europeos  y los socialistas son  centristas serios y tranquilizadores… Europa necesita una poderosa fuerza de izquierda, y la necesita urgentemente. Porque es en Europa donde se tejen las políticas que luego se aplican como si hubieran caído del cielo.
     En España tenemos a los socialistas ya convertidos en un problema para la izquierda social: han hecho méritos como corresponsables  del infame y antidemocrático negocio que nos chupa la sangre. A diferencia de los populares, no están completamente a sus anchas en ese papel, pero lo han cumplido, para desesperación de miles de votantes otrora fieles. La tomadura de pelo no ha podido ser mayor y hasta hay gente que piensa que las medidas progresistas (ley del aborto, matrimonio homosexual) no han sido otra cosa que distracciones. A este extremo hemos llegado (“ni PSOE ni PP”). La evidencia de que los socialistas hicieron con desgana lo que los populares hacen con entusiasmo no atenúa la repulsión. Que los socialistas españoles pactaran a nuestras espaldas la prostitución de la Carta Magna con el artículo 135 fue el acabose.
    ¿Qué posibilidades tiene el PSOE de recuperar la confianza que ha dilapidado? No lo sé, pero pienso que su encastillamento en la creencia de que todo sigue igual obstaculiza la articulación de una alternativa eficaz. Ya está polemizando a derechas e izquierdas, con una mentalidad de pícaro, como si sólo él pudiera hacer lo que no hizo. Pienso que solo el surgimiento de una fuerza muy potente a su izquierda puede obligarle a renovarse y a hacer sus deberes, entre los cuales figura el de entenderse con sus afines teóricos, comprometiéndose a respaldar la eliminación del malhadado artículo 135.
    Tal y como están las cosas, llegará el tiempo de las coaliciones, y hay que cerrarle el paso a cualquier intentona de coalición formal o tácita de los socialistas con los populares, algo que sería nefasto para la democracia en España. Y esto solo lo podrá hacer una izquierda a la izquierda de los socialistas, capaz de darle el golpe de gracia a este turno tan lamentable como el de la Restauración.  
    En España los socialistas no están solos, pero lo que hay a su izquierda es demasiado complicado y desconcertante para el votante común.  Tenemos a los partidos que han hecho su travesía del desierto, las diversas evoluciones del  comunismo y el socialismo, como Izquierda Unida, y a los nuevos, desde Equo al Partido X, pasando por Izquierda Anticapitalista, todos ellos vinculados a fuerzas europeas. Pero el panorama es más complicado. ¿Monarquía o República? ¿Constitución de 1978 o no? ¿Qué hacer con el problema catalán? ¿Socialdemocracia o qué, anticapitalismo puro y duro?  ¿Unas gotas de pragmatismo o ninguna?
    Además, hay un magma novedoso, una continuación del movimiento de los indignados. Se habla de “empoderar”, de “transversalidad”, de la superación de la dialéctica derecha-izquierda, de trabajo en red; conviene meter el incómodo signo @, no sea que a uno le tomen por un machista; se ve con malos ojos a los líderes y no digamos a los más conocidos; se busca la pureza en lo asambleario, se sueña con una democracia como nunca hubo otra igual, con una gran confianza en la gente que me recuerda –no lo puedo remediar– la ingenua fe de mi generación en el pueblo y en la clase trabajadora. La palabra “partido” a veces suena tan mal como la palabra “liberalismo”, lo que es indicio de que las bases del sistema mismo no han sido comprendidas, lo que es tan fatídico para esta Monarquía constitucional como lo sería para una hipotética República. Algunos piensan que el sistema puede ser construido desde cero, lo que indica que muchos han pasado de la vieja fe supersticiosa en la historia a la ignorancia de la historia. No se ve ningún problema en el hecho de que tales o cuales se autodeterminen. Se da por descontado que la Constitución es pésima, la Monarquía un fósil y la República la solución.
     Todo esto es apasionante, pero lamento decir que poco prometedor de cara a las próximas elecciones. Conciliar los nuevos enfoques con los usos políticos tradicionales y formales, terreno en el que se librará la batalla, es una tarea que va para largo, y encima, mientras el PSOE sigue terne en su monarquismo, Izquierda Unida se reafirma en su republicanismo, una división que pagaremos todos, si no se remedia, en las elecciones venideras.
    Es irónico pero, cuando la crisis ha venido a revalorizar los planteamientos de la izquierda, esta no parece en condiciones de dar el do de pecho, si no por falta de vitalidad,  por dispersión. El problema es grave. De ahí que hayan surgido plataformas ad hoc, como Podemos y Convocatoria Cívica, para ver la mejor manera de resolverlo, tarea nada fácil si tenemos en cuenta las diferencias de fondo, la diversidad de las capillas, las reglas no escritas de una contienda electoral y la  dificultad de encontrar el necesario equilibrio entre las propias ideas y la sensibilidad de los votantes comunes y silvestres, a los que sería estúpido dejar atrás con una necia galopada intelectual por terrenos ignotos.
    Aquí no se trata de lograr un avance testimonial –que es lo que prometen hoy por hoy las encuestas– sino de mucho más. Sería, creo yo, una torpeza meter miedo en el cuerpo a los que ya se encuentran asustados. Hay que encontrar el equilibrio. Otra torpeza sería marear al electorado con siglas y con programas y declaraciones de intenciones más o menos semejantes y redundantes. Esto mientras el adversario vacía sobre nosotros su formidable arsenal de sofismas. ¡No quiero ni pensar en el resultado!
    Por mi parte, dejando a un lado las  cominerías y las urticarias, yo solo veo dos maneras de proceder, contando con lo que nos une, el superior propósito de pararle los pies a la Bestia Neoliberal y neoconservadora. Y las dos requieren buena voluntad.
1)    Poner todos los huevos en la cesta de Izquierda Unida, cuyo nombre indica claramente de qué se trata, y que ya cuenta con una variante, Izquierda Plural o  Izquierda Abierta   (por favor, aclárense) a medida de esta situación. Izquierda Unida ya existe, y está en la onda. Es una fuerza conocida, curtida y en situación de evolucionar, ya integrada en el Partido de la Izquierda Europea (PIE), un organismo prometedor. ¿Qué nos impide “empoderar” a Gaspar Llamazares y a Cayo Lara para que puedan actuar? Son dos políticos experimentados, precisamente lo que aquí hace falta, con la ventaja de que ya saben que la introversión no les llevará a ninguna parte. ¿Por qué no darles esta oportunidad, que se han ganado por su trayectoria? ¿Por una inquina a “los políticos”, por un rechazo mecánico del liderazgo, por amor a las caras nuevas, a los sujetos sin historia, para inflar el propio ego? Y hay otro motivo a favor de Izquierda Unida: cuenta con una organización, esto es, con algo que, no nos engañemos, no se improvisa por medio de Internet. Además, Izquierda Unida tiene entre sus filas a Alberto Garzón, que parece en condiciones de tender puentes entre los mayores y los más jóvenes.
2)      Dar vida a un Frente Amplio. Esto se hace de la siguiente manera: se crea una coalición electoral, los líderes de los distintos partidos se encierran a redactar un programa común, y adelante con los faroles. Recuérdese y estúdiese el caso del Frente Popular (1936). Unos líderes aparentemente irreconciliables, desde radicales a comunistas, acuciados por el empuje de la derecha, lograron pergeñar un programa común. Y el votante entendió  ­–Frente Popular, así de claro– y le dio la victoria aunque la propaganda fue misérrima, nada en comparación con la del otro lado, como ocurrirá ahora. Eso sí, estúdiese ese programa, y se verá que era moderado, sin asomo de lo que se entiende por extremismo, donde moderado no significa deshuesado. Y naturalmente, si se quiere hacer las cosas bien, con sentido de la realidad, habrá que hacer como entonces, aceptar la prioridad de Izquierda Unida –la que tiene un espacio ya ganado–, como entonces le fue concedida a Azaña y a Indalecio Prieto. Y además, no habría que cerrarle groseramente la puerta al PSOE (que decida él).
     Claro que lo que acabo de decir será tomado por estúpido si no se tiene en cuenta el embudo de la ley electoral, si se minimiza la potencia del bando contrario, si se toman a broma las limitaciones de la democracia de audiencia, si se confía en la lucidez del personal. La unión hace la fuerza, pero fue la derecha la que obró en consecuencia.

jueves, 16 de mayo de 2013

EL 15 M Y LA UNIÓN DE LA IZQUIERDA


    Mi pronunciamiento a favor de la botadura de un Frente de izquierdas, en la línea de lo que Juan Carlos Escudier considera “obligado” en las actuales circunstancias, ha motivado un valioso comentario anónimo en el que se lee lo siguiente:
   El movimiento 15-M NO es y NUNCA se ha definido como ‘de izquierdas’. Un frente común contra el bipartidismo, bien. Pero... ¿por qué sólo de izquierdas?”
    En el libro Palabras para indignados [de descarga gratuita en esta misma página], Cristina García-Rosales y yo hemos ofrecido nuestra opinión al respecto.
    Creo que el 15 M  cuenta con dos dimensiones. Por un lado es y seguirá siendo una manifestación de la fraternidad humana, una manifestación tanto teórica como práctica del humanismo. Como tal está por encima de la dialéctica izquierda/derecha, en situación de ser alentado por las personas de ambas sensibilidades que son contrarias a la barbarie de la Bestia neoliberal.
    En este sentido, creo que el 15-M tiene en su haber el mérito de haber inaugurado el giro que hará posible, no sólo en España, acabar con el imperio de dicha Bestia. Ya ha demostrado ser capaz de pulsar las cuerdas de la sensibilidad de personas muy distintas, de varias generaciones, de distintas clases sociales, de diversas nacionalidades, e incluso de personas situadas en la esfera del poder, como acreditan pronunciamientos como los de Stiglitz o de Krugman, que no son precisamente gentes de a pie. Sólo el 15-M es capaz de excitar por igual las fibras humanitarias de quienes protestan y de quienes, para su dolor, se ven enviados reprimirlos, en lo que cabe ver una esperanza de liberación para todos.
   Pero el 15-M tiene otro registro: en la práctica, es de izquierdas. Y hará bien –creo– en reconocerlo abiertamente. Como movimiento espiritual puede aspirar a la superación de la dialéctica izquierda/derecha, pero como empresa política no. Y esto porque estamos muy lejos de haber llegado a la sociedad sin clases, estando el poder establecido perfectamente colocado, en orden de batalla –por el lado derecho, desde luego– para mantener a toda cosa el statu quo que el 15-M viene a cuestionar. Y el peor servicio que podría hacerle el 15-M a la causa que defiende con sus limpios argumentos es servir al fraccionamiento de sus defensores en nombre de un planteamiento adánico, cuyos beneficiarios directos serían los genios de la mercadotecnia neoliberal.
    He oído decir que el 15-M es renuente a perder el apoyo de las personas  que no se sentirían cómodas en  un conglomerado  de izquierdas. Pero entiendo que no sería una desgracia ni para él ni para el país que los indignados de derechas, que los hay, se sintieran incomodados en este punto crucial y, por lo tanto, en situación de replantearse algunas cosas, empezando por el servicio que la derecha real le ha estado haciendo a la Bestia neoliberal. 
    A estos indignados de derechas, supongo que cristiano demócratas, les corresponde la difícil misión de combatir a esta Bestia neoliberal en la misma guarida en que se calienta y se da cuerda a sí misma. Y les toca también contribuir al restablecimiento de un diálogo constructivo entre la izquierda y la derecha, diálogo que es absolutamente necesario si se quiere impedir la estúpida reiteración de los errores que tan caros le han salido a este país, en teoría ya madura para dejar atrás el drama de las dos Españas. 
     El 15-M como un todo apunta claramente al restablecimiento de lo humano en la cima de nuestra escala de valores y al derrocamiento de la cultura del dinero. Tarea enorme para la que hacen falta todas las personas de buena voluntad, sean de izquierdas o de derechas, pero también una toma de posición en el terreno de juego político.
   No sé mañana, pero hoy está claro, en la práctica, de qué lado está el 15-M. La definición de un movimiento político no depende sólo de la que tenga a bien darse, porque es casi siempre decisivo la que le dan las fuerzas adversas. Las voces insultantes de la derecha establecida no han dejado, al respecto, el menor margen de duda. Con todo, ya sé que habrá quien desee persistir en la indefinición, a pesar de esos insultos y de la mano tendida de la izquierda.  Sin embargo, tengo por obvio que el 15-M, , si bien está llamado a regenerar el conjunto del sistema democrático, es esencialmente de izquierdas, por sus dichos y por sus hechos, por su estilo, por su atmósfera y también por sus oponentes. Y por lo tanto, creo que debe obrar como tal, en asociación con otras fuerzas que están a la izquierda, que desde hace años trabajan, a veces muy sufridamente, en la misma dirección.  Desdeñar la experiencia y el conocimiento del terreno de políticos tales como Gaspar Llamazares, Cayo Lara o Juan López de Uralde sería una torpeza, al menos a mi juicio, como sería un error aferrarse a la juventud, error ya cometido en pasados tiempos por quienes deseaban empezar de nuevas. Más bien, le toca al 15-M contribuir a que esos políticos se vean obligados a sentarse a la mesa, por el bien de todos.  
   Sospecho que la resistencia a admitir que el 15-M es de izquierdas tiene que ver, más que con la realidad, con un efecto de las leyendas sobre el fin de la historia, con los rollos de los filósofos posmodernos –tan gratos al poder establecido–, con la reverberación del ideal tecnocrático y, en definitiva, con la ceremonia de confusión que llevó a Bernard Henri-Levy a afirmar que Sarkozy era de izquierdas y que llevó a decir al señor Rajoy que las personas de izquierdas podían votar confiadamente al PP. ¿Se va a dejar el 15-M manipular por estos gastados trucos, por estas tonterías puestas en circulación para confundir a las personas que leen?
    Creo además que, en nuestro caso, eso de no ser ni de izquierdas ni de derechas viene dictado por un factor particular: el rechazo que causan el PSOE y el PP, entendidos el uno y el otro como modelos de sus respectivas ideologías, para colmo complementarios. El instintivo rechazo, aunque comprensible, podría dar lugar a derivas indeseables, al menos desde mi óptica, que es la de un sexagenario.
    En mi memoria, eso de no ser de izquierdas ni de derechas se encuentra asociado a los pronunciamientos de Mussolini, Hitler y Franco, como también las diatribas contra la política y los políticos. Cuando alguien se sitúa por encima de todos, al modo de esos tiranos, cuando se siembra el correspondiente odio a los “politicastros”, comienza siempre una cuenta atrás que acaba con la voladura del sistema democrático. Y como el 15-M es democrático (en este punto, su definición ha sido clara y rotunda) y no va a entrar en ese juego perverso, tendrá que tomar posiciones  en el encuadre político real. Sería muy de lamentar, añado, que, por persistir en una posición superior, se dedicase a segar los pies de los políticos concretos que representan la opción de izquierdas y, al mismo tiempo, se pusiese en situación de ser desfigurado por los siniestros genios de la mercadotecnia que sirve a la Bestia neoliberal, que ya se están relamiendo con la perversa idea de presentar a dicha Bestia como garante de la libertad y de la democracia.