La situación es de mal pronóstico: por extraño que parezca, el mal
catalán es contagiosísimo.
Si para mí ya es bastante perversa la colusión de la izquierda catalana
con los herederos de Pujol, el contagio sufrido por Pablo Iglesias y sus
huestes me parece el colmo. Si
dicha colusión daña por igual la causa de la izquierda, que es la de la
justicia social, y la causa de la República, en mala hora mezclada con tamaño brote de irracionalidad, lo
segundo amplifica el daño en
grado superlativo, hasta el punto de que ya afecta al entero sistema político.
Era de prever que la crisis económica dañaría este sistema, pero cuesta
entender semejante extravío de las conciencias, semejante malversación y manipulación de un sentimiento de
indignación tan legítimo como generalizado. Resulta que no pocos indignados de
ayer se han dejado enloquecer por el terruño y que algunos de sus portavoces,
imbuidos de insano oportunismo, creen que se puede hacer palanca sobre dicho
terruño para acabar con lo que llaman “el régimen del 78”. Toda la fuerza y la
razón que se necesitan para abolir la Ley Mordaza y para salvar nuestro Estado
de Servicios se perderá por el agujero negro del terruño.
Me será
dicho que ni Pablo Iglesias ni Ada Colau ni Alberto Garzón son
independentistas, pero he aquí que no han resistido la tentación de hacerles el
juego a los que sí lo son, ampliando la magnitud del desafío catalán. Lo han
hecho con palabras dulces, con invocaciones a la libertad, al derecho de decidir,
sirviéndoles en bandeja argumentos falaces para continuar su galopada. Un
detalle lo dice todo: Pablo
Iglesias aprovecha la ocasión para atacar al gobierno de Rajoy, lo que en la
presente situación implica un ataque sumamente artero contra el Estado y la
Constitución. ¿Cuanto peor, mejor? Detecto en ello oportunismo y desmesura a partes iguales. Puede
uno maliciar que Rajoy ha dejado que se pudra la situación catalana con miras a
encubrir sus vergüenzas, pero ni con esas se puede justificar el triple ataque,
habida cuenta de que lo que aquí está en juego es nuestra convivencia y nuestro
futuro político.
Pablo Iglesias y los suyos ya han
dado el paso de asociar, al modo de los catalanes independentistas, a Rajoy y a su
socio Rivera con el autoritarismo, nada menos. De resultas de esta alucinación, se proyecta
sobre el sufrido imaginario colectivo una inusitada división entre los
demócratas y los que no lo son, merecedores de desprecio e incluso de
desobediencia.
Pedro Sánchez ha sido formalmente invitado
a unirse a los buenos, en el plan maniqueo habitual. La idea es sacarse de la
manga, en palabras de Pablo Iglesias, un “nuevo Gobierno de unidad plurinacional y democrático que organice un
referéndum en Cataluña". Como si el gobierno actual no fuese democrático y
estuviese constituido por madrileños enloquecidos. Tonto sería Sánchez si le hiciera el más mínimo
caso. ¿Cuánto tiempo se tardaría en constituir ese taumatúrgico “gobierno de
unidad plurinacional”? Desde luego que más de una semana, que es lo que nos
separa del 1-O.
Visto lo visto, me da la
impresión de que ya se habría aplicado el artículo 155 de la Constitución si no
fuera por la debilidad parlamentaria de Rajoy. El temor a que el Estado se
quedase en pelotas ante el desafío catalán por obra y gracia de la parte de la
izquierda que no entiende ni jota de sus responsabilidades, parece haber
desaconsejado su aplicación. Y es
una pena, porque la vía judicial/policial es, por su propia dinámica, mucho
menos transparente, menos garantista y menos pedagógica también.
Como es obvio, las cosas habrían ido mucho mejor si en su día, de resultas de una mayoría
absoluta el PP, no hubiese actuado
torpemente en lo que a las aspiraciones catalanas se refiere. En su momento, no
se dialogó con la debida altura de miras, pero ya no hay vuelta atrás, al menos
por un tiempo. Estamos en la fase siguiente.
Podemos
y sus socios quieren dialogar, como si la desconexión no se hubiese planteado,
y quieren hacerlo no a costa de las aspiraciones independentistas sino a costa de
nuestra Constitución y a costa de la tranquilidad de los catalanes no
independentistas, lo que me parece demencial.
La sola idea de que se nos proponga en esta precisa coyuntura un período constituyente con la triple finalidad de darles el gusto a los independistas, de expulsar a Rajoy y de refundar lo que los de Podemos designan como “régimen del 78”… me parece una locura. Solo hay que restituir los términos originales del artículo 135 para que nuestra Constitución recupere su brillo. Algún día, claro, habrá que mejorarla, pero más vale no intentarlo en medio de la confusión reinante.
La sola idea de que se nos proponga en esta precisa coyuntura un período constituyente con la triple finalidad de darles el gusto a los independistas, de expulsar a Rajoy y de refundar lo que los de Podemos designan como “régimen del 78”… me parece una locura. Solo hay que restituir los términos originales del artículo 135 para que nuestra Constitución recupere su brillo. Algún día, claro, habrá que mejorarla, pero más vale no intentarlo en medio de la confusión reinante.
Magnífico análisis
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