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miércoles, 2 de diciembre de 2015

EL DESTINO DE LOS INOCENTES

       El destino de los inocentes ofrece una clara indicación sobre el nivel moral de los asuntos humanos. A juzgar por los hechos de nuestro tiempo, la humanidad, por lo que se refiere a sus rectores visibles e invisibles, ha recaído en un grado de barbarie digno de los tiempos de Auschwitz e Hiroshima. No es extraño, por lo tanto, que nos veamos invitados a hacer la vista gorda, a consentir e incluso a aplaudir con una mentalidad para nada distinta de la que hizo posible tamañas aberraciones.  La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) no se habría materializado hoy. Y pensado en ella, confirmando lo que aquí afirmo, cierta afamada colaboradora de los think-tanks neoliberales ha dicho que le parecen “un cuento de hadas”.
      Ya no estamos hablando de barbaridades puntuales del poder establecido, ejecutadas más o menos a escondidas, típicas de los “treinta gloriosos”.  Hablamos de acciones de gran envergadura perpetradas  con descaro por elementos que ni se toman el trabajo de esconder la mano. Hasta deben considerar estupendo que la humanidad palidezca ante el despliegue de su poder, tanto más aterrador cuanto más desprovisto de lo que se entiende por altura de miras. La barbarie económica y barbarie militar que padecemos son de pésimo pronóstico, vistas las cosas desde la perspectiva de los inocentes, la única que debería interesarnos.
     Los atentados de París pertenecen a la categoría de los que se condenan por sí solos.  Fueron perpetrados contra personas como usted y como yo, a las que pretendieron confundir con cruzados a sabiendas de que eran inocentes. Si el asesinato es aborrecible aunque se perpetre en nombre de ideas políticas o religiosas,  la elección arbitraria de las víctimas representa el colmo de la atrocidad. Y en ello andamos.
     Para la humanidad el problema no es que un puñado de elementos con el cerebro lavado lleguen a ese extremo repugnante, pues ella va muy sobrada de anticuerpos contra tales sujetos. El problema, ya gravísimo, es que sus máximos dirigentes sean cultores de la misma lógica de la atrocidad a una escala incomparablemente mayor, como prueban los arrasamientos de ciudades y países enteros con fines geoestratégicos y económicos indeciblemente rastreros.  La estatura moral de una época no se deduce de las acciones de un puñado de criminales desnortados, sino de la lógica del poder establecido, en nuestro caso atroz.
     La famosa guerra contra el terror iniciada por Bush se ha cobrado ya no menos de dos millones de víctimas en Afganistán e Irak, inocentes en su inmensa mayoría. Lo que digo: la lógica de la atrocidad.  La que se usó en Libia y la que se viene empleando en Siria, donde se quiso repetir la jugada. 
    Ninguna sociedad está libre de que en su seno se forme algún grupo de locos asesinos, pero es gravísimo que gentes que se dicen civilizadas se pongan a dar lecciones de inmoralidad a los elementos que pueda haber por ahí en disposición de convertirse en tales. En este punto estamos con la autoridad moral por los suelos. Sin vergüenza y sin propósito de enmienda.
      Pero no se crea que a esta situación se ha llegado en un día. El neoliberalismo y el neobelicismo han ido de la mano durante años, llevándose por delante todos los avances de la humanidad.
      Allá por el año 1986  se produjo un hecho sintomático, un anticipo de lo que vendría. Ronald Reagan, “un campeón de las libertades”, decidió aprovechar la muerte de dos soldados americanos en un confuso incidente acaecido en un club nocturno berlinés. Se difundió la especie de que la seguridad de los Estados Unidos se encontraba en peligro. Se anunció una inminente una invasión de los sandinistas… precedida por una sucesión atentados terroristas  perpetrados por agentes libios, unas mentiras risibles que llevaron a miles de americanos a la correspondiente paranoia.  Seguidamente, de manera por completo ilegal, Estados Unidos bombardeó Trípoli y Benghazi, matando a no menos de cien personas.  ¿Qué tenían que ver esas personas con el incidente del bar berlinés? ¡Nada en absoluto! ¿Y los derechos humanos? ¡Al diablo con ellos!  Y el mundo se lo tragó con patatas. Sí, se tragó esa represalia en plan Lídice, con los resultados que eran de prever.
    Sólo tres años después, cuando le entraron prisas por raptar a Manuel Noriega, Bush senior  invadió Panamá, previo bombardeo. ¡Otra vez lo mismo! Noriega, colaborador de la CIA, viejo conocido de Bush,  fue repintado para la ocasión: un monstruo en calzoncillos rojos que esnifaba coca mientras hacía vudú. Murieron unos 4.500 panameños; no menos de veinte mil personas se quedaron sin hogar. No hubo reacción tampoco, y no se tomó en consideración, como nos habría exigido Tucídides, el espinoso tema del Canal, verdadero motivo del sangriento atropello.  Pronto nos veríamos ante la novedosa expresión “bombardeos humanitarios”. Ya estaba a punto el modus operandi que tomó como pretexto los atentados del 11-S para dar alas a la  “destrucción creativa”.
    No, no hemos llegado de la noche a la mañana a la presente degradación. El problema de fondo es la lógica de la atrocidad, la mismita que creíamos haber dejado atrás en 1945. El valor del ser humano se ha venido abajo. Asistimos a una escalada de barbarie, con un imparable aumento de los “daños colaterales”, que ya forman parte de la banalidad del mal de nuestro tiempo. El destino reservado a los inocentes no puede ser peor. Si logran salvar el pellejo y llegar a nuestras sociedades, mejor no pensar en lo que les espera. Nótese que ya hay gente inteligente y sensible que apuesta por acabar con el Estado Islámico sin pensar, ni por un momento, en los inocentes que se encuentran bajo su ocupación. ¡Como si aquí debiéramos dar por sobreentendido que carecen de importancia y que la clave de todo es bombardear más y mejor! Es de lamentar que esa gente no se percate de que tal como sean tratados los inocentes de regiones remotas seremos tratados todos. 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

LOS ATENTADOS DE PARÍS: PREGUNTAS ACUCIANTES

    ¿Qué responsabilidad tiene Occidente en esto del Estado Islámico? ¿A qué países se refiere Putin cuando acusa a miembros del G-20 de estar detrás? ¿Quién se lucra con el petróleo que roba? ¿De dónde salieron los famosos Toyotas? ¿Con qué finalidad se lo dejó crecer?
     ¿Por qué se involucró Francia en el derribo de Gadafi y después en la intentona de repetir la misma jugada en Siria? ¿Por qué diablos se oyó decir a un ministro francés que ciertos extremistas estaban haciendo un “buen trabajo” en Siria? ¿Es verdad que Francia hizo un gran negocio vendiendo armas destinadas al Estado Islámico? De ser así, ¿se puede saber qué particulares se llenaron los bolsillos?
    Ya que todo está cambiando tras el acuerdo con Irán y la entrada en escena de Putin, ¿varió en algo la posición de Francia con respecto a los elementos anti Bacher el Assad, gentes del Estado Islámico incluidas, en los tiempos inmediatamente precedentes a los salvajes atentados de París?
    Para nada está claro que al Estado Islámico le conviniese perpetrar los atentados en estos momentos. ¿Por qué se ha expuesto a un ataque conjunto de todos contra él, arruinando parte la retaguardia de un buen número de sus militantes? ¿Estamos  ante venganza motivada por un cambio de posición,  o ante un chantaje a la desesperada, o ante las dos cosas juntas?  Queremos saber, conscientes de que no habrá una política terrorista digna de tal nombre mientras un tupido velo nos oculte los temas capitales.

martes, 17 de noviembre de 2015

13-N: LA SALVAJADA DE PARÍS

    La lógica de la atrocidad se ha cobrado en París un número sobrecogedor de víctimas mortales y  heridos. El presidente Hollande ha declarado al país en estado de guerra, ha impuesto un estado de excepción y propone una reforma constitucional. También se ha comprometido a acabar con el Isis, cuyo reconocimiento de la autoría está fuera de duda. Y lo primero que ha hecho es lanzar un ataque contra la ciudad siria de Raqqa, un bastión del Isis (o  Daesh, Estado Islámico…). Todo ello contando con la comprensión de las cancillerías occidentales y sin cuestionar ni lo más mínimo las aventuras militares de Francia en países remotos, como tampoco las relaciones de causa-efecto, temas antipatrióticos de por sí. 
    Es inevitable experimentar una sensación de déjà vu.  Hollande se atiene al guión que conocemos desde los atentados del 11-S. Recorte de las libertades en nombre de la seguridad nacional y acción militar en el exterior. De donde se sigue que al dolor por las víctimas debemos sumar el dolor por el curso de los acontecimientos. 
     En opinión de los expertos el problema planteado por el terrorismo del Isis no se puede resolver por medios  exclusivamente militares y policiales. Estoy de acuerdo. Es más,  creo que es de vital importancia para la salvación de nuestras sociedades relativamente abiertas evitar la menor participación en la lógica de la atrocidad que nos ha metido en este callejón sin salida. No se puede emplear impunemente esta lógica, ni siquiera para acabar con el Isis, fruto amargo  él mismo de su empleo por parte de las potencias occidentales. 
     Tomemos el caso de Raqqa. No sé si sus doscientos mil habitantes eran felices bajo el régimen de Bachar el Assad.  Solo sé que cayeron bajo la férula del Isis hace casi dos años (a saber por culpa de quién) y que han sido bombardeados en diversas ocasiones por sus oponentes, últimamente por los rusos y ahora por los franceses (20 bombas la noche del domingo pasado, según la CNN). Solo puedo ver en todo ello motivos de indecible sufrimiento.  ¿Cuántos se han visto obligados a huir, cuántos a coexistir con los bárbaros del Isis? ¿Cuántos han muerto a manos de estos? ¿Cuántos engrosan ahora la lista de las “víctimas colaterales”?
     Aquí lo grave es que el valor del ser humano se ha venido abajo y lo gravísimo no es que unos terroristas enloquecidos nos lo lancen a la cara de la manera más brutal un viernes por la noche; lo gravísimo es que los responsables del orden planetario operan sobre idéntica inmoralidad, como acreditan los bombardeos de ciudades y de países enteros en aras de  intereses indeciblemente rastreros. Para vencer al terrorismo, no nos quepa duda, lo primero es renunciar de plano a la lógica de la atrocidad, única manera de acceder a la autoridad moral y de ganar en poder de convicción. Si no se restablece el valor del ser humano, no hay nada que hacer, salvo hundirnos todos juntos en la pura barbarie.