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sábado, 25 de abril de 2020

EL MANIFIESTO DE VARGAS LLOSA Y OTROS CIEN

    La Fundación Internacional para la Libertad presidida por Mario Vargas Llosa acaba hacer público un manifiesto titulado Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo(https://fundacionfil.org/manifiesto-fil/?fbclid=IwAR3OpNSd89SM6SS-D1jd3uGaPabUxsEDeAF63RnMCgJypFcAqlntZ8N2dU0). Lo avalan un montón de firmas, unas cien o más (no tengo estómago para contarlas), entre ellas las de diversas personalidades de la política y de la cultura, desde José María Aznar a Mauricio Macri, pasando por Fernando Savater, Félix de Azúa y Rosa Díez, todas, por lo visto, de la misma cuadra. 
    Vaya por delante que yo tampoco quiero que la pandemia sirva de pretexto para el autoritarismo. Pero hay que leer este manifiesto, cuyo contenido no puede ser más perverso. 
   Los firmantes empiezan solidarizándose con las familias enlutadas“ y entran en materia a continuación: "Mientras los empleados de la sanidad pública y privada combaten el coronavirus valerosamente, muchos gobiernos toman medidas que restringen indefinidamente libertades y derechos básicos"… ¡Qué lenguaje, por favor! Familias enlutadas, empleados… Y claro, ni una palabra sobre el esfuerzo colectivo.
   ¿Contra qué se revuelven los firmantes? "Impera el confinamiento con mínimas excepciones, la imposibilidad de trabajar y producir, y la manipulación informativa". 
   O  sea, que les fastidia que se hayan tomado medidas drásticas para frenar la propagación del virus, que quisieran vernos a todos libres, o algo así, con lo que evidentemente pretenden aprovecharse de la penosa situación para segar la hierba bajo los pies de los gobiernos que las han tomado.  Estamos, pues, ante una forma de bolsonarismo, trumpismo o johnsonismo, en plan fino e hipócrita.
   Setencian, lastimeramente: "A ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y de la economía de mercado".  
    Arremeten contra las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua, las cuales, que yo sepa, no surgieron de la presente pandemia, y en ese contexto se aplican  a una maliciosa alusión a España y Argentina, donde, cito textualmente, “dirigentes con un marcado sesgo ideológico pretenden utilizar las circunstancias para acaparar prerrogativas políticas y económicas que en otro contexto la ciudadanía rechazaría resueltamente“. ¡Vaya por Dios! 
     Por “marcado sesgo ideológico“ se debe entender no sé que pulsión dictatorial en los gobernantes, democráticamente elegidos, de España y Argentina. ¡Acabáramos!  De modo que los firmantes presumen de carecer de “marcado sesgo ideológico... tomándonos por bobos.
     El manifiesto termina con una afirmación rotunda: “Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico y la muerte." Claro que el dilema es falso, pero así lo plantean los firmantes, arteramente, sofisticamente, para mayor impacto. 
    Es curioso que intenten convertir una medida sanitaria de sentido común como el confinamento en un acto autoritario, y es repulsivo que intenten aprovecharse del cansancio y de los temores de la gente para sus propios fines. Y precisamente en las actuales circunstancias, cuando el Estado tiene que utilizar sus recursos para hacer frente a la pandemia con el apoyo ejemplar de la ciudadanía,venir con lo del Ogro Filantrópico es un golpe bajo al sistema democrático en cuanto tal. Da vergüenza ajena que varios ex presidentes –algunos de ellos entendidos en las leyes de la jungla–, vengan ahora con lo del Ogro, como si el Estado de Servicios fuese una estupidez o una ensoñación morbosa.
    Esta historia viene de lejos. En algún momento, en los cenáculos de la derecha, allá por los años setenta, descubrieron que podían afanarle a la izquierda la palabra libertad. Desde entonces tienen a gala sobarla venga o no a cuento, y esto no a mayor gloria de la libertad en cuanto tal sino a mayor gloria del sadocapitalismo. ¡Viva la desregulación! 
   En fin, amigos, ninguno de los firmantes del manifiesto me representa. 
   Me preocupa el porvenir de la libertad, pero no la veo amenazada ni por el peronista Fernández ni por el socialista Sánchez. En cambio, me da por pensar que los firmantes sí son peligrosísimos para ella, por cuatro motivos. En primer lugar, porque defienden entre líneas  el capitalismo salvaje, o sadocapitalismo, al que rinden pleitesía como beneficiarios o simples corifeos; en segundo, porque trabajan en equipo para ocultar lo que antes se entendía como función social de la economía;  en tercero, porque pretenden hacernos cómplices de una escala de valores en la que se antepone el dinero a la salud; y por último, porque corrompen de raíz lo que de decente e irrenunciable hay en el liberalismo. Y esto, precisamente porque soy liberal, me subleva. Ya hay mucha gente joven que cree que el liberalismo y el neoliberalismo vienen a ser lo mismo, con grave daño para todos. Caiga este pesado fardo sobre  la conciencia de los firmantes.

viernes, 23 de marzo de 2018

LA LLAMADA DE LA TRIBU

   Así se titula el último libro de Mario Vargas Llosa (Alfaguara, 2018),  que  versa sobre su evolución intelectual. Como los escritores no suelen mostrar sus cartas, es de agradecer,  bien entendido que estas “confesiones”  dejan traslucir una forma de buena conciencia que pocas veces se encuentra en estado tan puro y que, francamente, ha llegado a irritarme.
    Reconoce Vargas Llosa que su punto de partida fue el comunismo, cuya versión china le deslumbró. Lo normal en su momento, lo tribal entre ciertos intelectuales de la izquierda latinoamericana. Ser comunista llegó a ser, en determinados círculos, un requisito del progresismo y de la hombría de bien. No se me pregunte por qué, porque a finales de los años cincuenta ya se sabía de sobra lo que había pasado y pasaba del otro lado del Telón de Acero.  Pero, claro, hay que recordar a Jean-Paul Sartre y a sus corifeos, decididos a justificar todas las aberraciones soviéticas y maoístas en nombre de los altos intereses de la revolución, en lo que yo solo puedo ver una desmoralización en toda la regla, lamentable por sus efectos en muchísima gente aparentemente despierta. Si uno protestaba, le endosaban en título de capitalista incondicional, o de pequeño burgués delirante.
    Entraba dentro de lo previsible que un escritor como Vargas Llosa acabase harto. No me lo imagino leyendo con agrado el famoso Libro rojo, más bien vomitivo. ¡Menuda decepción experimentaron él y otros muchos! Pero lo interesante del caso, lo que verdaderamente llama la atención, es de qué manera pasó este hombre de un catecismo a otro, se diría que de un salto. Porque pasó, sin escalas, sin consideraciones dialécticas de ninguna clase, del catecismo comunista al catecismo neoliberal, el refrito de Hayek y de Friedman, bien cargado de darwinismo social.
    Y llama la atención precisamente por tratarse de él, ya que esos tránsitos de la izquierda a la derecha, en plan Jiménez Losantos, han sido muy frecuentes. Frecuentes digo, no siempre por revelación, por caída del caballo. Hay que tener en cuenta que el tintineo del vil mental obra prodigios en las conciencias, especialmente en aquellas que, habiendo renegado de las “virtudes burguesas” y ya embebidas de  los saberes criptomaquiavélicos escondidos en la trastienda del comunismo real, carecían de las fibras morales necesarias para resistir la tentación de acomodarse y de cambiar de amo. Y es preciso recordar aquí, entre las mayores genialidades del movimiento neoliberal, su inteligente política de atraerse a intelectuales de izquierdas. Haber sido izquierdista no era un mal antecedente…si la conversión era total. Piénsese, por ejemplo,  en los servicios del trotskista Kristol a la causa de ese movimiento retrógrado.
   Yo le he oído decir a un algo enojado Vargas Llosa que lo del neoliberalismo es un invento, pues solo hay liberales, se supone que todos hayekianos como él. Vamos a lo grave: Vargas Llosa se salta a la torera todo el plantel de liberales que no fueron neoliberales hayekianos, desde Keynes a Galbraith. Y esto es lo que a mí, liberal en el sentido de estos, me saca de quicio.
    No solo me irrita la falta de probidad intelectual. Me enerva un problema de fondo: la torticera reducción del liberalismo a la versión de Hayek es sumamente dañina para la causa del liberalismo en cuanto tal. Miles de jóvenes indignados, como el Vargas Llosa de los años cincuenta, odian al liberalismo de resultas de este juego de prestidigitación. Y ni qué decir tiene que ese odio es un pasaporte al absolutismo. Es tremendo, pero el movimiento retrógrado se ha apoderado de la palabra “libertad” bajo las mismas narices de la izquierda.
     En resumen, estas memorias de Vargas Llosa sirven descaradamente a los intereses del capitalismo salvaje. Y si esto es de lamentar, se me permitirá que yo lamente también que, tras su abandono del comunismo, eludiese la responsabilidad trabajar en la búsqueda de las buenas razones que la izquierda, ya muy divida por aquel entonces entre comunistas y no comunistas, estaba buscando y todavía no ha encontrado. Pasar del comunismo al capitalismo salvaje era, entre todas, la solución más fácil para él, por lo visto, dada su propensión a ver las cosas o blancas o negras y dada su propensión militante, para nada independiente.