La lógica de la atrocidad se ha
cobrado en París un número sobrecogedor de víctimas mortales y heridos. El
presidente Hollande ha declarado al país en estado de guerra, ha
impuesto un estado de excepción y propone una reforma constitucional. También se ha comprometido a acabar con el Isis, cuyo reconocimiento de la
autoría está fuera de duda. Y lo primero que ha hecho es lanzar un ataque
contra la ciudad siria de Raqqa, un bastión del Isis (o Daesh, Estado Islámico…). Todo ello
contando con la comprensión de las cancillerías occidentales y sin cuestionar ni lo más mínimo las aventuras militares de Francia en países remotos, como tampoco las relaciones de causa-efecto, temas antipatrióticos de por sí.
Es
inevitable experimentar una sensación de déjà
vu. Hollande se atiene al
guión que conocemos desde los atentados del 11-S. Recorte de las libertades en
nombre de la seguridad nacional y acción militar en el exterior. De donde se
sigue que al dolor por las víctimas debemos sumar el dolor por el curso de los
acontecimientos.
En opinión de los expertos el problema planteado por el terrorismo del
Isis no se puede resolver por medios exclusivamente militares y policiales. Estoy de acuerdo. Es
más, creo que es de vital
importancia para la salvación de nuestras sociedades relativamente abiertas
evitar la menor participación en la lógica de la atrocidad que nos ha metido en
este callejón sin salida. No se puede emplear impunemente esta lógica, ni
siquiera para acabar con el Isis, fruto amargo él mismo de su empleo por parte de las potencias
occidentales.
Tomemos el caso de Raqqa. No sé si sus doscientos mil habitantes eran
felices bajo el régimen de Bachar el Assad. Solo sé que cayeron bajo la férula del Isis hace casi dos años
(a saber por culpa de quién) y que han sido bombardeados en diversas ocasiones
por sus oponentes, últimamente por los rusos y ahora por los franceses (20
bombas la noche del domingo pasado, según la CNN). Solo puedo ver en todo ello
motivos de indecible sufrimiento.
¿Cuántos se han visto obligados a huir, cuántos a coexistir con los
bárbaros del Isis? ¿Cuántos han muerto a manos de estos? ¿Cuántos engrosan
ahora la lista de las “víctimas colaterales”?
Aquí lo grave es que el valor del ser humano se ha venido abajo y lo gravísimo no es que unos terroristas enloquecidos nos lo lancen a la cara de la manera más brutal un viernes por la noche; lo gravísimo es que los responsables del orden planetario operan sobre idéntica inmoralidad, como acreditan los bombardeos de ciudades y de países enteros en aras de intereses indeciblemente rastreros. Para vencer al terrorismo, no nos quepa duda, lo primero es renunciar de plano a la lógica de la atrocidad, única manera de acceder a la autoridad moral y de ganar en poder de convicción. Si no se restablece el valor del ser humano, no hay nada que hacer, salvo hundirnos todos juntos en la pura barbarie.
Aquí lo grave es que el valor del ser humano se ha venido abajo y lo gravísimo no es que unos terroristas enloquecidos nos lo lancen a la cara de la manera más brutal un viernes por la noche; lo gravísimo es que los responsables del orden planetario operan sobre idéntica inmoralidad, como acreditan los bombardeos de ciudades y de países enteros en aras de intereses indeciblemente rastreros. Para vencer al terrorismo, no nos quepa duda, lo primero es renunciar de plano a la lógica de la atrocidad, única manera de acceder a la autoridad moral y de ganar en poder de convicción. Si no se restablece el valor del ser humano, no hay nada que hacer, salvo hundirnos todos juntos en la pura barbarie.