Así se
titula el último libro de Mario Vargas Llosa (Alfaguara, 2018), que versa sobre su evolución intelectual.
Como los escritores no suelen mostrar sus cartas, es de agradecer, bien entendido que estas “confesiones” dejan
traslucir una forma de buena conciencia que pocas veces se encuentra en estado
tan puro y que, francamente, ha llegado a irritarme.
Reconoce
Vargas Llosa que su punto de partida fue el comunismo, cuya versión china le
deslumbró. Lo normal en su momento, lo tribal entre ciertos intelectuales de la
izquierda latinoamericana. Ser comunista llegó a ser, en determinados círculos,
un requisito del progresismo y de la hombría de bien. No se me pregunte por
qué, porque a finales de los años cincuenta ya se sabía de sobra lo que había
pasado y pasaba del otro lado del Telón de Acero. Pero, claro, hay que recordar a Jean-Paul Sartre y a sus
corifeos, decididos a justificar todas las aberraciones soviéticas y maoístas
en nombre de los altos intereses de la revolución, en lo que yo solo puedo ver
una desmoralización en toda la regla, lamentable por sus efectos en muchísima
gente aparentemente despierta. Si uno protestaba, le endosaban en título de capitalista incondicional, o de pequeño burgués delirante.
Entraba
dentro de lo previsible que un escritor como Vargas Llosa acabase harto. No me lo
imagino leyendo con agrado el famoso Libro
rojo, más bien vomitivo. ¡Menuda decepción experimentaron él y otros
muchos! Pero lo interesante del caso, lo que verdaderamente llama la atención,
es de qué manera pasó este hombre de un catecismo a otro, se diría que de un
salto. Porque pasó, sin escalas, sin consideraciones dialécticas de ninguna
clase, del catecismo comunista al catecismo neoliberal, el refrito de Hayek y
de Friedman, bien cargado de darwinismo social.
Y
llama la atención precisamente por tratarse de él, ya que esos tránsitos de la
izquierda a la derecha, en plan Jiménez Losantos, han sido muy frecuentes.
Frecuentes digo, no siempre por revelación, por caída del caballo. Hay que
tener en cuenta que el tintineo del vil mental obra prodigios en las
conciencias, especialmente en aquellas que, habiendo renegado de las “virtudes
burguesas” y ya embebidas de los
saberes criptomaquiavélicos escondidos en la trastienda del comunismo real,
carecían de las fibras morales necesarias para resistir la tentación de
acomodarse y de cambiar de amo. Y es preciso recordar aquí, entre las mayores
genialidades del movimiento neoliberal, su inteligente política de atraerse a
intelectuales de izquierdas. Haber sido izquierdista no era un mal antecedente…si
la conversión era total. Piénsese, por ejemplo, en los servicios del trotskista Kristol a la causa de ese
movimiento retrógrado.
Yo le he
oído decir a un algo enojado Vargas Llosa que lo del neoliberalismo es un
invento, pues solo hay liberales, se supone que todos hayekianos como él. Vamos
a lo grave: Vargas Llosa se salta a la torera todo el plantel de liberales que
no fueron neoliberales hayekianos, desde Keynes a Galbraith. Y esto es lo que a
mí, liberal en el sentido de estos, me saca de quicio.
No
solo me irrita la falta de probidad intelectual. Me enerva un problema de fondo:
la torticera reducción del liberalismo a la versión de Hayek es sumamente
dañina para la causa del liberalismo en cuanto tal. Miles de jóvenes
indignados, como el Vargas Llosa de los años cincuenta, odian al liberalismo de
resultas de este juego de prestidigitación. Y ni qué decir tiene que ese odio
es un pasaporte al absolutismo. Es tremendo, pero el movimiento retrógrado se
ha apoderado de la palabra “libertad” bajo las mismas narices de la izquierda.
En
resumen, estas memorias de Vargas Llosa sirven descaradamente a los intereses
del capitalismo salvaje. Y si esto es de lamentar, se me permitirá que yo lamente
también que, tras su abandono del comunismo, eludiese la responsabilidad
trabajar en la búsqueda de las buenas razones que la izquierda, ya muy divida
por aquel entonces entre comunistas y no comunistas, estaba buscando y todavía
no ha encontrado. Pasar del comunismo al capitalismo salvaje era, entre todas,
la solución más fácil para él, por lo visto, dada su propensión a ver las cosas
o blancas o negras y dada su propensión militante, para nada independiente.